sábado, 30 de diciembre de 2023

La estética de la incertidumbre: ciencia y física en la labor crítica de Juan Benet

 

             

La estética de la incertidumbre: ciencia y física en la labor crítica  de Juan Benet

       Benito Elías García-Valero

       Universitat d´Alacant

  Probablemente este  capítulo  ocupe  en  el libro  que  lo acoge  una  posición análoga a la de Juan Benet en la esfera literaria. Si Benet era un ingeniero que podía permitirse escribir por placer y romper con la tradición moderna del escritor profesional dedicado exclusivamente a la  literatura  siguiendo su estela de intrusionismo, en esta ocasión me dispongo a acercarme a la obra ensayística de Benet desde un prisma diferente del grueso de este libro, pues me adentró en los terrenos de la ciencia para abordar las confluencias entre el pensamiento científico y el literario dentro de la complejísima personalidad de Juan Benet. El objetivo principal  de este  empeño  es reivindicar      la función estructural que la ciencia tiene en el sistema crítico de Benet, un autor que gustaba de repudiar la crítica para crearse un espacio muy propio como practicante de ella. En su momento, fue uno de los pocos críticos que, en lugar de adentrarse en la exploración del signo y sus múltiples posibilidades, utilizó su formación científica para proponer metáforas ingeniosas y así elucidar la literatura. Comparó la configuración estática o dinámica de las escenas en las novelas con la dualidad onda/partícula alumbrada por la física cuántica. Introdujo modelos matemáticos para realizar tests de resistencia y de flexibilidad a los diferentes sintagmas que componen un hipérbaton. Y, finalmente, elevó la incertidumbre, otro concepto fundamental en la física cuántica, al ideal máximo de validez estática.

Estas maniobras teóricas sitúan a Juan Benet en la vanguardia del comparatismo de ciencia con crítica literaria, y por ello este capítulo pretende resumir las principales aportaciones de lo científico al discurrir ensayístico del autor madrileño. Como texto base se ha escogido la recopilación de artículos y ensayos que realiza Ignacio Echevarría en Ensayos de incertidumbre. No están todos los escritos críticos sobre literatura de Benet, pero la magnífica labor de Echevarría permite hablar de las obras más relevantes del entramado crítico benetiano. En la selección se pueden rastrear cronológicamente las improntas que la ciencia ha ido dejando en el pensamiento de Benet, y muestra que desde sus mismos inicios Benet utilizó las ciencias exactas para apuntalar su sistema de pensamiento. Porque ha de tenerse en cuenta Benet no escribe desde una conciliación de las letras con los números, confluencia que coge fuerza en los estudios cognitivos y otras corrientes académicas que progresan a la demolición de la dualidad naturaleza/cultura, pero sí anticipa dicha síntesis. En sus ensayos, reflexiona sobre la difícil relación que desde el siglo XVII mantienen las letras con las ciencias, cuando estas últimas empezaron  a alejarse de la palabra para representar el conocimiento con lenguajes más precisos y exactos (1972: 192), necesarios para el progreso que, desde la formulación moderna del método científico, pedía la época. La culminación de ese proceso implicó que en el siglo XX solo cabía considerar científica a aquella proposición que pudiera ser formulada de manera matemática (1972: 193). Como consecuencia indirecta, pudo producirse la gradual revolución estática moderna,  que necesitaba liberar la palabra del lastre de la exactitud, e introducirla en los oceánicos campos de la incertidumbre, concepto tan privilegiado por Benet. las bellas letras llegan para producir arte a partir del lenguaje: ahora podían hacerlo liberalmente, pues ya no se sentían restringidas por la apremiante obligación de representar la naturaleza (Benet, 1972: 193). Sin   embargo, el precio pagado fue el antagonismo entre literatura y ciencia: una vez divorciadas, cada una habría de dedicarse a propósitos diferenciados, casi opuestos. Razona Benet que la literatura “entre el conocimiento y el objeto de conocimiento, opta por lo segundo” (1972: 195), y así el mundo deviene diana de las disquisiciones literarias que, animadas por las sombras y enigmas de la existencia, desplegarán todo lujo de apreciaciones  y flexiones.  La  literatura,  dice Benet, se transforma en anticiencia, porque utilizando las mismas reglas de la ciencia, “pero cargadas —digámoslo así— de una polaridad distinta” (1972: 196), abandona la región de lo cierto para explorar los abismos de la experiencia humana y natural. De hecho, se recreará en ese espacio circundante al ámbito iluminado por la ciencia; espacio poblado de tinieblas que incidan        al creador a despejarlas, o a profundizar en ellas, por medio de un artefacto aún más incierto y volátil: la obra literaria. La  existencia, sentencia Benet, no se limita al hábitat del conocimiento científico (1976: 196), y fuera de esas restricciones la literatura bebe de las mejores aguas.

Benet es, por consiguiente, muy consciente del antagonismo existente entre ciencia y literatura en su época, y quizá ello incremente su orgullo por ubicarse en el margen que le concede su condición de ingeniero y profesional independiente de las mareas críticas. Siempre manifestó que escribía por placer y como compensación a su dura labor en tierras leonesas, mientras proyectaba y supervisaba la construcción de pantanos. y a pesar de las afirmaciones del propio Benet que recogíamos en el párrafo anterior, defiende Guillamón Álvarez que la grandeza del autor “radica en haber entendido la ciencia y las   letras como elementos   complementarios y no sustitutivos” (2007: 12). Podría decirse que el entorno académico del momento aún no estaba preparado para aprovechar completamente las originales conexiones entre ciencia y literatura que realizaba Benet, pero en la actualidad, cuando la cognición se constituye como el campo donde se aúnan las distintas disciplinas académicas,  los ensayos de Benet aportan una nueva luz a la compleja cuestión del maridaje entre saberes.

En último lugar, y antes de acometer el análisis de los ensayos de Benet, indico que las referencias bibliográficas que atañen a los ensayos de Benet son citadas de acuerdo con su año de publicación original, para que el lector pueda tener en mente la distribución cronológica de su pensamiento. Tal y como se indica en la bibliografía, la edición consultada de todos los ensayos es la realizada por Ignacio Echevarría en el año 2012,

 

 

La dualidad onda/partícula en el pensamiento crítico de Benet

 

El revolucionario descubrimiento de la naturaleza dual de la luz, llevado a cabo principalmente por las aportaciones de Max Planck y Albert Einstein, supuso un cambio radical de paradigma, un reenfoque de la realidad física y, consiguientemente, del universo en el que nos encontramos. El hecho de que la luz manifiesta su naturaleza ondular o corpuscular según el aparato elegido para llevar a cabo la observación implica una revolución que afecta a las lindes de la conciencia y que aún no hemos asimilado, ni siquiera mínimamente, en los estudios humanistas. Sin embargo, y con vistas a hacer una perspectiva de los usos de la ciencia en la obra de Benet, resulta interesante observar que esta distinción dual planea sobre buena parte de sus escritos críticos. Uno de sus ensayos desarrolla esta idea explícitamente; se titula “Onda y corpúsculo en el ‘Quijote”’ (1980), y sobre él volveremos más adelante, pero se puede encontrar también en otros textos suyos dedicados a la critica. A modo de ejemplo reproduzco la idea que encontramos en “¿Y cuando ella...?” (1986), escrito que encumbra ciertos comentarios  de los espectadores a la  salida del cine como muestras de la  mejor crítica posible, aquella que manifiesta “lo que a uno más conmovió, la reducción de la extensión a la intensidad” (1986: 472). Esa reducción es análoga a la que propuso unos años antes en el referido ensayo sobre el Qui jote, y en razón de tal analogía se relaciona la mejor crítica con la física cuántica: la obra óptima consiste en el despliegue creativo de un autor siempre inspirado y original, y el mejor crítico es aquel capaz de reducir la onda extensiva que el autor ha configurado a una partícula elemental que holístiCamente reflejaría a1 resto de las partes. Es la emoción, nos cuenta Benet en el ensayo, la que guía la intensidad cualitativa del texto criticado, pues venera la capacidad de los espectadores que, maravillados ante una buena película, pueden reducir la película al motivo argumental, a la escena o al momento que caló con más profundidad en su sentir, y parece  colegirse entonces que dicha reducción o partícula sentimental elemental sería la clave que permite abrir el resto del texto.

Cabe entonces suponer que la literatura sería una forma de conocimiento que encapsula experiencias de vida en un continuo lingüístico que luego son reconocidas por los lectores que se acercan a ella. Si no reconocidas, a1 menos sí reconstruidas, aunque el resultado sea una derivada. En este sentido, es necesario desviarse del pensamiento del editor de los ensayos de Benet, Ignacio Echevarría, para quien no es posible entender que la literatura alcance mediante un atajo el conocimiento al que aspira el científico “a fuerza de trabajo, método y de paciencia” (2012: 15). Obviamente, el literato no llega por la intuición al mismo resultado que el científico, pero sí vienen demostrando los estudios cognitivos que los mismos procesos que activan nuestro conocimiento del mundo son estimulados durante la recepción de los textos literarios, y que además en estos se encuentran muchas claves que permiten entender cómo el ser humano desarrolla los procesos conscientes, como es el caso de la suspensión de la incredulidad llevada a cabo durante el pacto ficcional o, incluso, del autoengaño que el cerebro realiza a tenor de los textos de suspense, leídos con intensidad emocional incluso cuando el lector conoce el resultado final de la historia, fenómeno conocido como ‘la paradoja del suspense” (Gerrig, 2012: 37). Nos permite, precisamente, establecer la analogía entre conocimiento científico creación/recepción literarias, pues podría entenderse el proceso de lectura en términos de la reducción de lo ondular a corpuscular, o lo que la Escuela de Copenhague llamó “colapso de la función de onda” (Orzel, 2010: 92; Squires, 1986: 72; Lindley, 1996: 61). Según esta hipótesis, las posibilidades de encontrar un objeto cuántico (como las partículas subatómicas) en un estado determinado se reducen a una posición/estado determinado una vez que se ha realizado la observación de dicho objeto. El buen crítico, como el observador cuántico, colapsa la obra en una de sus intensidades posibles, pero sabe que Jamás podrá desentrañar totalmente la incertidumbre que la compone y la enriquece.

  La doble naturaleza de la realidad más fundamental ha encontrado correlato, aunque es difícil afirmar si consciente o inconscientemente, en la obsesión de la narración moderna por pretender una imagen de simultaneidad, o cuanto menos, por quebrar toda virtualidad de sucesión cronológica como propuso experimentalmente el Ulises de Joyce o, incluso la misma verborrea desaforada del estilo benetiano expuesto en Volverás a Región. Un caso curioso lo constituye uno de los fragmentos de Rayuela, de Julio Cortázar, donde Zubarik (2010:27) detecta que el texto, para ser comprendido, ha de leerse agrupando las líneas según su numeración par o impar, y de esa manera la historia completa se vuelve accesible. Opina Zubarik que se trata de una simulación del experimento de la doble rendija, fundamental en el alumbramiento de la física cuántica, porque permitió especular sobre la doble naturaleza de la luz. El texto de Cortázar apuntaría a una simultaneidad ideal en virtud de la cual se leen dos historias diferentes pero interrelacionadas de una forma paralela, dedicando las líneas impares a una parte de la historia y las impares a la otra. Aunque no haga referencia a este texto de Cortázar, podemos saber, a partir de lo que ha dejado escrito, que para Benet ni siquiera con técnicas similares a esa la literatura contemporánea podría librarse del eje del tiempo (1976: 241), piedra angular de lo narrativo y, por lo tanto, de la naturaleza ondular del género épico. Es el tratamiento de lo temporal lo que marca una distinción esencial entre estampa y argumento, dos polaridades no excluyentes sobre las que se puede construir lo narrativo. La física cuántica inspira esta idea en Benet, que encuentro como una de las más originales dentro de la producción crítica de su tiempo. La idea aparece con anterioridad al ensayo donde la formula definitivamente y que ya hemos mencionado. En 1976 anticipa su propuesta teórica de la doble naturaleza onda/partícula (argumento/estampa) de la narración en “¿Se sentó la Duquesa a la derecha de Don Quijote?” (1976), un texto donde divaga secundariamente sobre la disposición del espacio y el tiempo en grandes obras de la literatura universal. Según nos cuenta en este texto, existen “dos bandas extremas del espectro de la dicción: la estampa y el argumento” (1976: 247) que, lejos de ser categorías simples o elementales, no pueden entenderse de manera independiente: “Una estampa en una u otra medida no deja nunca de ser algo  argumental, un argumento tiene siempre algo de la ilustración cerrada en sí misma y destacada del continuo  del que intencionalmente forma parte” (1976: 247). El símil con la doble naturaleza de la luz es sencillo: toda manifestación ondular de la luz puede traducirse en una manifestación corpuscular pues, como la historia en lo narrativo, posee esa doble capacidad de manifestación. Cuando retoma esta idea en el ensayo de 1980, lo hace para elogiar la habilidad de Cervantes, autor de lo que en su nomenclatura serían “estampas" o "corpúsculos", que gusta de despachar con ligereza los nudos argumentales para poder centrarse en la recreación del pensamiento dialéctico del hidalgo del escudero a diferencia de un Stendhal que en Rojonegro construye su novela tomando como base una sucesión de eventos concatenados y lógicamente conectados entre sí, a modo de despliegue  ondular  del nudo que encierra la novela. Esta doble posibilidad narrativa agradará al lector según sus preferencias“El lector acostumbrado a la novela argumental, cuyo mayor interés descansa en el mantenimiento de la tensión provocada por los sucesos, distribuidos  con verosimilitud  a lo largo de las  páginas, lamentará la tosquedad de Cervantes para hallar la solución de los diferentes nudos” (Benet, 1980: 364). Aunque Benet parte de la física para inspirar su ensayo, la analogía se quiebra en ese momento, pues precisamente es el observador (el equivalente al lector) el que resuelve cómo percibir el objeto cuántico según el aparato medidor utilizado en el experimento,  y el que determina la manifestación de la naturaleza corpuscular u ondular de la luz, siendo imposible observar ambas facetas a un mismo tiempo. En el sistema benetiano, es el narrador el que decide contar su historia en modo ondular mediante crestas y valles (eventos) o en modo corpuscular, desarrollando la acción a través de estampas, de carácter más estático, que condensan los nudos de tensión protagonistas de la narración. El lector pasivamente aceptará o no el juego, pero no puede elegir de qué modo percibir la historia: la analogía, por lo tanto, no es completa ni totalmente proporcional. las posibilidades críticas de la dualidad onda/partícula no se reducen al desarrollo de la novela, sino que también se extienden a la configuración de los personajes. El héroe puede ser concebido, asimismo, como onda o como corpúsculo, y dice Benet que solo en el caso de que sea tratado como onda el narrador confía en su figura (1980: 380). Por consiguiente, un héroe partícula o corpúsculo mostraría la desconfianza que el narrador siente hacia él. Quizá por ello Adriana E. Minardi (2012: 97), en su estudio sobre las peculiaridades de la memoria histórica en los ensayos de Benet, recoge que la estampa (es decir, el despliegue corpuscular de la narración) ofrece una estructura ade- cuada para hacer referencias simbólicas mediante imágenes significativas. Puede deberse a que Benet conocía bien la naturaleza subjetiva, ideológica y manipuladora de la memoria, pues nos dice que “todo recuerdo es una nueva simplificación —y, por lo menos, alteración— de las imágenes de la memoria” (1967: 71). Resultaría interesante conocer la aplicación de esta confianza/ desconfianza de Benet hacia el héroe ondular y corpuscular en los usos de la memoria historia, pero obviamente tal labor rebasa los límites de este trabajo. El autor madrileño no desarrolla exhaustivamente la dualidad de héroe corpuscular versus héroe ondular; en su ensayo se limita a proseguir con la relación entre la situación política reinante en el momento de la escritura de las novelas analizadas y la  emersión de sus héroes. Pero la  distinción que realizel ensayista sobre los personajes es aguda: solo un narrador capaz de contemplar la historia como una onda, desplegada en torno a los motivos argumentales y con un recorrido y longitud visibles, confiaré en el personaje en razón de la posibilidad de admirar la historia en su totalidad. Los héroes-corpúsculo, por el contrario, son condensaciones del argumento y cristalizan en el momento narrativo para ocultar su evolución, o a1 menos no completarla, a lo largo de la historia. En este punto, Benet muestra el asombroso rendimiento que se deriva de sus analogías científicas, y resulta tremendamente innovador en el ámbito de la crítica literaria que él defendía: aquella que, en lugar de explicarlo, es capaz de replegar el misterio de una obra literaria a un momento emocionalmente significativo.

 partir de esta revalorización de la incertidumbre, Benet hace del concepto un indicador de calidad literaria, y objeta como principal mal de los críticos su insistencia en despejar todo halo de misterio e incomprensibilidad contenido en la obra literaria. El crítico “solo puede vivir tranquilo si es capaz de comprender cualquier fenómeno cultural, por nuevo que sea, y encasillarlo dentro de los límites de su conocimiento” (1975: 227), y para azotarle en su malsano empeño, Benet recurre a John Keats y a sus palabras acerca de la cualidad más relevante en todo creadora “una ‘capacidad negativa’ que permite a un hombre sostenerse sobre la incertidumbre, las dudas y los misterios sin una irritable apoyatura en los hechos o en la razón” (1975: 227). En este espesor de misterio promulgado por todo creador excelente se forja la obra literaria, que es una respuesta dialéctica a una realidad poblada de dudas y desconocimiento, y consecuentemente propone un producto nacido de su peculiar visión y de su inspirada perspectiva. El crítico, en un movimiento inverso, despeja las dudas y las inquietudes del misterio emanado por la altura estática de una obra literaria y pretende explicar las peculiaridades de esta: por eso creerá Benet que es un experto formado contra la originalidad. Aquí el autor se muestra tremenda- mente defensor de la herencia romántica y de su énfasis en la individualidad, en la subjetividad maravillosa del creador que, casi inspirado por las musas, se tenía como un ser extraordinario frente al común de los mortales. Fruto de esa convicción nace también el estilo benetiano, que en lugar de acudir al encuentro del lector lo fuerza a viajar a su mundo autoral, a su alambicada sintaxis, a sus abruptas metáforas, que por otra parte lucen en la obra de Juan Benet y la colman de aciertos imaginísticos que disfruta cualquier lector aficionado a adentrarse en terrenos lingüísticos ignotos. En todo caso, del crítico desprecia que, al igual que el hombre de ciencias, necesite encontrar una explicación a todo fenómeno que entra dentro de su campo de estudio, limpiando las pátinas de la incertidumbre que tanto valor han otorgado a las mejores obras de la literatura universal. Valora Benet, por lo tanto, el arte como revelación de un misterio, y lo hace en sintonía con la trascendencia que la incertidumbre había alcanzado en los círculos científicos y artísticos del siglo XX.

 El arte galdosiano pretende adentrarse en los entresijos interpersonales que son objeto de estudio de la sociología, y por eso más que arte, viene a decir Benet, es un discurso acerca de la sociedad, envilecido formalmente por un revestimiento lingüístico de limitado alcance estático.

 Hasta ahora he explicado cómo la ciencia permite a Benet delimitar los intereses de lo literario, pero la cuestión no es tan sencilla. El sistema crítico que configuran los ensayos del autor se enriquece al incluir una retroalimentación entre ciencia y magia, que paso a resumir. El ensayista concluye audazmente que la ciencia no puede servir para descubrir a Dios, pues si fuera posible deducir Su naturaleza a partir de leyes totalmente observables y definibles por el ser humano, Este carecería de personalidad (1978a: 322). Que Dios actúe arbitrariamente para regular los diversos caos que se suceden en el Antiguo Testamento habla de la naturaleza estadística de las leyes científicas, sometidas a1 capricho de un Dios que a su antojo puede reordenarlo de nuevo todo. Al igual que la ciencia, la magia descansa sobre el crédito a lo imprevisible que “es lo que distancia y diferencia lo hu- mano de lo divino” (1978a: 323). Explica Benet que, en su labor científica, el hombre pretende estrechar el margen de lo impredecible en un movimiento parejo a la sustitución de la magia por un conjunto de textos racionales que pretenden exhaustivamente explicar todos los fenómenos, dada la premisa universalista de la ciencia. La ciencia queda entonces caracterizada por su valor estadístico y, por lo tanto, mágico, según sentencia Benet en una originalísima comparación diferente a lo que hasta ahora he señalado: la ciencia y la magia (ambas alimentadas por la incertidumbre) tendrían la misma causa en un mundo creado por Dios. Hasta ahora Benet había razonado que el discurso literario debía distanciarse de las certezas científicas y de la pretensión de explicar el mundo social. Es necesario aclarar entonces que, si bien la incertidumbre retroalimenta a la ciencia, la literatura debe apartarse de la ciencia como discurso clarificador, y no como ente en cuyo fundamento existencial radica el misterio y le otorga sentido. El  ensayista no deja cabo por atar.

Cuando Benet relata los motivos que le llevaron a escribir, ofrece las pistas que permiten cerrar este apartado sobre la relación del autor con la ciencia, caracterizada por unas contradicciones similares a las que mantiene la relación entre literatura y saber científico. El ensayista confiesa que se hizo ingeniero porque creía en la ciencia, gesto ingenuo que posteriormente lamentó (l978b: 343). No sabemos si se trata de una estrategia retórica, pero sí conocemos, por quienes han elogiado su labor de ingeniería, que realizó obras excepcionales también en este ámbito. Pero según leemos en Benet, detesta la ciencia porque ‘4o único que hace es eliminar cosas” (1978b: 343), argumento que ya he interpretado más arriba. Explícitamente dirá más adelante, en el mismo ensayo, que le interesa el hombre de letras “porque vive fundamentalmente de la incertidumbre: él sabe que el misterio que nos rodea no será esclarecido nunca (lo cual, en cambio, pregona el hombre de ciencias)” (1978b: 344). Es el momento en que más diáfanamente se pronuncia Benet a favor de la incertidumbre como principio estético: crear debe ser nublar, oscurecer la experiencia de la vida, en claro parangón con los enigmas de nuestro universo, que encuentran su correspondencia en la prolijidad del estilo benetiano. Nos dice al final del mismo ensayo que la creación literaria genial es obra del azar (1978b: 349).


No cabe explicar un origen que, si bien nace de las tinieblas, resulta luminoso y sorprendente. En otro ensayo sugiere que el espacio de la novela solo puede crecer a partir del margen que delimita la ciencia, y en este sentido el arte literario se encarga de un objeto cada vez más restringido (Benet, 1969: 481) por el continuo avance de la ciencia. Para cerrar su elogio a la Incertidumbre, es preciso recordar que el mejor arte, por su condición azarosa, no depende de las circunstancias sociales y políticas del entorno: nace tanto en un entorno zarista, en clara alusión a la Edad de Oro del realismo ruso, como en uno re- publicano, probablemente referente al final de la Edad de Plata de las letras españolas. Aunque podría interpretarse la selección de estos dos ejemplos como un sutil ejercicio de memoria histórica, Benet quiebra tal expectativa al sugerir que quizá aún sea más probable el surgimiento de una gran obra en el hábitat “zarista, ya que produce un estímulo, y que un régimen abierto a lo mejor coarta y solo se traduce en mediocridad” (1978b: 349).


   En esta predilección por el azar y el misterio, radica el valor de las más altas cumbres de la literatura universal, según entiende Benet. El aspecto más fascinante de Of Quijote es su iriasibilidad, su infinita capacidad de sor- presa para el lector que vuelve a él y descubre aspectos inéditos, revelaciones novedosas: “Situado en ese limbo es donde [El Quijoteme resulta más útil y donde me produce mayores y mejores satisfacciones, mucho más sustanciales que los posibles hallazgos de orden crítico derivados de un análisis detenido” (1980: 355). Por esta revalorización de la lectura personalizada, Benet sintoniza parcialmente con el pensamiento postestructuralista y su creencia en la proliferación del significado, o al menos con el Barthes de 1968 que acabó con la sobreestimación de la autoría para otorgar a1 lector el importante estatus de cauce recolector del significado del texto.

 En su labor literaria, Benet recurre a los enigmáticos misterios de los textos míticos como forma de incrementar la incertidumbre semiótica, y como recuerda Francisco García Pérez (2013), su gran afición a James George Frazer y a La rama dorada le inspiraron la famosa figura del guardián habitante de Región, Numa, un personaje cuya función de guardián resuena con los textos mitológicos para poblar de simbolismo mistérico al ciclo regionato. El precio por esta incertidumbre es la censura a toda incursión del narrador en la historia, y por ello Benet llega a reprochar a Stendhal que continuamente se posicione a favor o en contra de sus personajes, si bien Gonzalo Sobejano (2009) encuentra en este punto una contradicción del autor, que introdujo en unos relatos suyos comentarios propios en torno incluso al hecho novelístico, gesto metaliterario que sin duda quebranto lo que Benet denomina el hechizo del acto lector. Esta contradicción da cuenta del complejo carácter  del ensayista Benet que, aunque contribuía a levantar polémica, no evitó algunas incoherencias en su sistema de pensamiento. la ciencia actúa como ingrediente clave en el discurrir teórico y crítico de Benet, pero, bien influido por su condición de creador,  su proceder es arbitrario, liberal azaroso. Los ensayos de Benet sobre la literatura constituyen un sistema sólido, cuya máxima preocupación es perseguir el encantamiento del lector y no practicar una crítica científica que, como bien se ha visto, desprecia. 

  Por su idiosincrático carisma y aguda praxis intelectual, es inevitable destacar la tremenda calidad de las originales ideas desplegadas por quien revolucionó la literatura española en las postrimerías del franquismo.

 

Conclusiones

 

El recurso a las ciencias exactas otorga a Juan Benet una posición muy peculiar dentro de la crítica de su tiempo. Practicante tanto de literatura como del desempeño más práctico de la ciencia y la técnica por su condición de ingeniero, Benet reactualiza el antagonismo tradicional entre literatura y ciencia originado a partir del siglo XVII. El ensayista empuja a la literatura a aventurarse en los terrenos de la incertidumbre y la inexactitud, para explotar lo ignoto en un ejercicio estático que apunte a un producto elaboradamente artístico.

Además de la incertidumbre, la proposición científica de la que saca más rendimiento es la dualidad onda/partícula, formulada a partir del descubrimiento del cuanto y de la naturaleza dual de la luz, la idea cuántica inspira en Benet el establecimiento de dos modos de narrar: el corpuscular (la estampa) y el ondular (el argumentar. El primero condensa la narración de la historia en escenas estáticas y se opone al segundo en tanto que este prefiere desarrollar la historia con un dinamismo conducente a la sucesión de motivos. No son excluyentes y toda narración incluye ambos modos, si bien en cantidades variables. Además de caracterizarlos de esta manera, sugiere  que uno u otro modo manifiestan la desconfianza o la creencia en la figura del héroe. A diferencia de la representación ondular o corpuscular de la luz, que depende del observador y de la elección del aparato medidor, en el sistema benetiano el lector solo puede elegir qué tipos de narraciones prefiere, de manera que no puede optar por experimentar la historia de una u otra manera, y por lo tanto la analogía con la física no os proporcional sirio más bien libre, como corresponde a casi todas las extrapolaciones de conceptos científicos al ámbito de las humanidades. Sí que es elección de la crítica, no obstante, la reducción de las características desplegadas en una obra a un momento de intensidad máxima o elevación estética que darían cuenta de la mejor labor que esta disciplina puede realizar: para Benet, la crítica que explica qué momento, escena o personaje resulta más interesante, o cómo un motivo condensa la esencia de la obra, es la que merece ser practicada. En un símil con el mundo cuántico, podría decirse que esta buena crítica es capaz de materializar todas las posibilidades de la obra (que habita en la incertidumbre) en un único estado (motivo, escena, personaje) que refleja al resto. A propósito de esta idea de Benet, he sugerido el posible interés que existiría en aplicar este modelo al estudio de los géneros literarios, proponiendo que se diferencian por llevar a cabo la imitación del objeto de diferente manera: ondular, en el caso del género óptico, o corpuscular, más intensivo, en el del lírico.

 La  incertidumbre  reinante en el mundo de las  partículas subatómicas es, además, una presencia constante en cualquiera de las  mejores obras de la literatura. No es posible, opina Benet, reducir la calidad estética de su capacidad fascinadora a unos elementos simples y definibles, como pretende buena parte de la crítica que escribe en el siglo XX. El crítico no debe alumbrar las tinieblas de la incertidumbre si pretender explicarles on su totalidad, aunque a ello le lleve su contagio de los métodos y propósitos de las ciencias exactas, que en realidad solo empobrecen la reseña y la labor del intérprete. Advierte Benet, sin embargo, que el exceso de incertidumbre también ha de ser evitado (y no caer en las faltas que comete Finnegan’s Wade), y asimismo reconoce que la ciencia, como discurso que realiza un acopio estadístico de la realidad natural, es en cierta medida como la magia, ya que ambas se nutren y alimentan de la imprevisibilidad genuina de los fenómenos. Magia y ciencia nacen del enigma, y aunque la literatura ha de apartarse del empeño de la ciencia por hallar una explicación a todo, coincide con esta en su dependencia de lo misterioso o ignoto. Si bien las concibe en una relación antagonista, en este punto Benet aúna ciencia y literatura, y exalta la necesidad de incertidumbre en nuestra labor humana, caldo de cultivo de los mejores progresos científicos y de las mejores piezas literarias: es la incertidumbre reinante en ellas la que permite su continua reinterpretación a lo largo de los siglos, sin que parezca que nunca se agote su caudal semántico.




 



Bibliografía

 

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  •  (1975). “Una eépoca troyana", en Ignacio Echevarría (ed.): cit., 225-240.
  •  (1986). “¿Y cuando ella...?", en Ignacio Echevarría (ed.): cit., 469-473.
  •  (1976). “¿Se sentó la duquesa a la derecha de Don Quijote?”, en Ignacio  Echevarría (ed.): cit., 241-269.
  • Echevarría, Ignacio (2012): “Prólogo", en Ignacio Echevarría (ed.): cit., 9-34. G arcía-Va l ero, Benito Elías (2015). La magia cuántica de Maruhi Mu- rakami. Las novelas del autor y la ciencia: ficción, era dtgitn/ y física cuántica, Madrid, Verbum.
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miércoles, 27 de diciembre de 2023

Correspondencia epistolar entre Juan Benet y Carmen Martín Gaite

 Historia de una correspondencia

Manuel Longares

Lo que resalta en la correspondencia epistolar entre Juan Benet y Carmen Martín Gaite recogida por José Teruel es el toque literario que proporcionan los interlocutores a los temas que tratan. No son cartas donde se hable de las familias respectivas o de problemas profesionales, pero cuando se abordan intimidades como la neurastenia o la depresión, el tono literario prevalece sobre la confesión o el desahogo impudorosos. Como si disertaran sobre el fenómeno ante un lector quisquilloso o un tribunal literario, en vez de contar algo que corresponde a su intimidad y les afecta vivamente.

El tema central en esta correspondencia es la literatura, la tarea a la que ambos escritores se dedican con entusiasmo o desánimo, según les afecten asuntos de trabajo (Benet) o la paralización típica del proceso creativo (Martín Gaite). Benet apunta una serie de temas a debatir entre ellos: el concepto de amor en el cancionero galaico-portugués, la interlocución literaria y «la heterogeneidad radical del destino y de la imaginación», Io que da idea de la dimensión que alcanzan estas cartas. Carmen y Benet comentan los inéditos del otro (Benet lleva cuatro redacciones de Volverás a Región, Gaite está con El proceso de Macanaz y Retahílas) y hablan del dogmatismo, el amor no correspondido, las tres edades de la voluntad, «la cultura de certamen», la distinción entre actuar y jugar y la obstrucción literaria: «del placer incomparable que produce inventar literatura —dice Gaite— y de la nostalgia de quien ha conocido tal placer».

Carmen Martín Gaite y Juan Benet: Correspondencia. Edición de José Teruel. Barcelona: Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2012.



Carmina, Carmiña y Calila, incluso madame Ferlosio, son los nombres con que Benet designa a su corresponsal. Martín Gaite, que empieza con un solemne: «Querido Juan Benet», suprime en sucesivas cartas el apellido y antepone el «mi» al «querido» para dirigirse a su colega. Ya hacia 1966, es decir, a los dos años de este intercambio, Benet firma como «El joven político jubilado» su carta a «la vieja rema». Algún otro juego literario se permitirán, así como el envío de dibujos y fotografías. De todo ello se ha servido José Teruel, estudioso de Carmen Martín Gaite y responsable de la edición de sus Obras completas, para construir el mundo de los dos escritores.

Porque la relación entre Carmen Martín Gaite y Juan Benet —él es dos años más joven que ella— supera el periodo de tiempo de su correspondencia. José Teruel calcula que se conocieron «en el umbral de 1950», en la tertulia vespertina del restaurante madrileño Gambrinus, a la que asistían sus compañeros de generación. Ambos colaboran en la Revista Española de Rodríguez Moñino, ella con un cuento y él con una obra de teatro, y pronto Carmen destaca en el panorama literario porque obtiene premios y publica novelas y cuentos, no así Benet que, «como escritor —escribe en una de estas cartas— no paso de ser un aficionado que no ha logrado sino despertar la atención de media docena de amigos».

1964: Tras diez años de distanciamiento Impuesto por sus respectivos quehaceres profesionales, el matrimonio Ferlosio-Gaite encuentra un día a Juan Benet muy cerca de su domicilio madrileño, en la calle de Goya esquina a Doctor Esquerdo. Son las cinco de la tarde, Benet sube a casa de sus amigos, y a las doce de la noche telefonea a su mujer anunciándole que se retrasa. Comentando esta reunión ha escrito Martín Gaite: «De lo que Juan tenía sed —se notaba enseguida— era de tertulia. De palabrapalabra». Lo mismo podía aplicarse Carmen con su pregonada «búsqueda de interlocutor». Y ya en marcha la correspondencia epistolar, que se extenderá a lo largo de sesenta y siete cartas, entre julio de 1964 y marzo de 1986, Martín Gaite hace una encendida defensa del género: «si se fomentara esta forma de trato tan desacreditada... se aprendería también a hablar y a escuchar más sosegadamente en las otras ocasiones, cuando te echaras a la gente a la cara».



José Teruel ha destacado la condición narrativa de esta correspondencia. En las cartas, en efecto, el lector asiste al nacimiento, consolidación y extinción de esta relación epistolar. Pese a su necesidad de conversación, Benet se muestra más descuidado en mantener este intercambio, que para Carmen Gaite tiene suma importancia. La insistencia de ella en contar con él y el distanciamiento de él desde que en el decenio de los ochenta se convierte en literato de moda y los escritores más jóvenes reconocen su magisterio, confluyen en el apagamiento de esta correspondencia, que el artífice de haberla reunido ha arropado con un cuerpo de notas suficiente y un prólogo aclaratorio. 

La paradoja del verdadero demócrata

 

‘La paradoja del verdadero demócrata’, un texto inédito de Juan Benet

Esta brillante reflexión sobre el ejercicio del poder apareció sin datar en una carpeta de borradores para la novela ‘En el estado’, publicada en 1977

El escritor Juan Benet, en 1980.
El escritor Juan Benet, en 1980.SIGFRID CASALS (COVER/GETTY IMAGES)

Te voy a revelar un secreto, le dice. Esa clase de secreto que más respeto merece pues con él no se oculta ni una falta ni un provecho. Más bien un recurso que protege una actitud y que al ser descubierto al tiempo que lo sublima la desmiente. Y por eso ha sido tan celosamente guardado.

Habrás oído decir que el verdadero demócrata no ansía el poder sino que más bien le repugna y que considerándolo como un mal menor y necesario no tiene otra opción que tratar no ya de hacerlo desaparecer sino de fragmentarlo lo más posible a fin de que sean muchas manos las que lo ostentan y por consiguiente resulte poco menos que imposible hacerse con él de manera absoluta. Tal fue, según he oído decir, el camino que siguieron las democracias ateniense, veneciana e inglesa, aquellas que buscaron y encontraron en el mar la fuente de su hegemonía. Según eso muchos han interpretado al demócrata como aquel que se propone la fragmentación del poder y la administración del mismo a cargo de un número de personas que en ningún caso se reducirá a una. Y el demócrata exige para sí una de esas clavijas del poder de la misma manera que permite que otras sean detentadas por otros siempre que respeten las reglas del juego. Tal es el supuesto ardid del demócrata pero aquel que lo es en verdad dista mucho de desear una fracción del poder, por muy exigua que sea.

El verdadero demócrata interviene en el juego competitivo del poder no tanto para ganarlo sino que para que lo ganen otros. Con el ardid del número y del sufragio, no intenta sino ser apartado del poder, puesto que siendo un hombre culto y respetuoso no puede aspirar a que sus opiniones sean compartidas por una gran mayoría. A fin de hacer posible el juego tiene que ocultar sus opiniones y ostentar otras que sean compatibles. Semejante comedia te lleva muchas veces al triunfo que en su fuero interno recusará y tratará pronto de que se vea interrumpido por un nuevo fracaso que le deparará la exposición de sus opiniones sinceras. El verdadero demócrata debe de estar en la oposición; debe de estar ejercitando la crítica, juzgando, censurando y a veces aplaudiendo. Pero le repugnará actuar porque siendo un hombre exigentemente educado nunca podrá estar seguro de sus convicciones si es que ha llegado a tener alguna firme. Entre las pocas que cree tener firmemente, es que las reglas del juego de la democracia deben de ser respetadas. Y él se presta al juego de la política no tanto para ganar el poder cuanto para que lo ganen aquellos que respetando también las reglas cuentan con opiniones y convicciones firmes. Sin embargo no es fácil para una misma persona tener esas opiniones firmes y respetar las reglas del juego; las opiniones cuanto más firmes son, más invasoras; y o bien se resquebrajan de una vez o bien la fuerza de convicción salta por encima de las reglas del juego; no es fácil contemplar cómo esas opiniones son derrotadas y mantener el talante sereno cuando la sociedad se extravía. Este es el momento que espera el verdadero demócrata. Repito, su presencia en el juego no es para ganarlo sino para moderarlo, para que mirándose en él los otros jugadores lo lleven a cabo correctamente. Y cuando uno se desmanda y aprovechándose del respeto de los demás gana el poder el verdadero demócrata prevalece. Diré más: su verdadero puesto es el exilio, allá donde sin posibilidad alguna de avanzar el poder arroja tal sombra sobre el tirano que éste poco a poco se democratiza. Semejante actitud no puede ser más atractiva ni más hipócrita; aureolado de esa elegante y desinteresada actitud de vez en cuando el verdadero demócrata gana algunos adeptos que contra su voluntad le obligan a triunfar. Ya se cuidará él de rectificar un error que el verdadero demócrata por sí mismo no cometería nunca. Porque con el tiempo de lo que se cuidará el verdadero demócrata es que ni siquiera sea atractivo; ha de ser un hombre feo, acre, desabrido y lo que puede perder por tosquedad lo ganará en altivez. Un hombre que se da muy pocas veces; que asoma incidentalmente en los libros de historia y de cuyo paso pocos autores dan noticia. Es un ave rara que se da en climas bastante fríos; y también por contraste en algunos muy secos. En España yo no he conocido ninguno.