miércoles, 27 de diciembre de 2023

Correspondencia epistolar entre Juan Benet y Carmen Martín Gaite

 Historia de una correspondencia

Manuel Longares

Lo que resalta en la correspondencia epistolar entre Juan Benet y Carmen Martín Gaite recogida por José Teruel es el toque literario que proporcionan los interlocutores a los temas que tratan. No son cartas donde se hable de las familias respectivas o de problemas profesionales, pero cuando se abordan intimidades como la neurastenia o la depresión, el tono literario prevalece sobre la confesión o el desahogo impudorosos. Como si disertaran sobre el fenómeno ante un lector quisquilloso o un tribunal literario, en vez de contar algo que corresponde a su intimidad y les afecta vivamente.

El tema central en esta correspondencia es la literatura, la tarea a la que ambos escritores se dedican con entusiasmo o desánimo, según les afecten asuntos de trabajo (Benet) o la paralización típica del proceso creativo (Martín Gaite). Benet apunta una serie de temas a debatir entre ellos: el concepto de amor en el cancionero galaico-portugués, la interlocución literaria y «la heterogeneidad radical del destino y de la imaginación», Io que da idea de la dimensión que alcanzan estas cartas. Carmen y Benet comentan los inéditos del otro (Benet lleva cuatro redacciones de Volverás a Región, Gaite está con El proceso de Macanaz y Retahílas) y hablan del dogmatismo, el amor no correspondido, las tres edades de la voluntad, «la cultura de certamen», la distinción entre actuar y jugar y la obstrucción literaria: «del placer incomparable que produce inventar literatura —dice Gaite— y de la nostalgia de quien ha conocido tal placer».

Carmen Martín Gaite y Juan Benet: Correspondencia. Edición de José Teruel. Barcelona: Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2012.



Carmina, Carmiña y Calila, incluso madame Ferlosio, son los nombres con que Benet designa a su corresponsal. Martín Gaite, que empieza con un solemne: «Querido Juan Benet», suprime en sucesivas cartas el apellido y antepone el «mi» al «querido» para dirigirse a su colega. Ya hacia 1966, es decir, a los dos años de este intercambio, Benet firma como «El joven político jubilado» su carta a «la vieja rema». Algún otro juego literario se permitirán, así como el envío de dibujos y fotografías. De todo ello se ha servido José Teruel, estudioso de Carmen Martín Gaite y responsable de la edición de sus Obras completas, para construir el mundo de los dos escritores.

Porque la relación entre Carmen Martín Gaite y Juan Benet —él es dos años más joven que ella— supera el periodo de tiempo de su correspondencia. José Teruel calcula que se conocieron «en el umbral de 1950», en la tertulia vespertina del restaurante madrileño Gambrinus, a la que asistían sus compañeros de generación. Ambos colaboran en la Revista Española de Rodríguez Moñino, ella con un cuento y él con una obra de teatro, y pronto Carmen destaca en el panorama literario porque obtiene premios y publica novelas y cuentos, no así Benet que, «como escritor —escribe en una de estas cartas— no paso de ser un aficionado que no ha logrado sino despertar la atención de media docena de amigos».

1964: Tras diez años de distanciamiento Impuesto por sus respectivos quehaceres profesionales, el matrimonio Ferlosio-Gaite encuentra un día a Juan Benet muy cerca de su domicilio madrileño, en la calle de Goya esquina a Doctor Esquerdo. Son las cinco de la tarde, Benet sube a casa de sus amigos, y a las doce de la noche telefonea a su mujer anunciándole que se retrasa. Comentando esta reunión ha escrito Martín Gaite: «De lo que Juan tenía sed —se notaba enseguida— era de tertulia. De palabrapalabra». Lo mismo podía aplicarse Carmen con su pregonada «búsqueda de interlocutor». Y ya en marcha la correspondencia epistolar, que se extenderá a lo largo de sesenta y siete cartas, entre julio de 1964 y marzo de 1986, Martín Gaite hace una encendida defensa del género: «si se fomentara esta forma de trato tan desacreditada... se aprendería también a hablar y a escuchar más sosegadamente en las otras ocasiones, cuando te echaras a la gente a la cara».



José Teruel ha destacado la condición narrativa de esta correspondencia. En las cartas, en efecto, el lector asiste al nacimiento, consolidación y extinción de esta relación epistolar. Pese a su necesidad de conversación, Benet se muestra más descuidado en mantener este intercambio, que para Carmen Gaite tiene suma importancia. La insistencia de ella en contar con él y el distanciamiento de él desde que en el decenio de los ochenta se convierte en literato de moda y los escritores más jóvenes reconocen su magisterio, confluyen en el apagamiento de esta correspondencia, que el artífice de haberla reunido ha arropado con un cuerpo de notas suficiente y un prólogo aclaratorio. 

La paradoja del verdadero demócrata

 

‘La paradoja del verdadero demócrata’, un texto inédito de Juan Benet

Esta brillante reflexión sobre el ejercicio del poder apareció sin datar en una carpeta de borradores para la novela ‘En el estado’, publicada en 1977

El escritor Juan Benet, en 1980.
El escritor Juan Benet, en 1980.SIGFRID CASALS (COVER/GETTY IMAGES)

Te voy a revelar un secreto, le dice. Esa clase de secreto que más respeto merece pues con él no se oculta ni una falta ni un provecho. Más bien un recurso que protege una actitud y que al ser descubierto al tiempo que lo sublima la desmiente. Y por eso ha sido tan celosamente guardado.

Habrás oído decir que el verdadero demócrata no ansía el poder sino que más bien le repugna y que considerándolo como un mal menor y necesario no tiene otra opción que tratar no ya de hacerlo desaparecer sino de fragmentarlo lo más posible a fin de que sean muchas manos las que lo ostentan y por consiguiente resulte poco menos que imposible hacerse con él de manera absoluta. Tal fue, según he oído decir, el camino que siguieron las democracias ateniense, veneciana e inglesa, aquellas que buscaron y encontraron en el mar la fuente de su hegemonía. Según eso muchos han interpretado al demócrata como aquel que se propone la fragmentación del poder y la administración del mismo a cargo de un número de personas que en ningún caso se reducirá a una. Y el demócrata exige para sí una de esas clavijas del poder de la misma manera que permite que otras sean detentadas por otros siempre que respeten las reglas del juego. Tal es el supuesto ardid del demócrata pero aquel que lo es en verdad dista mucho de desear una fracción del poder, por muy exigua que sea.

El verdadero demócrata interviene en el juego competitivo del poder no tanto para ganarlo sino que para que lo ganen otros. Con el ardid del número y del sufragio, no intenta sino ser apartado del poder, puesto que siendo un hombre culto y respetuoso no puede aspirar a que sus opiniones sean compartidas por una gran mayoría. A fin de hacer posible el juego tiene que ocultar sus opiniones y ostentar otras que sean compatibles. Semejante comedia te lleva muchas veces al triunfo que en su fuero interno recusará y tratará pronto de que se vea interrumpido por un nuevo fracaso que le deparará la exposición de sus opiniones sinceras. El verdadero demócrata debe de estar en la oposición; debe de estar ejercitando la crítica, juzgando, censurando y a veces aplaudiendo. Pero le repugnará actuar porque siendo un hombre exigentemente educado nunca podrá estar seguro de sus convicciones si es que ha llegado a tener alguna firme. Entre las pocas que cree tener firmemente, es que las reglas del juego de la democracia deben de ser respetadas. Y él se presta al juego de la política no tanto para ganar el poder cuanto para que lo ganen aquellos que respetando también las reglas cuentan con opiniones y convicciones firmes. Sin embargo no es fácil para una misma persona tener esas opiniones firmes y respetar las reglas del juego; las opiniones cuanto más firmes son, más invasoras; y o bien se resquebrajan de una vez o bien la fuerza de convicción salta por encima de las reglas del juego; no es fácil contemplar cómo esas opiniones son derrotadas y mantener el talante sereno cuando la sociedad se extravía. Este es el momento que espera el verdadero demócrata. Repito, su presencia en el juego no es para ganarlo sino para moderarlo, para que mirándose en él los otros jugadores lo lleven a cabo correctamente. Y cuando uno se desmanda y aprovechándose del respeto de los demás gana el poder el verdadero demócrata prevalece. Diré más: su verdadero puesto es el exilio, allá donde sin posibilidad alguna de avanzar el poder arroja tal sombra sobre el tirano que éste poco a poco se democratiza. Semejante actitud no puede ser más atractiva ni más hipócrita; aureolado de esa elegante y desinteresada actitud de vez en cuando el verdadero demócrata gana algunos adeptos que contra su voluntad le obligan a triunfar. Ya se cuidará él de rectificar un error que el verdadero demócrata por sí mismo no cometería nunca. Porque con el tiempo de lo que se cuidará el verdadero demócrata es que ni siquiera sea atractivo; ha de ser un hombre feo, acre, desabrido y lo que puede perder por tosquedad lo ganará en altivez. Un hombre que se da muy pocas veces; que asoma incidentalmente en los libros de historia y de cuyo paso pocos autores dan noticia. Es un ave rara que se da en climas bastante fríos; y también por contraste en algunos muy secos. En España yo no he conocido ninguno.

sábado, 9 de diciembre de 2023

Asomarse al otro lado - Miguel Barrero


   

Asomarse al otro lado

Asomarse al otro lado

Memoria de un puerto

Para los asturianos el puerto de Pajares venía siendo hasta ahora una frontera, pero también una suerte de barrera protectora. Sus montañas de hechuras mitológicas, la niebla eterna que las envuelve en cualquier época del año, las nieves que se prenden a sus cumbres con los primeros aires del invierno y permanecen en ellas hasta que agoniza la primavera, alimentaron el mito del territorio inexpugnable que no se corresponde del todo con la realidad histórica —en Asturias penetraron los romanos y los musulmanes, desde aquí se establecieron relaciones con la corte de Carlomagno en Aquisgrán y se enviaron embajadores a Inglaterra para recabar apoyos frente a Napoleón; también fue éste el lugar de España que primero acogió las brisas vivificadoras de la Ilustración y desde aquí, en fin, se irradió aquella luz solidaria a la que cantó Chicho Sánchez Ferlosio—, pero en el que nos gusta recrearnos cuando cedemos a la tentación de sucumbir a nuestras veleidades más chovinistas. El puerto de Pajares también era hasta ahora el responsable de que los desplazamientos por tren a la meseta se alargaran durante un tiempo que a los foráneos les resultaba inverosímil y que convertía los trayectos a León, Valladolid, Madrid o más allá en una pequeña odisea que convenía afrontar con el alma apaciguada y las prisas abolidas. La tardanza, al fin y al cabo, tenía recompensa: durante esa hora larga que los vagones empleaban en subir dificultosamente la endiablada rampa, a una velocidad que nunca superaba los treinta o cuarenta kilómetros por hora, los teléfonos móviles se quedaban sin cobertura y el paisaje regalaba unas vistas portentosas que permitían a uno olvidarse de la finalidad de su viaje y atender a los prodigios que brindaba el viaje mismo. En lo alto, a punto de llegar a la cima, los más avezados permanecíamos atentos para distinguir, al otro lado de la ventanilla, la silueta desvaída de la antigua estación, abandonada mucho tiempo atrás, que observaba silenciosa las idas y venidas de unos trenes que ya no la tenían en cuenta. En más de una ocasión me acordé, en el transcurso de tan tortuoso periplo, de Juan Benet y del tiempo que pasó trabajando en esos mismos parajes, cuando rondaba los treinta años de edad e iba apuntalando su carrera como ingeniero al tiempo que daba forma a otra vocación más íntima que comenzó a cristalizar entre estos montes. Había publicado entonces una pequeña obra teatral y un libro de cuentos cuya edición había costeado él de su propio bolsillo, y empleaba las horas de ocio que le permitían sus labores enfrascándose en la lectura de los libros que llevaba consigo y que le hacían compañía en unas noches norteñas que imagino tan oscuras como gélidas. En algún momento, probablemente mientras tomaba una copa al filo del atardecer en la cafetería del parador de Pajares, se puso a tomar unas notas con las que pretendía dar con la razón que llevaba a que a él le parecieran insoportables las tragedias de Racine que, sin embargo, adoraba Proust. Comenzaba a nacer en aquel momento uno de los ensayos más importantes de la literatura española del siglo XX, en tanto que suponía una impugnación a la mayor parte de cuanto se había escrito en el país durante los siglos anteriores, pero también una declaración de principios de alguien que se proponía recuperar unos mimbres que, según su criterio, se habrían ido descomponiendo a partir del Siglo de Oro: «El escritor español del siglo XVI en adelante le vuelve definitivamente la espalda al estilo noble —el grand style que dicen los ingleses— para regocijarse con las delicias, de diversa índole, del costumbrismo.» La inspiración y el estilo se publicó en 1965 y generó en determinados círculos intelectuales la controversia que a partir de entonces acompañaría todos y cada uno de los títulos que iría dando a imprenta su autor, un Benet decidido a renovar las letras españolas por el método de elevarlas sobre esa querencia costumbrista que él repudiaba y que habría tenido en Galdós a uno de sus mayores exponentes. El ensayo, tal y como explicó en su día Francisco García Pérez, uno de los mayores expertos en el corpus benetiano, se propone «indagar la razón por la cual, la contrario que en otros países, se produjo en España este rebajamiento, esta «recaída en el tipismo, la vuelta rastrera a las esencias regionales, la consagración del lenguaje en los altares del costumbrismo, el abandono definitivo de todo apetito de grandeza» como «resultado de una mentalidad que quiso enseñarlo todo, pero que se olvidó de que para hacerse entender era menester también inventar un lenguaje de persuasión», un estilo». Me resulta curioso que la reedición de ese ensayo en el sello Debolsillo coincida con la inauguración de la variante ferroviaria que expulsará definitivamente a los trenes de esa rampa de Pajares que tan próxima se encuentra al parador donde alumbró Benet sus primeras conclusiones. Desde su faceta de ingeniero, él habría disfrutado conociendo ese túnel que perfora los montes y abre un camino nuevo y directo para las mercancías y las personas. Pero, dada su afición impenitente por los viajes largos e intrincados —y preferiblemente invernales—, puede que también hubiese llegado a la conclusión de que había algo importante que se sacrificaba en los altares del progreso. Quizá esa ventana abierta al tiempo muerto que le permitió ponerse a pensar en un velador solitario de un hospedaje medio vacío, coger papel y bolígrafo y bosquejar unas palabras que explicaran cómo era que a él le inspiraba tanto sopor Racine y, en cambio, disfrutaba como un niño con las novelas de Stevenson, y dejar que en esa pregunta se asentaran los cimientos de una obra irrenunciable.


domingo, 24 de septiembre de 2023

Juan Benet y el Teatro


 


                                             Juan Benet y el Teatro


   Desde bien pequeños mis hermanos y yo fuimos testigos del Juan Benet teatral en su faceta más completa: guionista, actor, escenógrafo, director de escena e incluso...acomodador. Nuestro padre, al que llamábamos siempre don Juan, nos instruía antes de la representación que íbamos a presenciar: cuándo guardar silencio o aplaudir cuando nos hiciera una reverencia; también captaba toda nuestra atención al mantener conversaciones con personajes tan variopintos e imaginarios como "Fantomas", "Altotas" o "Manotas", o al representar a un difunto, al profesor "Calefato", que hacía "rascar" las cuerdas de su violín o a un revisor de la Renfe reclamando los billetes a los viajeros en un vagón de tren; estas sesiones eran habituales en fiestas y sesiones familiares.

 De hecho, en casa hubo siempre una cómoda cuyos cajones contenían todo tipo de sombreros y complementos para las representaciones.




 Hacia 1950, con poco más de veinte años, Benet se une a un grupo muy peculiar: la Orden de Caballeros de don Juan Tenorio, fundada en el restaurante Labra de Madrid y formada por quince caballeros entre los que se encuentran Fernando Chueca, Antonio Díaz Cañabate, Alfonso Buñuel, Julián Marías, Paulino Garagorri, José Camón Aznar y Antonio Garrigues, algunas damas como Ana María Custodio, Mari Luz Galicia o Nuria Jordana, y gobernada por un Comendador, Pepín Bello. 




Dicha Orden convoca un premio anual "El Gran Premio Mejía de teatro íntimo y personal", cuya primera convocatoria gana un jovencísimo Juan Benet con su obra "El burlador de Calanda", interpretada en el Mesón Fuencarral el 29 de noviembre de 1952:

El torero Domingo Ortega.....Don Juan Tenorio
Fernando Chueca...................El burlador de Calanda 
Alfonso Buñuel......................Ricardo Wagner
Severino Bello........................Criado primero
Carlos Arniches......................Criado segundo 
Nuria Jordana.........................Inés 
y el propio Benet....................Marinero



  


Las representaciones van acompañadas de una cena penitencial de la Orden que consiste  en sopas de ajo, lubina del pescador, sombras de perdiz, tartas del purgatorio, café y licores.












  Dos años más tarde llega la segunda contribución de Benet a la Orden de los Caballeros de Don Juan Tenorio con la obra "El salario de noviembre", estrenada en diciembre de 1954 en la "Hostería del Estudiante" de Alcalá de Henares, un claro homenaje a la obra de José Zorrilla, con la que volvió a obtener el Premio Mejía, cuyo elenco lo formaban:

    Antonio Díaz Cañabate.............Imbécil primero
    Alfonso Buñuel..........................Imbécil segundo
    Juan Benet................................Imbécil tercero
        Antonio Berdegué................Imbécil cuarto
    Domingo González Lucas..................Don Alonso de Ulloa
    Fernando Chueca............................Don César Tenorio
Miroslava Stern y su maniquí..Una mujer
Nuria Jordana....................Beatriz
Paulino Garagorri...............................Un fraile vendido

INVOCACIÓN PRELIMINAR

Es de ritual, en esta nuestra orden de Caballeros de Don Juan Tenorio, reunirnos todos en este exótico convite bajo el signo del novembrino mes, cuando las urnas mortuorias se abren en su macabra primavera y los muertos se hallan más vivos que de costumbre, para honrar con una representación teatral, de orden funeral, la memoria de nuestro héroe y muy querido amigo....


En 1953 se publica en el nº 4 de la "Revista Española" la pieza de teatro en dos actos titulada "Max", impreso en Gráficas Celarayn, que se vendió a un precio de 50 pesetas de la época.  La acción se desarrolla en el circo donde destacan dos personajes: Max, un equilibrista incapaz de realizar el salto mortal que se propone como único objetivo y un Empresario cruel, cínico y explotador. En 1980, el escritor Juan Benet, además de la carta con sus recuerdos leoneses, cedió al grupo Margen los derechos de publicación de «Max»,


ACTO PRIMERO

(Al levantarse el telón corren hacia el foro los últimos tontos dando volteretas, mientras los tramoyistas ajustan las torres y tensan los cables. El escenario representa el semianfiteatro de un circo repleto de su propio PÚBLICO que mira al espectador; la pista está más iluminada que las graderías y el PÚBLICO apenas se distingue a través de una penumbra de humo, cigarros y murmullos. Suena la música, que pasa de un ritmo acelerado a otro más lento y vehemente. El PÚBLICO abarrota el circo; se hace un silencio, se apagan las luces generales y un foco ilumina un círculo en el centro de la pista --polvo amarillo, cruda atmósfera--, adonde se adelanta el EMPRESARIO.)

1957: Benet le escribe trece folios manuscritos a Pepín Bello, el Comendador de la Orden de caballeros de Don Juan Tenorio, donde relata un disparatado viaje imaginario de un grupo de españoles, de apellido valenciano, invitados por la Comisión Fallera del Soviet Supremo, por la casi totalidad de Rusia: de Ponferrada a Valladolid para acabar  en Rusia. 


En 1958 aparece la primera composición teatral larga "Anastas o el origen de la Constitución", alegoría sobre la dictadura y el poder absoluto, con el que se presenta al certamen de teatro Valle-Inclán, convocado por la compañía Dido, pequeño Teatro de Madrid, en cuyo jurado están Alfonso Sastre, José María del Quinto o Antonio Buero Vallejo.




                                                                                                                                          
La acción transcurre en el Salón del trono del rey Anastas. Los personajes:

El rey Anastas
Gaspar, camarero de Anastas
Ruytelán, ministro
Tioda, ministro
Micaure, ministro
Caucas, ministro
Stratos, ministro
La sombra del rey Phocas


El Salón del Trono es una habitación casi totalmente desnuda: en el centro se halla el Trono, sobre un escabel ordinario, un sillón de madera bastante viejo, de estilo español, con un almohadón muy usado de terciopelo rojo. El único motivo de decoración de todo el salón es la reproducción a escala natural del cuadro Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros, colgado encima del Trono. A la derecha, adosado a la pared, hay un pequeño lavabo de un solo grifo, un toallero con un par de toallas sucias y una repisa con un poco de jabón y estropajo. Delante del Trono hay una larga y sencilla mesa de madera, exenta de todo objeto, y alrededor de ella unas cuantas sillas heterogéneas en las que se sienta el Consejo de Ministros. En ambos laterales hay una puerta y en el izquierdo un perchero.
Es el final de una tarde de verano de sofocante calor.



Anastas o el origen de la constitución. Reflexiones escénicas sobre el poder.
 María del Carmen Bobes Naves, Universidad de Oviedo

De 1959 es la pieza titulada "El último homenaje", escrito a dos manos entre Benet y José Bello y cuyos personajes son 

José, el maestro
El Gibia, mozo de estoques
El Sr. Placenta, aficionado y seguidor de José
Don Cipriano Callé, hombre de negocios taurinos
La Bisbal
Directivo primero, de la peña "José"
Directivo segundo, de la peña "José"
    Directivo tercero, de la peña "los del 4"

La acción en la época actual. La escena representa una habitación del único hotel de Primera Categoría, aunque bastante anticuado: una cama grande, con los frontales de tubo dorado, una mesilla de noche con tablero de mármol donde hay una taza de café puro, una copa de coñac, un paquete de cigarrillos emboquillados -uno de ellos encendido sobre el cenicero-, un encendedor de oro y un reloj-estuche. Sobre la cabecera de la cama un gran crucifijo y sobre un anticuado tocador de taracea, un retablo de cartón con muchas estampas piadosas. Sobre un recamier raído está extendido, con sumo cuidado, todo el traje del diestro. Es un mediodía de mucho calor.
    

En 1960 y conmemorando el décimo aniversario de la Orden se publica "Teatro civil (1949-1959)" que recopila obras como "El burlador de Calanda" o "El salario de noviembre", con una tirada de doscientos cincuenta ejemplares numerados.


En 1963 escribe una breve obra teatral "El entremés académico: un fraude de amor", escrito para la Navidad de Munárriz, palacio que el arquitecto Fernando Chueca tenía en Toledo y punto de reunión de los miembros de la Orden. Se trata de una farsa con tres personajes: El académico, la Calores y el Negro.

"El preparado esencial", "especialmente escrita para la Navidad de Coria, del año 1965, y al gusto castellano". La acción de la misma se desarrolla en Coria durante el agitado otoño de 1873, siendo Presidente del Poder Ejecutivo de la Primera República española don Nicolás Salmerón. Se representa con estricta sujeción a las reglas del arte dramático
y cuyo reparto por orden de aparición en escena es:

                 José Antonio Sánchez Ferlosio.........Jacinto
                 Carmen Martín Gaite........................Elvira
                 Rafael Sánchez Ferlosio...................El doctor Calandre
                 Javier Pradera...................................Don Gregorio Pradera
                 Juan Benet........................................Eduardo Torrens
                 Gabriela Sánchez Ferlosio...............La prima Pilar
                        


La segunda obra larga del teatro de Benet es "Agonía confutans", acabada en 1966,  aparece por primera vez en el número 236 de la revista Cuadernos  Hispanoamericanos en 1969, obra en dos actos y con tres personajes: Corpus, Portes y El Censor

                                
PRÓLOGO
ELCENSOR: Señores: en vista de las crecientes dificultades que presenta el negocio de la escena, hemos decidido simplificar muchas cosas. Así pues, para una mayor claridad y mejor comprensión de la representación se ha prescindido de la continuidad de las escenas. Por consiguiente, éstas se desarrollarán de acuerdo con un orden, aunque un tanto arbitrario. En cuanto a los actos, que son dos, se puede decir que la ordenación adoptada no es rigurosa porque es indiferente al carácter de la obra; si así se desea se puede invertir y de esa forma, sin alterar el ambiguo significado de la comedia, se modifican sus matices...
                             

(En 1995 el director teatral francés Daniel Zerki sube "Agonía Confutans" a las tablas del teatro MC 93 Bobigny, a las afueras de París)


En 1967 escribe "Un caso de conciencia", "un drama de costumbres o alta comedia" escrito         en dos actos y cuyos personajes son:
El Sr. Arnau
Carmen, su hija
Julián, su marido
Adela, una sirvienta
La sombra del Guarda

En ambos actos el decorado representará el salón principal de la casa Arnau, el hogar confortable y espacioso de un caballero de provincias, ya de cierta edad, bastante adinerado. Se trata siempre de una tarde luminosa y cálida, precursora del verano.

1970: Se termina de imprimir "Teatro", volumen que recopila "Anastas o el origen de la constitución", "Agonia confutans" y "Un caso de conciencia", editada por Siglo XXI con una tirada de tres mil ejemplares.



Con prólogo de Vicente Molina Foix en el que afirma que "Juan Benet tenía un alma teatral en un cuerpo matemático", y la edición a cargo de Miguel Carrera Garrido, Siglo XXI de España Editores, S.A. publica en 2010 "Teatro completo", una recopilación de trece piezas teatrales, de las que seis ya habían sido publicadas (El burlador de Calanda, El salario de Noviembre, Max, Anastas o el origen de la Constitución, Agonía Confutans y un caso de conciencia); el resto son textos inéditos, a saber: El preparado esencial, El último homenaje, El entremés académico: un fraude del amor, El verbo vuelto carne, El Barbero y el Poeta, Apocación y la inconclusa "El caballero de Franconia".

              


                                       







sábado, 27 de mayo de 2023

La novela ombligo: Autoconsciencia, metaliteratura y expansión epistemológica en la narrativa de Juan Benet

 LA NOVELA OMBLIGO: AUTOCONSCIENCIA, METALITERATURA Y EXPANSIÓN EPISTEMOLÓGICA EN LA NARRATIVA DE JUAN BENET

 Jorge Machín Lucas 

(University of Winnipeg) 

RESUMEN: En el presente artículo se va a discutir el carácter autoconsciente de la narrativa de Juan Benet, cómo desde su propio carácter autorreferencial se pueden detectar datos metaliterarios que nos conducen a ver su apuesta por un nuevo tipo de novela frente a los métodos deudores del positivismo, del realismo, del naturalismo y del costumbrismo decimonónicos y de postguerra. Se estudiarán para ello los siguientes aspectos: 1.- el estilo depurado, 2.- la ausencia de un narrador estable y omnisciente compensada por la pluralidad de puntos de vista y de voces narrativas, 3.- los monólogos o diálogos que actúan como si fueran monólogos, 4.- la mezcla architextual de géneros en muchas de sus novelas, 5.- el valor y estructura de las digresiones, 6.- la “falta de decorum” en los parlamentos de los personajes por la cual todos hablan como el autor y se erigen en portavoces y en símbolos de su ideología irracionalista, 7.-el diálogo intertextual con la crítica y 8.- la disposición del cronotopo ficticio. Para ello se estudiarán gran parte de sus novelas y de sus ensayos, entre los que destacan Volverás a Región, Una meditación, Un viaje de invierno, La otra casa de Mazón, Saúl ante Samuel, Herrumbrosas lanzas y La inspiración y el estilo. También se usarán sus entrevistas y la crítica más conveniente al respecto. 

Palabras clave: Juan Benet; narrativa; autoconsciencia; autorreferencialidad; metaliteratura  

ABSTRACT: In this article, I am going to discuss the self-conscious character of the narrative of Juan Benet and how from its own self-referential character one can detect metaliterary data that can lead us to see his bet for a new kind of novel that is opposed to the positivistic, realistic, naturalistic and literature of manners methods from the nineteenth century and from the Spanish Civil War postwar. I am going to study the following aspects: 1.- Benet’s refined style, 2.- the absence of a stable and omniscient narrator compensated by a plurality of points of view and of narrative voices, 3.- the monologues and dialogues that function as monologues, 4.- the architextual mixture of genres in many of his novels, 5.- the value and structure of the digressions, 6.- the “lack of decorum” in the speeches of the characters in which all of them talk similarly to the author and become representatives and symbols of his irrationalistic ideology, 7.-the intertextual dialogue with its critics and 8.- the disposition of the ficticious chronotope. For this, I will study many of his novels and essays, the most important of which are Volverás a Región (Return to Region), Una meditación (A meditation), Un viaje de invierno (A Winter Trip), La otra casa de Mazón (The Other House of Mazón), Saúl ante Samuel (Saúl in front of Samuel), Herrumbrosas lanzas (Rusty Spears) y La inspiración y el estilo (Inspiration and Style). In addition, I am going to use his interviews and his critics. Keywords: Juan Benet; narrative; self-consciousness; self-referentiality; metaliterature 


“En el seno de una obra armoniosa, lúcida y lógica, se oye a veces una voz de protesta contra ese mismo orden, una voz de acentos y timbres muy personales que escuchada con atención nos viene a decir qué frágil y qué insatisfactorio puede ser para el propio creador el orden de su universo.” Juan Benet. La inspiración y el estilo, 1973. 42.  


La narrativa de Juan Benet (1927-1993) es netamente autoconsciente, autorreflexiva y autorreferencial de un nuevo proyecto pedagógico, el de elevar el nivel del lector desde una mayor complejidad literaria. A saber, se remite y reflexiona sobre su trascendencia como texto desde la inmanencia de la conciencia del autor para educar y crear un más refinado lector. Es toda una metanovela o navel novel (“novela ombligo”) que mientras discute temas de la historia de España y realidades universales en clave de ficción y que mientras crea nuevo conocimiento paralelo a lo perceptible también está refiriéndose a sí misma, está aludiendo a su propia naturaleza creadora y a sus estrategias o preferencias discursivas, estilísticas, temáticas y estructurales. Es, para Minardi, un condensado ideológico, una reflexión programática hacia el futuro, una “matriz de conocimiento” del pasado y del presente (180, 198). Esta expansión o (re)creación epistemológica se articula desde la narrativa y el ensayo en su intento de oponer una nueva ideología y estética literaria frente a los monótonos y superficiales discursos, nunca suficientemente científicos, racionales y referenciales, del positivismo, del realismo, del naturalismo y del costumbrismo decimonónicos, del realismo social de posguerra y de lo que entendemos como la razón convencionalmente pactada por los humanos, que es la del statu quo que favorece a unos pocos y que mantiene a duras penas a muchos. 


Benet creía que estos sistemas de pensamiento y de arte han fallado en su intento de explicar la realidad ya que inevitablemente la han tenido que sintetizar, seleccionar y depurar para darle cabida en las limitaciones del lenguaje y en las de la estructura literaria. Aparte, según él han ignorado toda aquella realidad que escapa a la percepción, la que reside en las así denominadas como “zonas de sombras” benetianas. Y no solo eso, para el autor de Región también han preterido el estilo, lo más único, en favor del argumento, lo más trillado. Todo ello y una literatura realista que se pliega a las demandas, por razones comerciales, de un lector que mayoritariamente, por falta de educación literaria, pide entretenimiento, evasión y la reproducción de su mundo cotidiano que le suponga unos mínimos de esfuerzo intelectual, ha creado un lector conformista e incapaz de cuestionarse su realidad y su tiempo. 


 La autoconsciencia del autor con respecto a su propuesta de ficción y de nueva pedagogía desde otra cara de la realidad es radical en el caso benetiano. Este trató de desvincularse al máximo de lo referencial, de lo verosímil y del referente histórico tanto como del compromiso social, del testimonio o de lo documental. Certificar el valor catastral de la literatura, algo que le reprochaba a Galdós y a los realistas del XIX en general, es contrario al auténtico impulso creador y lo coarta. Eso pertenece mayoritariamente a otras disciplinas y anula el poder generador o (re)creador de nuevas realidades que posee el arte. Este es un intento de construir un mundo alternativo, alegal, no contemplado por lo que denominamos como legal, término insuficiente semánticamente, por desconocimiento. Es un nuevo espacio epistemológico al que se llama equivocadamente irreal ya que es una prolongación de lo aparentemente real no descubierta todavía por la limitada mente humana en estado de evolución. Esta es la clave de su proyecto de educación del lector: hay que desvelar otro espacio que está más allá de lo visible pero que puede ser conceptualizable tanto como demostrar errores de base en el ya recibido por la tradición. Ello se expresa en su obra narrativa de manera tanto directa (alusiones metaliterarias) como indirecta (estrategias de construcción literaria, lo que sugiere o se infiere de su plasmación en el texto). 

 Por ende, Benet relativiza el concepto de lo real y busca mostrarnos que hay más realidad de la que vemos desde la creación literaria. De ella pueden surgir o derivarse las claves de nuevos y útiles conocimientos. Para ello, articula su obra como una fuente artificial de la que dimane un proyecto paralelo a lo real imperceptible pero que se puede intuir o pensar. Ello no es tan difícil ya que de hecho en sí el arte y su naturaleza forman parte de esa realidad escondida. De este intento Benet deja diseminadas las marcas de su conciencia de autor por doquier. Se va a analizar las más importantes, inspirado este artículo por la propuesta de Jonathan Mayhew que, desde la poesía en su Poetics of Self-Consciousness, indaga y analiza un estadio autoconsciente de escritura por parte de ciertos poetas  hispanos en los que cree que hay una poética explícita o implícitamente articulada en su propia obra (11). En este caso, este método se aplicará sobre la narrativa. 

1.- Benet hace uso de estilos depurados y variados frente a una realidad que es poliédrica e indefinible y que tiene muchas caras todavía por descubrir. Estas se irán revelando progresivamente a medida que evolucionen la mente humana y la ciencia. Con esos estilos el autor trata de representar, si bien superficialmente, lo inefable y los claroscuros de una realidad multiforme. De este modo, muestra una autoconsciencia metaliteraria ya que a la hora de pensar, germinar y articular esos modos de dicción está proponiendo las claves de un sistema alternativo al del realismo del que abjura. Esto se aprecia en cómo lo formuló en uno de sus libros ensayos, La inspiración y el estilo (1965):

     “[…] el hombre de letras no tiene otra salida que la creación de un estilo. Ninguna barrera puede prevalecer contra el estilo siendo así que se trata del esfuerzo del escritor por romper un cerco mucho más estrecho, permanente y riguroso: aquel que le impone el dictado de la realidad. Es un esfuerzo inaudito porque la realidad que le rodea es infinita en extensión y profundidad. Esa realidad se presenta ante el escritor bajo un doble cariz: es acoso y es campo de acción. […] ¿Qué barreras pueden prevalecer contra un hombre que en lo sucesivo será capaz de inventar la realidad?” (179-180). 


Esa variedad y mezcolanza, altamente elaborada y paródica, es de carácter (re)creador de realidades y selectiva en su peculiar apuesta de ficción. Combina lo prosaico, lo poético, lo dramático, lo filosófico especulativo, lo psicológico, lo científico y técnico y lo metatextual. Ellos, con su sabio uso de la ironía y en un aviso de la naturaleza impostora del texto y del discurso frente a los conceptos de verdad y de realidad negociados socialmente, pretenden “desrealizar” y depurar la base referencial e histórica, que queda finalmente en anécdota mínima, para trascenderla hacia una nueva o desconocida realidad. Además, se pretende así no solo abrir un nuevo estilo alternativo sino también un nuevo sistema de conocimiento ulterior o superior a lo perceptible. Así pues, las novedosas técnicas y formas utilizadas, con un nuevo vocabulario infestado de tecnicismos, cultismos y 6 neologismos y con figuras retóricas y estilísticas varias, no se asocian a significados convencionales o ya manidos y pueden remitir a ese nuevo espacio-tiempo referencial. Asimismo, el barroquismo, la sintaxis alambicada, la proliferación de subordinadas, los largos párrafos, las frases largas, los paréntesis, los circunloquios, las inauditas comparaciones y metáforas, las paradojas, los oximorones -que sintetizan nuevas ideas desde la interacción entre una tesis y una antítesis-, las personificaciones o la animación de los paisajes exterior y de la conciencia, entre otros, sirven para expresar lo más inefable de la memoria. En resumidas cuentas, al tensar las cuerdas del lenguaje y de la expresión se pretende percibir y expresar más desde la intelección teniendo en cuenta el particular horizonte de expectativas de cada lector, la tradición de la que bebe y las formas del mensaje emitido por cada autor. 

2.- La ausencia de un narrador estable y omnisciente o de una uniformidad de personas y voces narrativas es otra marca de esa autoconsciencia y autorreflexividad metaliterarias. El autor expresa a través de estos constructos artificiales su creencia de que la realidad no existe ni es representable como tal por completo y por eso multiplica las ópticas y enfoques. Afirma, además, la pluralidad de puntos de vista que negocian entre sí la realidad compartida que hemos aprendido y que se sintetizan a través del pacto de una razón que, como tal síntesis, es teórica, artificial e incompleta. Esta no es imagen de la realidad ni de la verdad absolutas, es tan solo una escenificación de ellas para tratar de complacer a todos en unos mínimos mientras se mantiene el statu quo de dominación de unos pocos sobre el resto. El descentramiento, la fragmentación y la atomización de los puntos de vista, de los estilos y de los modos del discurso hacen alusión al carácter selectivo, impostor y multiforme de la realidad en sí. Son las múltiples formas de narrar la realidad desde la percepción de una pluralidad de seres. Es un ejemplo de pensamiento plural que Benet quiere insuflar a la nueva narrativa que se ha de oponer al realismo social imperante. 

Nada más contrario a una hermenéutica es lo que hace Benet. Ella iría de lo histórico a lo universal para encontrar el método que nos lleve a la verdad. Él, sin embargo, va de lo histórico a lo relativo, a lo irreal, a lo autorreferencial y a lo 7 metaliterario para demostrar que verdad y método no son totales, absolutos ni sistemáticos y que lo que se busca en literatura es crear una realidad paralela posible que nos ayude a explicar mejor la convencional negociada por los humanos. Por consiguiente, Benet muestra cómo puede articularse una alternativa a los limitados y falaces modos de representación del realismo y cómo esta puede adquirir sustancia propia de realidad más allá de lo perceptible por los sentidos aunque esto se pueda intuir, sea conceptualizable y sea expresable. La obra reflexiona desde esos múltiples narradores impostados sobre su propia naturaleza distorsionadora de lo real y sobre su capacidad de generar nuevo conocimiento desde la síntesis artística de muchos focos de pensamiento tutelados por la experiencia personal y cultural del autor. 

  En suma, esta dispersión polifónica de voces y de estilos, centralizada por una instancia superior que constituyen tanto el autor como su producto el texto, nos remite a la variabilidad de percepciones de varios emisores, de tipos sociales (re)construidos, de hipotéticos lectores, a su contacto con y a su transformación de la historia y de la intertextualidad y a todo un proyecto antirrealista y contrario a todo compromiso o testimonio histórico en literatura. Este proyecto supone la afirmación del carácter eminentemente heurístico – indagatorio y de descubrimiento- y autorreferencial de lo narrado aunque parta de las bases de una fluctuante realidad negociada por los humanos como ética de mínimos y como pacto para reducir en lo posible agresiones entre grupos de poder, culturales o religiosos. 

3.- Los monólogos o los diálogos que son monólogos son otro mecanismo literario que el autor usa para demostrar su deliberado plan para articular una estética y una ética literarias que pueda aproximarse a aquella parte de realidad que ignora el realismo. Un ejemplo del primer tipo, de monólogos puros, es el modo indirecto de autoconsciencia metaliteraria que se aprecia en el texto continuo de Una meditación (1970), que pretende erigirse en representación lo más fidedigna posible de una memoria infiel a la verdad y a lo sucedido. Con él, el narrador evocador realiza un discurso pretendidamente reminiscente y de tipo metaliterario que simula imitar los continuos del fluido expresivo de la mente en estado de  obsesión (un largo párrafo de 329 páginas sin capítulos ni puntos y aparte, estructura ideada para representar el libre flujo de la memoria) y los discontinuos del recuerdo (dudas, olvidos, omisiones, mixtificaciones, repeticiones obsesivas, engaños de la memoria…). Este discurso está entre el monólogo más pretendidamente realista y el soliloquio más depurado. En la misma novela, el acerbo monólogo del tío Ricardo, todo un planctus, un discurso estoico que enuncia mientras oye noticias del conflicto bélico a través de la radio, va de lo particular regionato de su historia y de la Guerra Civil en concreto a consideraciones universales y míticas sobre la naturaleza humana (en Una meditación, 40-47, 89- 90 y 217-219). Es la voz de la conciencia universal, española y de la Región que Benet ha creado. Del segundo tipo, diálogos que en realidad son monólogos, es la conversación de sordos que hacen Marré Gamallo y el doctor Daniel Sebastián en Volverás a Región (1967), que apenas se escuchan ni conectan sus ideas en muchas ocasiones. 

 Otras estrategias narrativas, en forma de “mise en abîme” o mediante la creación de historias secundarias narradas por los personajes de las novelas, incluyen el anteriormente mencionado monólogo del tío Ricardo o una carta de Cayetano Corral a Carlos Bonaval (en la misma novela, en 156-157 y en 206-209) cuando este último viaja a las montañas con Leo, de tal manera que acaban participando otros narradores secundarios que aumentan el pluriperspectivismo que Benet opone a la visión omnisciente del realismo más canónico. De similar modo opera el poeta Jorge que, como sarcástico “alter ego” benetiano y transmisor de su ideología metaliteraria y metalingüística, ironiza sobre el poder del lenguaje para transformar la realidad y el mundo (Ibid., págs. 267-268). Así se producen y transcriben pensamientos universales y artísticos que en el realismo nunca se hubieran podido justificar ya que no encajarían en las necesidades diegéticas y representativas de ese movimiento. Aparte, el realismo ha optado más por un lenguaje más común, por el diálogo, por la descripción y por rebajar el componente intelectual al máximo con tal de acceder a mayor número de lectores, con lo que el excurso o la digresión quedan relegados a un muy segundo plano o reducidos prácticamente a la nada. Finalmente, estos mecanismos pluriperspectivistas benetianos y de su época complican más la novela, lo cual hace que el lector deba incrementar su esfuerzo intelectual y, por esa razón, este tipo de narrativa también adquiere tanto carácter pedagógico como el que se ufanaba de tener el realismo con sus argumentos y sus tesis. Benet consigue ser más fiel a la realidad mostrando algunas de sus múltiples caras y le da mayor coherencia al articular a unos narradores y personajes más centrados en expresar su subjetividad vital. Con todo, son trasuntos y portavoces de la ideología del autor. 

4.- La mezcla architextual (Genette, 5 y ss) de géneros en una misma obra (narración, poesía, drama, ensayo, narrativa breve…) nos hace entroncar con las normas y convenciones de cada uno de los anteriores y con su tradición propia. En ello se ve de nuevo esa autoconsciencia benetiana de orden metaliterario. Aparte, a través de ella también el creador del cronotopo de Región manifiesta la estructura propuesta de su proceso “desrealizador” y de autojustificación textual frente a lo real y al realismo literario ya que adapta la base referencial y su conocimiento proporcionado por la experiencia personal a los mecanismos, constricciones y barreras formales de los géneros imitados. Por tanto, muestra las formas y los límites del nuevo discurso, de la nueva enunciación. Se combinan en ellos tonos de épica y de tragedia, de filosofía, de psicología, de pseudociencia y de lenguaje administrativo a veces, las más de las veces parodiados. Hay tonos ensayísticos en la novela (en Volverás a Región o en Un viaje de invierno -1972-, verbigracia) para las especulaciones de los narradores sobre la memoria, el tiempo, la razón y la pasión, la sexualidad, etc. y tonos narrativos o líricos del ensayo (La inspiración y el estilo, Puerta de tierra -1970-, por poner dos de tantos ejemplos). Y no solo esto, hay historias breves intercaladas o pasajes de prosa poética en prácticamente todas sus novelas. Por poner un ejemplo más, en La otra casa de Mazón (1973) se combinan la narración y el drama, lo trágico y lo cómico. Con ello, Benet nos muestra su proyecto postmoderno no teleológico, que no cree en causas finales ni en la capacidad de sintetizar el ser y el mundo en una o en unas pocas ideas, que desconfía de verdades absolutas, de sistemas y de concentraciones unitarias de pensamiento y que cree en una representación polifónica y multiestilística para integrar diferentes puntos de vista de narradores, de géneros y de tradiciones. 

 5.- A la par, otro ejemplo de dicha autoconsciencia como creador de ficción y de género es el valor ideológico, estético, estructural, palimpséstico y metatextual de las digresiones, que en última instancia se realimentan entre lo humano y lo meramente textual. Sobre todo cabe mencionar las de la historia y de la memoria, ambas infieles. Son tan necesarias como incompletas, contradictorias, dudosas, repetitivas, llenas de olvidos y poco fiables. Benet propone que el pensamiento se debe representar textualmente tal y como han funcionado la historia y la memoria personal en la creación de la cultura: mediante la selección de lo percibido y de lo aprendido, tamizados, depurados, estilizados y transformados en aras de favorecer a la razón pactada, a los vencedores de la sociedad o al deseo de satisfacer cuentas personales con la ipseidad o con la otredad. Esto genera un tiempo propio y singular en lo novelístico. También hay otros excursos de orden metaliterario y metalingüístico, es decir, sobre la palabra y el texto en general. Asimismo, todas las divagaciones sobre la moral, la sexualidad o sobre el conflicto entre la razón y la pasión se encaminan a justificar la necesidad psicológica de acometer el acto de la escritura como catarsis o depuración personal frente a la experiencia personal más sentida, más traumática. 

 Un ejemplo claro acerca de la condición metanovelística y autorreflexiva del propio discurso es este fragmento de Una meditación. Incide en las relaciones entre una arbitraria y casi autónoma memoria, más poderosa que la conciencia racional, y la disposición del discurso. El carácter selectivo y contradictorio de esa memoria, plasmado en la enunciación, es lógico ya que la memoria siempre ha funcionado sin lógica aparente y ha tenido tendencia a resumir o ignorar lo crucial para detenerse obsesivamente en lo traumático:

       “Así se produce un relato fragmentario y desordenado que salta en el tiempo y en el espacio, que acumula datos, imágenes e impresiones en torno a una caída infantil que no tuvo gran trascendencia y en cambio omite cualquier precisión acerca de unos años que fueron decisivos; y sin embargo tal narración no resulta confusa ni difícilmente comprensible sino que, antes al contrario, entra de lleno en el campo de lo obvio y lo evidente quizá porque la conciencia pasa por ella con un conocimiento previo y abreviado […]” (32-33). 

  Relacionado con esto están los temas del enigma y de la incertidumbre que son parte de toda una declaración de intenciones metaliteraria que se plasma en todas sus novelas, en sus desarticuladas y desordenadas tramas, en sus personajes descentrados, ambiguos y saturados de conciencia obsesiva, en sus espacios lúgubres y animistas y en sus especulaciones que deliberadamente pecan de asistemáticas. Son expresión del arte postmoderno en general. Es lo que Ihab Hassan llama “indetermanencia”, terminado acuñado por él mismo y que expresa la combinación de indeterminación e inmanencia que cuestiona la búsqueda teleológica y de estabilidad sígnica de la modernidad y que manifiesta el desmembramiento y atomización de la noción de verdad en la postmodernidad en el interior del ser y del texto (1987: 91). A través de estos temas busca Benet una fórmula alternativa al arte del realismo social o documental y expresar las caras escondidas de la realidad. En Saúl ante Samuel (1980), quizá su obra más lograda en su arquitectura diegética y temática y en su estilo, estas caras se evidencian a través de las figuras de la abuela-sibila y del primo Simón (Samueles bíblicos que profetizan y juzgan, pura luz intelectual, pura visión oracular, apolíneos para Nietzsche) que evalúan a los hermanos Beltrán de Rodas (reyes Saúles bíblicos también, hombres de acción, pura energía vital y somática, dionisiacos nietzscheanos) desde la intuición y el pensamiento esotérico. 

6.- Otro aspecto al respecto es el carácter ideológico y simbólico de los personajes y la “falta de decorum” de sus parlamentos. Con ello se alude a que todos ellos parecen ser portavoces de las ideas de Benet y que sus modos de dicción son similares sin atender a distinciones o diferencias lingüísticas de tipo diastrático o sociocultural, diafásico o por registros y contextos y diatópico o por procedencias geográficas. Son portavoces, directos e indirectos, de la estrategia metaliteraria del autor y de sus ataques a la lógica, a la razón y a la falta de estilo. A través de ellos se trasluce esa autoconciencia y autorreflexividad textual. También expresan su interacción con una historia autorreferencial, fantástica, y con los temas de los que se va especulando además de con la propia naturaleza textual y de su vinculación con la diégesis. 

 Como ejemplo de este último caso nos vale este que procede de Una meditación. Es el de Cayetano Corral (291-294) y su autónomo reloj vital y metaliterario, toda una fuerza y conciencia telúrica que pretende reparar para convertir la quietud del mundo regionato en fluido temporal cronológico. Ambos, como trasuntos de Benet y de la narrativa, van a determinar el final de la novela y el del propio discurso narrativo tanto como de la conciencia colectiva de Región (Rivkin, 122-123 en el libro editado de Vernon). Este reloj representa tanto una crítica a la razón pactada y cientifista como la presencia de otra razón ulterior. Ken Benson aprecia correctamente que en esta novela es recurrente la parodia de la ciencia y de los científicos cuyas leyes y la incapacidad de superarlas conllevan el fracaso personal de muchos personajes. Eso lleva a Cayetano a ser un ser insatisfecho sexualmente que llega al masoquismo (“Autenticidad y pureza…”, 12). 

7.- El diálogo intertextual con la crítica, con su propia producción intelectual acerca de su obra o con la de otros autores, y el metatextual, el de un texto que es comentario de otro, son otras evidencias y vías por las que se puede acometer el abordaje de esta autoconsciencia metaficcional. Un ejemplo de lo más insólito es el mapa de Herrumbrosas lanzas (1983-6) que dialoga con el texto aunque con múltiples contradicciones deliberadamente creadas por Benet para cuestionar todo conato de cientifismo, de levantamiento topográfico, de representación gráfica tanto como de lingüística y de explicación de la realidad. En este contexto también se inscriben los prólogos que escribió, las traducciones o lo que vio Benet en otros autores en sus ensayos y artículos varios. Son sin lugar a dudas toda una anticipación programática al texto, incluso cuando estos artículos son posteriores a sus ficciones ya que sin duda proceden de un pensamiento transformado y evolucionado desde otros anteriores. 

 La paratextualidad o los textos paralelos que acompañan al principal y lo explican, amplían, redefinen y mejoran también son otras evidencias de este tema. Las notas de a pie, al modo de una ecdótica o disciplina del editor de textos, hacen acto de presencia paródicamente en Volverás a Región y unen narración, prosa poética, especulación y ensayo formal. También se puede apreciar en la alternancia entre el texto de caja -la narración en sí- y el ladillo –las reflexiones sobre la 13 naturaleza de lo narrado de carácter casi aforístico y/o metaliterario- en Un viaje de invierno (víd. de Azúa, 150, en Vernon; Gullón, 139, en Vernon también; Cabrera, 118, o Torrón, 63).

 8.- Finalmente, la disposición del cronotopo alude también a esa autoconsciencia de tipo metaliterario. En la construcción y diseño del mundo de ficción regionato, procedente tanto del Bierzo leonés como de intertextos de William Faulkner (el ficticio Yoknapatawpha County del Misisipi estadounidense) o de Euclides da Cunha (el depurado Canudos brasileño) ante todo, se produce toda una afirmación de fe en la autorreferencialidad del texto literario y toda una negación implícita de los valores del realismo y de su deseo de mostrar la realidad y la verdad. Esto sin duda se evidencia en las contradicciones dispuestas a propósito en el mapa anteriormente aludido pero también en el hecho de apostar por la autonomía, la vitalidad y la carga de conciencia que tiene el paisaje, sobre todo en la descripción que Benet hace de él en las primeras páginas de Volverás a Región. En ellas, se parodia el lenguaje científico, técnico, biológico, botánico y geológico al insuflarle alientos “desrealizadores” y fantásticos. Aparte, este espacio irreal, autónomo y transformado en sí es minimizado y sobre él se imponen las conciencias torturadas de los personajes que parece que con él se van realimentando. Por ende, sus discursos narrativos, tanto en prosa científica como administrativa o poética, y sus especulaciones sobre filosofía, psicología, humanismo o metaliteratura son las que dan dimensiones auténticas al espacio que les rodea y que interactúa y se transforma con ellas en interpenetración u ósmosis. 

 En conclusión, mediante estilos y narradores variados y depurados, los monólogos y los falsos diálogos, la mezcla de géneros, las digresiones, los personajes portavoces que hablan sin decorum, los diálogos intertextuales, metatextuales y paratextuales y la creación del cronotopo, Benet deja las marcas subyacentes, como en un palimpsesto visto al trasluz, de una explicación de su propio programa ideológico y estético en literatura frente a los dictados omnímodos del realismo, del naturalismo y del costumbrismo. Con ellos y frente a la razón positiva que es producto de un pacto de mínima agresión entre clases sociales, su intención es la de articular una alternativa para tratar de mejorar las explicaciones de una realidad insuficientemente analizada por los métodos deudores del positivismo filosófico. Además, pretende demostrar que el campo natural del arte es el de lo irreal e irracional y el de la reflexión, cuando este se convierte en un nuevo terreno de conocimiento frente a la falsa y muchas veces estéril repetición de lo real. Cuando el arte y, dentro de él, la literatura pretenden adoctrinar a los seres humanos, usurpan las funciones o comparten redundantemente el espacio de las escuelas, de los institutos y de las universidades, de los centros de difusión de ideas políticas, de las ideologías, de las creencias religiosas o de la prensa. Entonces, el arte solo está al servicio de lo ya conocido y no aporta más que nuevas o diferentes ópticas de lo ya percibido. 

 Benet defiende que el arte debe constituir una nueva vía gnoseológica que explore los espacios de realidad inexplorados o imperceptibles pero no por ello inexistentes. Ello se debe hacer mediante la intuición y la renovación y extensión del lenguaje y de los mecanismos narratológicos y críticos. Todo ello se articula desde y para la novela que no puede sustraerse de su amor propio y de su deseo de saber más. Una novela que inevitablemente se mira al ombligo, es decir, a su propio ADN, a su propia información genética, para entenderse mejor y para mejorar errores y subsanarlos, siempre tratando de aprender de la tradición para construirla, -o deconstruirla, si se piensa que es contradictoria o ambigua, siguiendo a su admirado Nietzsche-, para cuestionarla y para mejorarla. Este loable narcisismo literario anclado en la tradición era grato al ego benetiano que llegó a afirmar de sí mismo: “Debo tener un temperamento femenino, me fecunda cualquiera, a condición de que tenga cierto poder fecundador” (Cartografía personal, 93). 


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