Presuntos iniciados en al Cultura Musical
No
debe hallarse desprovista de razón la burla que los doctorados en música –y aún
quienes sin tener conocimientos en la materia sí disponen de una bien surtida
bodega de pedantería para uso personal- hacen de los legos que, impulsados por
la fe del panadero hacia la música, suelen dotar a ésta de un significado
argumental o simbólico para disfrutarla a su modo, al margen de la rigurosa
estructura melódica, estrictamente profesional.
Un joven y agudo ensayista español recordaba hace poco tiempo como
Thomas Mann señaló alguna vez el significado de despedida que sustenta ese do
sostenido introducido por Beethoven en los últimos compases de la “arietta” de
la sonata 32; el filósofo Dilthey habló de “la melancolía infinita y carente de
objeto” y de “la nostalgia de algo superior a lo que ha sido posible vivir” que
bota del segundo tiempo del Concierto para dos violines y orquesta de Juan
Sebastián Bach; un filósofo más, Theodor W. Adorno, menciona “la felicidad del
hombre emancipado” que inspira la
Fuga en mi bemol mayor del propio Bach.
El
escritor y ensayista Juan Benet
considera en su libro “Puerta de Tierra” (Editorial Seix Barral, Barcelona) que
si tres maestros de tan firme prestancia crítica revisten de un significado
objetivo a un arte como la música, no hacen sino “Traducir al lenguaje de las
ideas sensaciones muy estimables pero que, como tales, no pueden moverse dentro
del más cerrado subjetivismo”.
Tales
testimonios solo aclaran, sino que justifican el impulso que mueve a los
profanos a servirse de la música para poner un marco de idealismo y armonía a
sutilísimos estados de ánimo, referidos por igual a las conturbaciones del
enamoramiento, la placidez ante la naturaleza o los soplos de la tragedia.
Refiere
Benet cómo cierta vez un amigo suyo,
al escuchar la Sinfonía
en do mayor de Schubert, le dijo que su segundo tiempo remitía a la estampa de
la retirada de un derrotado escuadrón de caballería, bajo la lluvia. Inútil
resultó que el autor tratara de persuadirle para que no se dejara llevar por el
“vicio”- “vicio”, fíjense ustedes- de oír música haciendo continuadas
referencias a estampas visuales. Desde entonces, cada vez que Benet escuchaba
ese segundo tiempo ve la retirada de aquel escuadrón, “dándome la espalda, con
los capotes caídos hasta los estribos, goteando el agua”.
Quédense en buena hora los músicos
profesionales dentro del coto cerrado de su sabiduría y recurran a las
matemáticas, como arquitectos abstractos, para levantar sus edificios sonoros
llegará la hora en que sus especulaciones y hallazgos alcancen el
reconocimiento de los entendidos. No debe olvidarse, sin embargo, que el
dictamen final de la crítica se queda enredado por ahí entre las mallas de los
tecnicismos, sin que el público grueso llegue a calar en la trascendencia y
valores esenciales de las obras. Los significados que capta un crítico de alta
preparación difieren radicalmente de las sensaciones experimentadas por un
oyente cualquiera.
A
cierta altura del ensayo que dedica al tema, Benet se convierte en una especie
de santo patrono o abogado defensor de los legos en estética del arte musical,
pues expresa el derecho de éstos a atenerse casi exclusivamente a
identificaciones arbitrarias si quieren un día hacerse entender consigo mismos,
incapaces de recurrir a los misterios y reglas de un arte que desconocen.
Está usted pues en alígera libertad, lector
profano, de servirse del legado universal de la música para enmarcar con sus
elementos, el vaivén del antojo, las situaciones del alma –afortunadas o
adversas- que en el curso de los días le reiteran el testimonio de que su
planta permanece asida a la tierra, y usted bebe grandes sorbos de vida.
Antonio Acevedo Escobedo
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Entrevistas (fragmentos)
¿Y
el arte musical? ¿Está presente en la estructura de “Un viaje de Invierno”?
Sí, en la forma de sonata, de plus sonata
y en las formas a b b a, a b b d c c d a. Además hay mucha trampa en la novela.
¿Puede
gustar eso al lector?
Yo creo que no, porque ahí me pasé. Las
trampas eran demasiado difíciles y supongo que al lector no le importan nada
esas cosas.
Hablando
de música, ¿te parece que puede ser un modelo para la literatura en el sentido
de que ese arte se define a sí mismo?
Sobre las artes plásticas y literarias se
puede decir todo lo que se quiera porque la humanidad nos ha dejado muestras;
ahí tienes la cueva de Altamira. Pero ni Grecia ni nadie han dejado música. Hay
toda la crítica moderna sobre la plástica o sobre la arquitectura, porque son
elementos puramente gráficos, lineales, dibujísticos, verbales, que están
dentro de un cierto orden comprensible, racional. Pero ¿tú has leído algo de
crítica musical? ¿Dónde está? ¿Y qué cabe? ¿Hablar de las diferencias entre
Bach y Debussy? ¿Qué señor te puede decir algo sobre la música que no sea el
músico?
Es
un arte que no se puede conceptuar y creo que no se ha desarrollado un lenguaje
para su crítica.
Ojala la humanidad no hubiera mentado ni
inventado ese arte. La música es lo absoluto. Es mejor que no hablemos de ello.
Eso es echar leña al fuego.
1976
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¿Qué
elementos extraliterarios inciden en tu obra? ¿La música y, sobre todo, la
pintura, presente en algunas páginas de “La inspiración y el estilo” y mucho
más en el reciente “Tobías”?
Esta es una pregunta que da para mucho, y
simplificar en cinco líneas es arriesgado. No es fácil desentrañar toda una
serie de influencias extraliterarias. De una forma muy superficial podría
decirse que alguna vez he compuesto con la forma a-b-a sonata, porque he
acertado a conseguir cierto ritmo empleando esta técnica, es decir, emparedando
un tema entre dos.
Y
la pintura, ¿no está más patente?
Sí, pero de una forma metafórica.
Siguiendo con la música te diré que también he escrito un artículo sobre las Sonatas póstumas de Schubert, o toda una
página que es un análisis musical de un rondó en “Una meditación”…Tengo muchas páginas formadas por esa “memoria
musical” que de una forma involuntaria incide en mi trabajo…Yo oigo mucha
música: además, si solo pudiera oír y hacer música que duda cabe que me
quedaría con ello. No olvides que escribir es una manera de decir que no puedes
hacer música.
1977
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Escribes
a veces en papel pautado. ¿Qué tipo de música te gusta? ¿Los modernos?
Oigo música del siglo XIX, en esencia,
aunque me interese el final del rococó: estoy siguiendo ahora a Haydn, aunque
no algunos de esos italianos del momento…Me gusta la música hasta comienzos de
este siglo, Richard Strauss o incluso Alan Berg. Pero no sigo a los modernos,
ni siquiera a Schöenberg, ni por supuesto a los modernos modernos, aunque los
tenga que oír porque mis hijos lo ponen altísimo…El oído lo tengo que preservar
mucho.
1977
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Cito
otra frase que también entronca con una de tus obsesiones. Alguien le dice a
otro: “Sois carne de fracaso…, eso es lo que sois”. Hay un peligroso coqueteo
con el pesimismo.
No estoy del todo de acuerdo con eso; en
cualquier caso habría que matizar mucho lo que se entiende por “fracaso”. La
verdad es que la literatura vitalista, luminosa, cada vez me dice menos.
Selecciono mucho mis lecturas, mis audiciones de música; trato de convencerme
de que cada día oigo mejor, de que
poseo un oído mas refinado para esos autores.
¿Qué
sueles oír normalmente?
Música del siglo XIX, también algo del
siglo XX, pero de manera sistemática, casi viciosa, los autores del
romanticismo alemán.
La
apoteosis de la melodía
Sí, en efecto, toda esa música es muy
importante para mí.
1981
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En “Un viaje de invierno” la coincidencia del título con el ciclo
musical de Schubert, ¿es casual?, ¿Tienen las composiciones de Schubert alguna
relación con el contenido del libro?
Sí, lo saqué
del Viaje de Invierno de Schubert, porque me parecía más sugerente, más poroso.
Hay cierta coincidencia con la melancolía que desprende el ciclo de Schubert,
el libro quiere ser melancólico, no sé si lo consigue…Y luego como homenaje al
compositor está la figura de un músico, que por cierto no se parece en nada a
él. Entonces, y siempre, yo le oía mucho, pero concretamente por aquellos años
me compré dos grabaciones completas, que antes no las había en el mercado, y
además hice un viaje a Barcelona a escuchar un recital.
¿Un recital?, pues en “La moviola de Eurípides” haces un ataque
frontal contra los conciertos y los dramas musicales, hasta el punto que parece
le tengas verdadera fobia, aversión, a la música puesta en escena.
Sí, hace mucho
tiempo que no voy a un concierto, y tampoco al teatro. La escena me llama muy
poco la atención, cada vez menos. A mí me gusta la música como sonido.
¿Nada mejor, entonces, que un disco?
Y por
consiguiente nada mejor que el disco.
Pero nunca reproducirá tan fielmente el sonido.
Es un precio
que hay que pagar. Pero hay que tener en cuenta que los sistemas de
reproducción cada vez son más perfectos. Hoy, toda la juventud que vive en gran
medida dedicada a la música –un tipo de música, que yo no entiendo- , la
escucha por reproducción y solo muy de tarde en tarde acude a los conciertos en
vivo. Yo supongo que el verdadero aficionado al concierto raramente escuchará
un disco, son casi dos funciones distintas, pero yo la música tengo que oírla
así, sino me interesa bien poco.
Paz Fernandez (1983)
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Juan Benet no concedió demasiadas entrevistas a lo largo de su vida. Una de las más interesantes, sin duda, es la realizada en 1984 por Pablo Lizcano para TVE. En ella, el gran escritor español, uno de los más influyentes del siglo XX, habló de su afición por la música. «Otra de sus aficiones es la música clásica, creo que incluso alguna vez intentó usted aprender a tocar el violín», pregunta Lizcano. «Sí, intenté porque en Ponferrada llegué a saber que un sobrestante de Renfe tocaba el violín y como yo llegaba a Ponferrada a las nueve de la noche y la cena no estaba preparada hasta las diez, pues le dije a aquel sobrestante que me diera clases. El horario fue muy desacertado porque era el momento en el que la estación de Ponferrada tenía más actividad, y la clase era constantemente interrumpida por las entradas y salidas, por las composiciones en la estación de Ponferrada, pero eso me dio lugar a comprar un violín en un anticuario, que ahora resulta que es una pieza que vale bastante dinero porque es un violín francés de comienzos del siglo XIX. Pero aquel sobrestante, que tocaba muy mal el violín -rascaba como una sierra, aquello-, me llegó a impacientar de tal manera que yo creo que no pasó de las lecciones de como sostener el violín con la barbilla y el hombro. Me impacientó de tal medida que reventé la caja del violín por apretarla demasiado con la barbilla. Y de ahí pasé a las primeras notas de la primera posición. No pasé de ahí», explicó Benet.
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