jueves, 21 de abril de 2022

Juan Benet vs Martín Santos

 

Martín-Santos y Benet, los textos inéditos de dos amigos

Un libro reúne 67 relatos que ambos novelistas escribieron juntos de jóvenes y que hasta ahora no habían visto la luz

CARMEN NARANJO  Lunes, 24 agosto 2020, 23:57

A finales de los años 40 y principios de los 50 los entonces jóvenes escritores Luis Martín-Santos y Juan Benet forjaron una amistad «de hierro», una etapa en la que escribieron «a cuatro manos» más de 60 textos hasta ahora inéditos que se han reunido en el libro 'El amanecer podrido'. Ambos novelistas intercambiaban los escritos: uno escribía un cuento, se lo pasaba al otro para que lo corrigiera y el resultado era una derivación que tenía poco que ver quizá con la historia inicial. De ese ejercicio salieron los textos que componen este volumen.

Publicado por Galaxia Gutemberg, la edición de este libro, que llegará a las librerías el 9 de septiembre, es de Mauricio Jalón y se completa con cartas y documentos que reflejan la amistad que unió a ambos autores. El editor Carlos Barral pensó en publicar estos textos tras la muerte de Martín-Santos, ocurrida en 1964 en un accidente de automóvil, pero Juan Benet lo desaconsejó, explica Jalón. Aunque la verdadera causa por la que no se publicó pudo tener que ver la censura de la época: «Aunque 'El amanecer podrido' no era un texto político, hay una visión de una situación opresiva que no hubiese sido recibida con gran alborozo por parte de las autoridades competentes...».

En total son 67 relatos escritos entre 1948 y 1951, en sus inicios como autores, textos en su mayor parte mecanografiados. Entre ellos está también 'Memento', en el que Benet recuerda cómo se conocieron en una tertulia que se celebraba los sábados en el bar Gaviria de Madrid y a la que asistían médicos vascos destinados en la capital y otros ajenos a la medicina, como el documentalista Pío Caro Baroja, el arquitecto Luis Peña Ganchegui y el propio Benet. Allí llegó el joven psiquiatra Martín-Santos, al que poco después Benet acompañó a otra tertulia, la del restaurante Gambrinus. A través de sus tertulianos, entre los que estaban Alfonso Sastre o Emilio Lledó, entraron en contacto con escritores como Rafael Sánchez Ferlosio, Ignacio Aldecoa o Carmen Martín Gaite.

Se conocieron en Madrid en una tertulia a la que acudían Pío Caro Baroja y Luis Peña Ganchegui

Como un «juego»

El intercambio de textos y su escritura conjunta empezó como una especie de «juego» de los dos amigos cuando aún no son autores consagrados. A la muerte de Martín-Santos, su hermano pidió a Juan Benet que revisara esos textos para ver cuál correspondía a cada uno. Y a mano escribió en algunos 'Luis' o 'yo'. Pero en muchos de ellos no aparece nada.«Escribían de todo, desde el hundimiento de un barco, de una broma sobre globos en Roma hasta cuentos más sórdidos donde aparece el mundo de la prostitución», dice Jalón.

sábado, 23 de junio de 2018

Juan Benet y el cine


                                         



                                 JUAN BENET Y EL CINE



                                   
                 
                                    Francisco Benet toma imágenes de cine de su hermano Juan




-          El horror de un bidón (Prólogo al guión de Cría cuervos, de Carlos Saura), sin fecha, aproximadamente 1975

                                 “En la mejor muestra de su arte que nos ha ofrecido hasta la fecha, Saura ha dirigido su cincel –recreándose en la limitación del escenario en el enclaustramiento de la acción- para extraer del bloque marmóreo del tiempo la infantil efigie del aburrimiento”







   
 



     










    -    Passolini y Visconti son unos simples  (Entrevista, 1977)
                   
                                  La primera experiencia de Juan Benet con el arte cinematográfico tuvo lugar en el año 1953. Bardem rodaba a la sazón “Muerte de un ciclista”, película en la que tenía lugar una secuencia de fiesta flamenca con mucho humo. El humo se resolvió metiendo a Pepín Bello y a Juan Benet debajo de una mesa con una buena provisión de "caliqueños" que se fumaron, y cuyo humo exhalaron como verdaderos condenados.          
                                

-          “Juan Benet: El cine de las sábanas blancas”, por Emma Cohen (Entrevista, 1981)

                                 “A mí siempre me gustaron los “malos”. Me parecieron siempre más expresivos e ingeniosos que los “buenos”; más locuaces y sardónicos. Tenían que hacer más cosas; lo tenían todo a la contra y como irremediablemente perdían, le echaban más salero a la cosa; a mi siempre me ha hechizado el fracaso.”

                               
-          La narración (cinematográfica) de En la Penumbra (1982)

                                “La narración (cinematográfica) se limita  al diálogo entre dos mujeres, en el gabinete de trabajo de una de ellas en su casa de campo. Es un gabinete amplio, decorado al gusto del primer cuarto de siglo, sumido en la penumbra”          


-          Hacia el Sur (1983)

                               “Con un viaje hacia el mediodía, o más bien con sus preparativos y las expectativas que despierta, se cierra toda una etapa de la vida de la protagonista de “El Sur” de Víctor Erice. En la pantalla ni siquiera se llega a ver ese viaje que, muy probablemente, no tendrá vuelta: no en balde la protagonista se lleva consigo en su pequeña maleta unas pertenencias - el péndulo, el diario - que le acompañarán toda su vida y de las que podría prescindir si como su familia ha previsto, se tratara tan sólo de una excursión de breves días para tomarse un descanso y cambiar de aires. Pero todo invita a pensar que no será así”.



-          El aire de un crimen (1980)

                                “Había decidido hacer una novela con mucha trama, con un buen número de personajes, situaciones y conflictos, situados todos ellos en mi escenario habitual, Región. Era una prueba ante mí mismo, un ensayo de adaptación de mi estilo a un canon narrativo que deliberadamente me había apartado en mis anteriores novelas; no así en algunos cuentos.”
                                                  

-          El aire del aire de un crimen (1986)

                                “Si, por lo general, la obra literaria es cronológicamente anterior a la cinematográfica, en principio la originalidad estará de su parte. Si, por otra, la película exige una movilización de recursos y un concurso de artes mucho más complejo que los de la novela, su perfección será también más difícil de alcanzar.”


                                      




-          ¿Y cuando ella?  (1986)

                                “Pero qué duda cabe de que el film, como el libro, tiene altibajos y que una vez conocido en su totalidad tiende a destacar esas dos o tres escenas que llamaron poderosamente la atención, las únicas que merecen el ejercicio de la repetición”



-          Artículos de prensa sobre “El aire de un crimen” (1988)

        Isasi-Isasmendi convierte en imágenes la novela de Juan Bene “El aire de un crimen”t:
 Antonio Isasi Isasmendi reconoce que se quedó muy tranquilo cuando Juan Benet, el autor de la novela, después de ver la película afirmó que le gustaba mucho y que estaba de acuerdo con la adaptación. El director de cine señala que era una gran responsabilidad llevar por primera vez al cine un texto de Benet y mucho más, encontrar esa tierra imaginaria que Benet denomina simplemente Región, donde transcurren sus historias. 

               


-          El punto de vista (1988)

                          “En las numerosas películas sobre la batalla del Atlántico, en cualquiera de las guerras mundiales, siempre había un momento en que -por lo general por el lado derecho de la pantalla- aparecía la temible proa de escualo del submarino navegando en inmersión, envuelto en la azulina transparencia  y el insondable silencio de las profundidades oceánicas.”

jueves, 17 de marzo de 2016

Juan Benet y la música



                                                            Presuntos iniciados en al Cultura Musical

 No debe hallarse desprovista de razón la burla que los doctorados en música –y aún quienes sin tener conocimientos en la materia sí disponen de una bien surtida bodega de pedantería para uso personal- hacen de los legos que, impulsados por la fe del panadero hacia la música, suelen dotar a ésta de un significado argumental o simbólico para disfrutarla a su modo, al margen de la rigurosa estructura melódica, estrictamente profesional.

  Un joven y agudo ensayista español recordaba hace poco tiempo como Thomas Mann señaló alguna vez el significado de despedida que sustenta ese do sostenido introducido por Beethoven en los últimos compases de la “arietta” de la sonata 32; el filósofo Dilthey habló de “la melancolía infinita y carente de objeto” y de “la nostalgia de algo superior a lo que ha sido posible vivir” que bota del segundo tiempo del Concierto para dos violines y orquesta de Juan Sebastián Bach; un filósofo más, Theodor W. Adorno, menciona “la felicidad del hombre emancipado” que inspira la Fuga en mi bemol mayor del propio Bach.

 El escritor y ensayista Juan Benet considera en su libro “Puerta de Tierra” (Editorial Seix Barral, Barcelona) que si tres maestros de tan firme prestancia crítica revisten de un significado objetivo a un arte como la música, no hacen sino “Traducir al lenguaje de las ideas sensaciones muy estimables pero que, como tales, no pueden moverse dentro del más cerrado subjetivismo”.

 Tales testimonios solo aclaran, sino que justifican el impulso que mueve a los profanos a servirse de la música para poner un marco de idealismo y armonía a sutilísimos estados de ánimo, referidos por igual a las conturbaciones del enamoramiento, la placidez ante la naturaleza o los soplos de la tragedia.

 Refiere Benet cómo cierta vez un amigo suyo, al escuchar la Sinfonía en do mayor de Schubert, le dijo que su segundo tiempo remitía a la estampa de la retirada de un derrotado escuadrón de caballería, bajo la lluvia. Inútil resultó que el autor tratara de persuadirle para que no se dejara llevar por el “vicio”- “vicio”, fíjense ustedes- de oír música haciendo continuadas referencias a estampas visuales. Desde entonces, cada vez que Benet escuchaba ese segundo tiempo ve la retirada de aquel escuadrón, “dándome la espalda, con los capotes caídos hasta los estribos, goteando el agua”.

 Quédense en buena hora los músicos profesionales dentro del coto cerrado de su sabiduría y recurran a las matemáticas, como arquitectos abstractos, para levantar sus edificios sonoros llegará la hora en que sus especulaciones y hallazgos alcancen el reconocimiento de los entendidos. No debe olvidarse, sin embargo, que el dictamen final de la crítica se queda enredado por ahí entre las mallas de los tecnicismos, sin que el público grueso llegue a calar en la trascendencia y valores esenciales de las obras. Los significados que capta un crítico de alta preparación difieren radicalmente de las sensaciones experimentadas por un oyente cualquiera.

 A cierta altura del ensayo que dedica al tema, Benet se convierte en una especie de santo patrono o abogado defensor de los legos en estética del arte musical, pues expresa el derecho de éstos a atenerse casi exclusivamente a identificaciones arbitrarias si quieren un día hacerse entender consigo mismos, incapaces de recurrir a los misterios y reglas de un arte que desconocen.

 Está usted pues en alígera libertad, lector profano, de servirse del legado universal de la música para enmarcar con sus elementos, el vaivén del antojo, las situaciones del alma –afortunadas o adversas- que en el curso de los días le reiteran el testimonio de que su planta permanece asida a la tierra, y usted bebe grandes sorbos de vida.


                                                          Antonio Acevedo Escobedo


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  Entrevistas (fragmentos)


¿Y el arte musical? ¿Está presente en la estructura de “Un viaje de Invierno”?

Sí, en la forma de sonata, de plus sonata y en las formas a b b a, a b b d c c d a. Además hay mucha trampa en la novela.

¿Puede gustar eso al lector?

Yo creo que no, porque ahí me pasé. Las trampas eran demasiado difíciles y supongo que al lector no le importan nada esas cosas.

Hablando de música, ¿te parece que puede ser un modelo para la literatura en el sentido de que ese arte se define a sí mismo?

Sobre las artes plásticas y literarias se puede decir todo lo que se quiera porque la humanidad nos ha dejado muestras; ahí tienes la cueva de Altamira. Pero ni Grecia ni nadie han dejado música. Hay toda la crítica moderna sobre la plástica o sobre la arquitectura, porque son elementos puramente gráficos, lineales, dibujísticos, verbales, que están dentro de un cierto orden comprensible, racional. Pero ¿tú has leído algo de crítica musical? ¿Dónde está? ¿Y qué cabe? ¿Hablar de las diferencias entre Bach y Debussy? ¿Qué señor te puede decir algo sobre la música que no sea el músico?

Es un arte que no se puede conceptuar y creo que no se ha desarrollado un lenguaje para su crítica.

Ojala la humanidad no hubiera mentado ni inventado ese arte. La música es lo absoluto. Es mejor que no hablemos de ello. Eso es echar leña al fuego.

                                                                                                                   1976

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¿Qué elementos extraliterarios inciden en tu obra? ¿La música y, sobre todo, la pintura, presente en algunas páginas de “La inspiración y el estilo” y mucho más en el reciente “Tobías”?

Esta es una pregunta que da para mucho, y simplificar en cinco líneas es arriesgado. No es fácil desentrañar toda una serie de influencias extraliterarias. De una forma muy superficial podría decirse que alguna vez he compuesto con la forma a-b-a sonata, porque he acertado a conseguir cierto ritmo empleando esta técnica, es decir, emparedando un tema entre dos.

Y la pintura, ¿no está más patente?

Sí, pero de una forma metafórica. Siguiendo con la música te diré que también he escrito un artículo sobre las Sonatas póstumas de Schubert, o toda una página que es un análisis musical de un rondó en “Una meditación”…Tengo muchas páginas formadas por esa “memoria musical” que de una forma involuntaria incide en mi trabajo…Yo oigo mucha música: además, si solo pudiera oír y hacer música que duda cabe que me quedaría con ello. No olvides que escribir es una manera de decir que no puedes hacer música.

                                                                                                                           1977

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   Escribes a veces en papel pautado. ¿Qué tipo de música te gusta? ¿Los modernos?

Oigo música del siglo XIX, en esencia, aunque me interese el final del rococó: estoy siguiendo ahora a Haydn, aunque no algunos de esos italianos del momento…Me gusta la música hasta comienzos de este siglo, Richard Strauss o incluso Alan Berg. Pero no sigo a los modernos, ni siquiera a Schöenberg, ni por supuesto a los modernos modernos, aunque los tenga que oír porque mis hijos lo ponen altísimo…El oído lo tengo que preservar mucho.

                                                                                                                            1977

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Cito otra frase que también entronca con una de tus obsesiones. Alguien le dice a otro: “Sois carne de fracaso…, eso es lo que sois”. Hay un peligroso coqueteo con el pesimismo.

No estoy del todo de acuerdo con eso; en cualquier caso habría que matizar mucho lo que se entiende por “fracaso”. La verdad es que la literatura vitalista, luminosa, cada vez me dice menos. Selecciono mucho mis lecturas, mis audiciones de música; trato de convencerme de que cada día oigo mejor, de que poseo un oído mas refinado para esos autores.

¿Qué sueles oír normalmente?

Música del siglo XIX, también algo del siglo XX, pero de manera sistemática, casi viciosa, los autores del romanticismo alemán.

La apoteosis de la melodía

Sí, en efecto, toda esa música es muy importante para mí.

                                                                                                                          1981

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      En “Un viaje de invierno” la coincidencia del título con el ciclo musical de Schubert, ¿es casual?, ¿Tienen las composiciones de Schubert alguna relación con el contenido del libro?

Sí, lo saqué del Viaje de Invierno de Schubert, porque me parecía más sugerente, más poroso. Hay cierta coincidencia con la melancolía que desprende el ciclo de Schubert, el libro quiere ser melancólico, no sé si lo consigue…Y luego como homenaje al compositor está la figura de un músico, que por cierto no se parece en nada a él. Entonces, y siempre, yo le oía mucho, pero concretamente por aquellos años me compré dos grabaciones completas, que antes no las había en el mercado, y además hice un viaje a Barcelona a escuchar un recital.

 ¿Un recital?, pues en “La moviola de Eurípides” haces un ataque frontal contra los conciertos y los dramas musicales, hasta el punto que parece le tengas verdadera fobia, aversión, a la música puesta en escena.

Sí, hace mucho tiempo que no voy a un concierto, y tampoco al teatro. La escena me llama muy poco la atención, cada vez menos. A mí me gusta la música como sonido.

          ¿Nada mejor, entonces, que un disco?

Y por consiguiente nada mejor que el disco.

            Pero nunca reproducirá tan fielmente el sonido.

Es un precio que hay que pagar. Pero hay que tener en cuenta que los sistemas de reproducción cada vez son más perfectos. Hoy, toda la juventud que vive en gran medida dedicada a la música –un tipo de música, que yo no entiendo- , la escucha por reproducción y solo muy de tarde en tarde acude a los conciertos en vivo. Yo supongo que el verdadero aficionado al concierto raramente escuchará un disco, son casi dos funciones distintas, pero yo la música tengo que oírla así, sino me interesa bien poco.

                                                                                              Paz Fernandez (1983)



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            Juan Benet no concedió demasiadas entrevistas a lo largo de su vida. Una de las más interesantes, sin duda, es la realizada en 1984 por Pablo Lizcano para TVE. En ella, el gran escritor español, uno de los más influyentes del siglo XX, habló de su afición por la música. «Otra de sus aficiones es la música clásica, creo que incluso alguna vez intentó usted aprender a tocar el violín», pregunta Lizcano. «Sí, intenté porque en Ponferrada llegué a saber que un sobrestante de Renfe tocaba el violín y como yo llegaba a Ponferrada a las nueve de la noche y la cena no estaba preparada hasta las diez, pues le dije a aquel sobrestante que me diera clases. El horario fue muy desacertado porque era el momento en el que la estación de Ponferrada tenía más actividad, y la clase era constantemente interrumpida por las entradas y salidas, por las composiciones en la estación de Ponferrada, pero eso me dio lugar a comprar un violín en un anticuario, que ahora resulta que es una pieza que vale bastante dinero porque es un violín francés de comienzos del siglo XIX. Pero aquel sobrestante, que tocaba muy mal el violín -rascaba como una sierra, aquello-, me llegó a impacientar de tal manera que yo creo que no pasó de las lecciones de como sostener el violín con la barbilla y el hombro. Me impacientó de tal medida que reventé la caja del violín por apretarla demasiado con la barbilla. Y de ahí pasé a las primeras notas de la primera posición. No pasé de ahí», explicó Benet.       


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