Entrevistas 3

             
                      Entrevista a Juan Benet por la periodista Paz Fernández


         

 

 

                                                           Entrevista a Juan Benet

 

 

 

-                 - Empiezas a escribir en 1948, cuando tienes veinte años, y has ingresado en el primer curso de ingenieros Caminos, Canales y Puertos. Escribiste creo que dos novelas ¿qué fue de ellas?

 

Sí, escribí dos novelas, una breve de ciento y pico folios con la que me presenté a un premio que no gané, eso debió ser por el año cuarenta y ocho o cuarenta y nueve. Luego hice una novela larga de tono ferroviario que tampoco publiqué. Y el final de aquella trayectoria fue otra novela que no tenía nada que ver con la primera y de la que luego aproveché algo, muy poco, unas páginas, para “Volverás a Región”.

 

     -  De tono ferroviario dices… ¿Algo que ver con “Nunca llegarás a nada”?

 

No

  

    - Por cierto que la foto de la portada de ese primer libro es de unos raíles entrecruzados

 

Carriles

 

   - O vías

 

Carril es la pieza simple, vía la compuesta. Pero….sí, sí, es una fotografía que yo hice en una obra en la que estaba entonces.

 

   - ¿En León?

 

En Oviedo

 

-        - Por la época que comentábamos antes escribiste algo con Luís Martín Santos ¿no?

 

Escribíamos en colaboración un conjunto de cuentos muy breves, el más extenso tenía cinco páginas. Era un volumen al que aportábamos cada uno algo así como quince o veinte cuento que pretendíamos no se distinguiesen entre sí. Nunca lo publicamos, aunque creo recordar que él publicó uno en la revista “Índice” allá por el año cuarenta y nueve  o cincuenta; y yo otro sin nombre, con siglas, en una revista de la oposición al Régimen que se editaba en París. Pero aparte de esos dos no se publicó ninguno más afortunadamente. Yo los tengo ahí aunque no verán la luz jamás.

 

-        Parece ser que tras la difícil preparación del ingreso en la Escuela, ese primer curso te dejaba mucho más tiempo libre, tiempo que decidiste invertir en escribir.

 

Sí, así es. Sólo iba a la Escuela por las mañanas y era bastante llevadera. Como todos los estudiantes de mi edad yo tenía poco dinero. A pesar de que Madrid era barato y no tenía muchas diversiones, la manera de entretenerme era leyendo y escribiendo. Sólo tenía dinero para permitirme los ínfimos lujos que se permitía nuestra generación, tomar un café, una caña, ir al cine…nada serio; cuando había que hacer algo como un viaje tenía que pedirlo a una tía soltera o a mi madre….

 

- No puedo creer que el tiempo libre fuera el único motivo que te impulsara a dedicarte a la escritura.

 

El tiempo es en principio el parámetro de un continuo que es imprescindible para cualquier cosa. Si no se dispone de él no se puede hacer ni eso ni nada. La actividad del hombre está determinada por sus ocupaciones y si el tiempo está ocupado no se puede escribir. Durante bastantes años, por lo menos cinco, yo no pude escribir ni una línea porque mi profesión de ingeniero me lo impedía. Salía de casa a las nueve de la mañana y no regresaba hasta las once de la noche, no disponía de tiempo más que para dormir. Luego esa profesión se suaviza, concretamente el ejercicio de la profesión a pie de obra deja muchas horas libres, aparte de que el campo ofrece pocas tentaciones, a las siete de la tarde, cuando se cierra la obra, no hay mucho que hacer…..

 

-        Jugar al dominó

 

Sí y poco más

 

-        Supongo que ahora escribirás por otros motivos. ¿No dispones de tanto tiempo libre como entonces?

 

-        Sí…quizá sí. No lo he tenido durante estos años de profesión pero en el futuro…que ya voy para ingeniero viejo. Y ahora mismo dispongo de tiempo, ten en cuenta que voy a la oficina hasta las tres de la tarde y de seis a diez puedo estar libre. Son cuatro horas diarias.

 

-        ¿Pero tú no eres regular a la hora de escribir, o sí?

 

No, no. Al año escribiré cien días o así. Cuando estoy fuera de Madrid no escribo. No tengo una disciplina como la debe tener y la tiene de hecho un escritor profesional que trabaja de la misma manera que yo voy a la oficina.

 

-        ¿Tu profesión, tu oficio es el de ingeniero?

 

Sí…

 

-¿Y el de la escritura?

 

-        Sigue siendo un hobby. Un hobby que naturalmente está más profesionalizado que cuando empecé a escribir. También me da algo más de dinero y notoriedad, pero los fundamentos son los mismos. En cuanto puedo hacer  otra cosa no escribo…

 

-     ¿Cómo por ejemplo?

 

       Como por ejemplo responder a esta entrevista….

 

-        ¿Es preferible?

 

Cualquier cosa es casi preferible

 

-        ¿Casi cualquier cosa es preferible a escribir?

 

Sí.

 

-        ¿Tú eres de los que escriben con placer o de los que sufren con el oficio?

 

Desde luego no soy de los que sufren. No, no. ¡Hombre!, que duda cabe de que de vez en cuando pasas un mal rato si no salen las cosas, no hay ideas, o lo que hay no queda resuelto a satisfacción. Pero esos malos momentos son los menos y quien los padece es el que por obligación profesional ha de marcarse unos hitos y cada cierto tiempo dar una novela al mercado, el que está condenado a producir. Yo, como obedezco a mi antojo, pues ese antojo domina mi quehacer, lo hago porque no tengo mejor cosa que hacer. En cuanto se me brinda la ocasión, por ejemplo, de coger el coche o cualquier otro medio e irme de viaje, me voy; y si alguien me llama para hacer alguna cosa que me tiente pues la hago…, aunque las cosas tentadoras cada vez van siendo menos…

 

-        ¿Cada vez o siempre son pocas?

 

-        No, eso cambia con la edad. Tentaciones hemos tenido todos. Pero…pero…, mal que bien pues…, a las tentaciones no hay que resistirse.

 

-        Están para caer en ellas

 

Claro. No hay que resistirse. Los santos podían resistirlas, porque las tentaciones de los santos eran muy poco tentadoras.

 

-        ¿Y las tuyas?

 

La  tentación más grande para mí sigue siendo viajar y poco más. Aunque a mí me dicen mañana que me vaya quince días a Nueva Cork y no me voy.

 

-        ¿Nueva York?

 

A otro sitio quizá sí. Nueva Cork fue en su día una tentación.

 

-        ¿Y África?

 

A África sí, todo lo que está en esa zona me atrae. Lo que se llama ahora el mundo pobre o el mundo en vías de desarrollo, si, eso es atractivo. No se me ocurriría irme quince días ni a Barcelona ni a Nueva Cork. La fascinación de Nueva Cork como las de todas las grandes ciudades o metrópolis que están marcando el momento son muy superficiales. No me atrae nada el hecho de que haya no sé cuántos conciertos, una premier de cine, una Quinta Avenida…

 

-        ¿Y el que haya marcado ciertas pautas de la Modernidad?

 

Tarde o temprano esa modernidad llega y si es atractiva como cualquier otro fenómeno no dejará de pasar por Madrid.

 

-        ¿Y la literatura americana que tanto te fascinó en un momento?

 

No creo que nadie se deje fascinar por la de hoy. No me parece nada interesante. Desde los años cincuenta han producido no más de tres o cuatro libros.

 

-        Viniendo de ti, decir tres o cuatro ya es mucho

 

¡Hombre!, si atiendes a los catálogos, a lo que dicen las solapas, a los best-seller y a todo eso, pues parece que no es nada, por lo menos en un país como ese con una literatura tan bien pagada.

 

-        Dijiste en una ocasión que tu inclinación literaria no fue el resultado de un desarrollo gradual sino la consecuencia del fuerte shock que se produjo un día de 1947 cuando tus ojos cayeron sobre una página de Faulkner.

 

Lo cierto es que me dejó aturdido y sin duda fue un estímulo. Pero también me habían dejado aturdido, en menos medida tal vez, algunas otras piezas literarias.

 

-        Ninguna española

 

Sí.

 

-        Pues tú mismo has escrito: “Era esa mezcla de admiración por mis ídolos americanos y de desprecio por nuestros propios escritores lo que me llevó a escribir con el humilde propósito de llenar el hueco entre los españoles y extranjeros”.

 

 Claro. Todo joven que intenta abrirse paso por la literatura o escribir algo no trata de desplazar a los clásicos, a los antiguos, ni siquiera a los muertos. El mundo donde se desarrolla el espacio literario que tiene uno que crear es en el mundo de los vivos. No se puede competir con Cervantes. En cambio si tenía muy claro con quien tenía que compartir.

 Ciertamente no tenía ningún aprecio por los escritores -los escritores son lo de menos, en ese sentido hay que despersonalizar, un escritor cambia de un libro a otro-, no tenía ningún aprecio por lo que se producía literariamente en España en aquellos años. No me gustaba nada, nada me convenía. Probablemente tenía mi santoral en otro lugar, desde luego en España no.

 

-        ¿Ni Pío Baroja?. Por aquella época, según has dicho, ya habías leído sus ciento y pico libros.

 

Creo que he exagerado. El otro día encontré en una librería de viejo, en la Cuesta de Moyano, un título raro de Baroja publicado en el año de su muerte y no por él sino por una extraña comisión para la petición del premio Nobel. Ví también una lista de sus obras y comprobé que me faltan algunos títulos que he pensado podía leer.

 

-        ¿Ahora? ¿Te apetecería?

 

Sí, sí, claro que me apetece. Se lee tan fácilmente…además siempre me enseñó mucho Baroja.

 

-        ¿Su escritura, su literatura, independientemente de su persona? ¿A qué te refieres cuando dices que te enseñó?

 

Todo él. Era un hombre, en cierto modo –quizá sea poco respetuosa la frase-, era un hombre que tenía mucho valor detergente…

 

-        ¿Detergente?

 

Sabía borrar la porquería. No es que lo que escribiera fuese muy limpio y estilísticamente nunca me pareció convincente, pero sus actitudes, su manera de pensar, su iconoclastía y su independencia eran muy reveladoras y formativas.

 

-        Has dicho en una ocasión que Baroja es uno de los pocos narradores que consigue lo que se propone: ser un segunda fila

 

No, yo no creo que se propusiera ser un segunda fila. Lo que tenía era tal admiración por la literatura que había leído en su juventud, por los grandes maestros del XIX –y siendo como era, en cierto modo, un hombre modesto- que sabía que a la altura que había colocado aquellas obras no se podía colocar nada más. Decía que la novela era un género concluido y que después de esos grandes maestros no cabía intentar grandes cosas, lo que tenía sentido era hacer cosas pequeñas. Luego resulta que la obra de Baroja tomada en su conjunto es mucho más extensa que –quitando tres o cuatro-  la de los grandes maestros. Ni siquiera “Las memorias de un hombre de acción” pretende ser una gran novela sino que quiere ser un conjunto de pequeñas novelas todas ellas muy disipadas, muy alerta en muchas cosas y muy despectiva respecto a otras. Nunca se propuso hacer un proyecto titánico, mientras que otros muchos escritores de muy segunda fila si quisieron hacer una obra grandiosa remedando a Galdós, a Zola…Y titánica quiere decir no tan solo voluminosa, que por lo general lo suelen ser, sino que también quiere ser definitoria lo que hace es ya emprender el camino con mal pié.

 

-        ¿Y qué es una novela definitoria?

 

Pues eso: la novela de la capital de provincias, la novela de la revolución de Casas Viejas, la novela del campesinado español… Por lo general esos programas se cumplen indirectamente mucho mejor que cuando se es parte de un objetivo fijo, con unas tres frases o con una pintura casi casi marginal. Así se define mejor ese carácter que con un estudio concienzudo y con una gran preparación de medios. Porque en definitiva ahí lo que vale es la inventiva, el estilo, la gracia…

 

-        Y el talento

 

Y el talento

 

-        ¿Y si Baroja hubiera propuesto…?

 

Nada, nada. Si no se lo propuso es porque tenía conciencia de sus limitaciones y porque iba por otro lado. Él lo que decía –y en eso era sincero- es que lo que añoraba y realmente le hubiera gustado es ser un hombre de ciencia, aparte de la admiración que sintiera por los grandes monstruos del XIX, admiración que yo no comparto, concretamente la de Baroja por Dostoyevski…

 

-        ¿Muy al contrario, no?

 

Absolutamente al contrario. Desde luego sentía una gran admiración por la figura decimonónica del sabio, del investigador como Pasteur, por las grandes figuras de la ciencia, ese tipo solitario, encerrado en su laboratorio, que por sí mismo da un paso adelante, una figura que ha desaparecido de este siglo.

 

-        Conociste a Baroja en el año 1946, antes de ingresar en la escuela, cuando le llevabas dos libros enviados por tu hermano, parece que entonces ya decidiste quedarte en la calle Ruíz de Alarcón y cosa así como seis o siete años.

 

Sí, sí, exacto. Mi hermano le había conocido antes y era mucho más apasionado de Baroja que lo fui yo. Un día se presentó en su casa y le dijo: “Mire: soy fulano de tal, su obra me parece admirable y venía a saludarle”, y Baroja, como era así, le contestó: “Pues nada, pase y siéntese usted”. Al cabo de uno o dos años mi hermano se marchó a París y en una ocasión le envió dos libros: una traducción de él, creo recordar, y otro que creo era de un inglés que escribía libros de aventuras en tono barojiano. Se los llevé yo y con esa excusa me introduje.

       Por aquellos años yo estudiaba la preparación para el ingreso en la Escuela y había que salir a        pasear en algún momento porque estar estudiando doce horas al día matemáticas era agotador. Así que una o dos veces a la semana me presentaba en su casa y me quedaba en la tertulia, que era muy reducida, siempre estaban los mismos salvo alguna vez que venía alguien de paso o un famoso…Era una tertulia de viejos amigos de don Pío, de antes de la guerra y que procedían de la trastienda de aquella vieja librería de la calle San Bernardo donde se reunían. Pero con los años do Pío, ya achacoso y holgazán, atrajo a sus amigos a su casa de Alarcón.

 

-¿Debía de ser una reunión de personajes muy curiosos y pintorescos?

 

  El doctor Val y Vera que era graciosísimo, un tal señor casas que era un empleado de banco que no hablaba nunca, el doctor Arteta que murió con cáncer y casi se suicidó, Gonzalo Gil Delgado…, eran cuatro o cinco fijos y era una tertulia pues como deben ser todas las tertulias: siempre se hablaba de lo mismo y estaba dominada por el rumor.

 

-        ¿Era Arteta el que iba siempre bien provisto de rumores?

 

No, el rey del humor era un abogado gallego que iba allí dos veces por semana y pontificaba. Era socio del casino y tenía todos los días tertulia de forma que los rumores políticos le venían de uno u otro lado. Siempre nos decía cosas tremendas que iban a pasar con el régimen de Franco y son Pío se rascaba la cabeza y decía: “pero bueno, si yo ya no voy a ver más que esto”.

 

-        ¿Y Julio Caro Baroja?

 

Aparte de que vivía en la misma casa, era un contertuliano casi asiduo. Los Baroja por aquellos años empezaban a tener algún dinero y compraron unas fincas en Andalucía y en Guadalajara. Julio viajaba mucho, iba a Londres, volvía, empezó a tener unos amores…pero trabajaba bastante, salía de su gabinete, aparecía con los modales de su tío y hacía un rato de tertulia. Era el más escéptico de todos.

 

-        ¿Más que su tío?

 

Yo creo que era más escéptico y más pesimista.

 

-        ¿Superaba a su maestro?

 

Sí, sí. Don Pío era un hombre muy jocundo, de muy buen humor: Lo que le pasaba ya lo decía él mismo: que le fastidiaban los cargantes y, por cierto, siempre había alguno que otro en la tertulia.

 

-        ¿Y tú que pintabas allí?

 

Yo, escuchar y, de vez en cuando, hablar. Era el más joven y un poco una rareza. Aunque también aparecía de vez en cuando su sobrino Pío que era de mi edad y estudiaba Derecho. Yo le contaba a don Pío cosas de la calle, de la Escuela…Le caía simpático, decía que era el hombre más alto que había pasado por allí, bueno, yo y un americano que era agregado de la embajada de los estados Unidos. A mí don Pío me llamaba Gotilla. “Hombre, Goitia –me decía- ¿cómo está usted?, pase, pase.

 

-Con su segundo apellido ¿Por qué?

 

Tal vez por la cosa vasca o porque su familia y la mía se conocían, concretamente el padre de Baroja y mi abuelo habían sido amigos.

 

-        Según tu mismo has contado, lo que mejor se explicaba en aquella casa era el desencanto. Dijiste que no se enseñaba a vivir con los pies en el suelo, y que para matricularse era imprescindible vivir en las nubes. ¿Eso fue lo que aprendiste allí?

 

(Risas). Era una manera retórica de decirlo ¿no? La verdad es que se me refiero a eso  es porque aquella era una tertulia de hombres bien maduros. Todos más o menos seguían trabajando: don Pío escribía, el doctor Val y Vera seguía siendo médico municipal, un médico al que por cierto, en su tiempo, habían llamado “el médico bueno de las mujeres malas” porque como ya puedes suponer era el que hacía los exámenes en los prostíbulos, el que daba el famoso carne amarillo después de la guerra, el que controlaba en fin…

 

-        Y el que controlaba la buena salud de las…

 

De las rameras

Y como te decía, el señor Casas trabajaba, el único que no hacía nada era Gil Delgado, el doctor Arteta era un investigador infatigable, y Julio, que también trabajaba y mucho, era el único que podía hacer una carrera brillante, porque los otros eran ya gente que ni iba a triunfar y que estaba más allá del  bien y del mal.

 

-        Por lo tanto podían permitirse el estar en las nubes

 

Podían permitirse eso y decir lo que les diera la gana de todo lo que les molestaba.

 

-        ¿Qué era casi todo?

 

Sí. Lo primero el Régimen porque había restaurado todo a lo que don Pío le tenía fobia: el poder de las instituciones, el de la Iglesia, el de la familia…No hay que olvidar además que don Pío tenía o había tenido una, por decirlo así, formación  de un ideal nietzscheano, y todo aquello lo detestaba.

 

-        ¿Y tú te sentías identificado con lo que allí se decía y se respiraba?

 

Identificado exactamente no. Lo que me sentía era atraído.

 

-¿Y anonadado?

 

No anonadaban a nadie. Don Pío era una persona muy natural, nada “ogro”…

 

-        Pues muchos dicen que por lo menos algo sí que era

 

      Nada, nada. No le gustaba apabullar a nadie.

 

-        O sea que la fama de huraño es falsa

 

Sí. Lo que pasa es que fue un hombre soltero, probablemente virgen como dicen, tímido, un poco misántropo. Pero de huraño no tenía nada, era afectuoso y hasta “salao”. No podía soportar la vanidad y la verdad es que la gente de su generación empezando por Valle y siguiendo por Unamuno, eran casi todos muy vanidosos. Quizá por eso mismo tuvo amistad más que con otro con Azorín que era menos vanidoso, tal vez fue el más ligero, por decirlo así, al más “tete en l´air”. . Cambió tanto de posición política que estuvo desde el anarquismo hasta todo. Y como era tan poca cosa, eso a don Pío pues…, ya ha contado  como se conocieron: “Yo soy Baroja”, “Yo soy Azorín”, y ya salieron paseando.

Pero, ya te digo, le molestaba la persona que aún con méritos en su carrera se hubiera infatuado. Era el caso del doctor Marañón, a quien tenía simpatía porque le había socorrido en París; a don José Ortega que era el hombre moderno que con su coche les había paseado por la Península, pero a la vez no podía dejar de menospreciarle por su aspecto vanidoso; y a Valle le tenía verdadero asco, como persona lo despreciaba profundamente y literariamente no le hacía ninguna gracia.

 

- Tú debes ser un gran amante de la tertulia. Al menos eso se deduce de tu continuada participación, desde aquella primera de Baroja, en las más variadas y diversas.

 

 Qué va, ni mucho menos…Además yo en la casa de Baroja no era tertuliano, entre otras cosas porque no iba diariamente y las tertulias son diarias. En los años de estudiante si participé en una que se hacía lo sábados, que era heredera de otra anterior, de carácter filosófico…

 

- ¿La de Gambrinus?

 

 Sí, pero era lo menos parecido a una tertulia porque a la tertulia se va a contar cosas, a chismorrear…

 

- Eran veladas literarias, casi reuniones de trabajo ¿no?

 

 Era una tertulia didáctica. Era cogerse un libro un año y leerlo capítulo por capítulo. Un año recuerdo que fue “El ser y la nada” de Sastre. Se acababa el capítulo, se hacían unos comentarios… y cada uno a su casa. Se hacían los sábados y duró unos dos o tres años. Lo que pasa es que allí conocí a alguna gente.

 

-        ¿A quienes?

 

A Ferlosio, que fue pocas veces; a Francisco Pérez Navarro, que era el eje de aquella tertulia; Martín Santos, que era asiduo, fue quien me llevó; los filósofos profesionales que se fueron a América: Quintanilla, Soler iban siempre; Sánchez Zabala; gente que procedía de la Facultad de Filosofía; Aldecoa; Sastre; Quinto. Bueno…, aquella generación, todos teníamos más o menos la misma edad.

 

-        ¿Y has participado en otras tertulias?

 

Pues no, salvo que se le llame así a que los sábados por la noche nos juntáramos en el café Gijón los amigos. Luego en veinticinco años no he tenido ninguna. Ahora la de los sábados en José Luís. Nunca he ido diariamente, como debe ser, a una tertulia, ni soy tertuliano, porque me aburre bastante.

 

-        ¿Por qué?

 

Es un hábito ¿no? Y si no se adquiere…Lo que fundamentalmente tiene un carácter de costumbre cotidiana si no se tiene se lo ve con una cierta lejanía, porque al fin y al cabo si se ve el atractivo de eso se adquiere, es como el individuo que no se aficiona al alcohol o al tabaco.

 

-        También mientras preparas el ingreso en la Escuela, de camino asistes a las clases particulares de José Gallego Díaz. Supongo que, aparte de las Matemáticas, lo que allí aprendías distaba mucho de lo que enseñaban en la calle Alarcón, en la casa de Baroja.

 

Si claro. El profesor Gallego era un personaje muy singular. Pero su clase, que duraba una hora al día, era muy dura.

 

-        Esa hora os suponía luego quince de trabajo ¿no?

 

Sí, era una cosa monstruosa. Era además una clase disparatada, sin disciplina alguna.

 

-        Pero lo aprendiste todo de las Matemáticas, hasta el punto de que en la Escuela casi ni tenías que hacer en ese aspecto, según tú has contado.

 

Lo que ocurre con las Matemáticas es que son un campo ilimitado. Nunca se las conoce absolutamente. Ahora, la matemática precisa para las disciplinas que nos exigían en la Escuela, esa sí, la tenía completamente dominada. El profesor Gallego por un procedimiento muy “sui generis”, personal, irrepetible, nos obligaba a saberlo todo. Yo iba a su casa aunque por lo general en esa época el estudiante iba  a una academia, en la que se entraba a las nueve y se salía a las dos. Nosotros en una sola hora con el profesor Gallego aprendíamos el doble.

 

-        Sin embargo tú empezaste en una academia en la que estaba Gallego.

 

Decidimos que lo mejor era lo más caro y el profesor Gallego cobraba bastante para aquellos años, más que cualquier academia en la que  se permanecía cuatro o cinco horas y todo era mucho más disciplinado y ortodoxo: te enseñaban geometría analítica, la teoría del cálculo, aritmética, teoría de conjuntos…cogían el texto por la primera lección y terminábamos siempre por la última. Gallego nada de eso, empezaba por un lado, continuaba por el otro…, “bueno –decía-, os voy a explicar la teoría de    “, a la semana siguiente los polinomios de      y nosotros no entendíamos nada…Y como eran, por decirlo así, cosas aledañas a la disciplina o a los libros de texto, pues había que sabérselos de antemano para comprender esa fracción. Era, sí, un hombre muy brillante.

 

-        De gran personalidad

 

Sí. Se fue a América y murió en un accidente de automóvil en Caracas. Era también el mundo de los vencidos.

 

-        ¿Era un republicano de…?

 

Era comunista

 

-        Es cierto que tu entraste o estuviste a punto de entrar en el Partido Comunista de la mano de él?

 

No. Entré por un alumno suyo, que luego sería un héroe del partido, un ingeniero canario que me había dado clases en su academia. Más tarde, cuando yo ya había ingresado en la Escuela, él, que con su grupo montó una academia, me mandó a dar una clase que me salió muy mal y no volví. Luego….no tenían dinero y eran unos disparatados, todos habían sido condenados a muerte y todos habían salido de la cárcel…, eran más rojos que las amapolas. Tras la experiencia fallida de la clase, me cogieron de corrector de problemas y yo los corregía casi sin verlos, estadísticamente. Fue en esa época cuando me hice más amigo de Cirilo Benítez. El me inculcó toda la teoría de Marx pero cuando yo ya estaba a punto se mató en un accidente ferroviario. Prácticamente  todo se reduce a que Cirilo durante uno o dos años estuvo trabajándome.

 

-        ¿Y te trabajó bien?

 

Sí, sí, me trabajó mucho. Ya sabes como era. Me tuve que leer toda la literatura marxista.

 

-        ¿Toda?

 

¡Puf1, casi toda, menos El Capital al que me negué, le dije que me diera un resumen. Pero, vamos, todo lo que no fuera eso pues Engels, Lenin…hasta Stalin.

 

-        ¿Y llegaste a tener carne de militante?

 

No…, no lo recuerdo bien. Además, carne yo creo que no se utilizaba, ten en cuenta que estamos hablando de la prehistoria. Lo que sí tenía eran papeles comprometedores, documentos, cartas, manifiestos, planes de agitación universitaria, nombres…

 

-        O sea, que hasta cierto punto ¿tuviste una actividad directa?

 

Me limité a aguantar el combate con Cirilo.

 

-        ¿Cuál fue el resultado de esas lecturas marxistas, qué te parecieron?

 

El resultado fue una discusión de dos años con Cirilo, en la que yo siempre mantenía que el marxismo es inexacto.

 

-        ¿Inexacto?

 

Es completamente inexacto. Es una ciencia parcial que se fundamenta en tres axiomas de los cuales dos son cuestionables y el tercero es una falacia. Recuerdo una discusión muy seria que llevamos a cabo con lápiz y papel y con fórmulas matemáticas. Creo que yo llegué a formular la inexactitud del principio mediante una integral elíptica o algo así. Me acuerdo que hice un desarrollo muy serio sobre la falacia de Marx, que el producto industrial genere una plusvalía que deba revertir sobre la clase trabajadora es una falacia por cuanto que en todo el esquema no interviene la mercancía –y además eso estaba dicho en un ensayo de Ortega, muy claro, y Ortega sabía que hacía una crítica de Marx, pero clarísimo-. Parece como si en la sociedad industrial hubiera una relación entre el trabajo y la producción pero no interviene lo producido, y lo producido altera, por lo tanto no se puede mantener el mismo esquema social porque el producto lo ha alterado. Y como te decía, eso está en un ensayo de Ortega que creo es “La meditación sobre la técnica”, que es lo que me dio a mí la clave.

 

-        ¿Con el profesor Gallego discutías también sobre estos temas?

 

No, el profesor Gallego era un marxista, digamos, folklórico. Era un marxista desorganizado, absolutamente desorganizado tanto como matemático, como lector, como profesional, como todo…No era un estudioso de Marx, se sabía lo que nos sabíamos todos. Había leído…, pero desde luego “El Capital” no. En realidad nadie lo había leído, ni hay que leerlo.

 

-        ¿Ni siquiera por curiosidad?

 

¡Hombre!, con cincuenta páginas la curiosidad está satisfecha. Yo recuerdo a otro, que no voy a nombrar, que cayó en la fascinación de Marx y un día pretendió convencerme de que lo había leído completamente y que lo tenía perfectamente asimilado y anotado. Le dije: “vamos a verlo” y saqué una edición antigua que tenía, hecha por Aguilar, bastante buena por cierto, mejor que otra que circulaba clandestinamente por Madrid y que estaba hecha en México. Le digo: “por donde quieras abro, por una página cualquiera”, y claro, aquello era ilegible. Sólo se podía leer con lápiz y papel, anotando las cuentas, porque Marx solo hacía cuentas, nada más que cuentas. Cuentas de aritmética comercial del bachillerato que era de lo único que sabía. Todo para llegar a la conclusión de que un veintisieteavo del capital tiene que ser la parte alícuota que produce el no sé qué para que…¡bah!. Total que acabé diciéndole que él aquello no lo había leído y si lo había leído pues peor porque no habría conseguido nada más que perder el tiempo. Por eso era más interesante “El Capital” reducido por su yerno que era el ideológico y no toda aquella morralla de cifras, aunque los puristas pretendieron que no y que aquello había que leérselo. El caso es que teníamos unas discusiones brutales, pero fue para mí una gimnasia y una inmunización.

 

-        ¿Una inmunización para?

 

Para no caer en la ñoñería marxista que vendría después. Era un papanatismo, obligado por las circunstancias del país, pero no por eso dejaba de ser papanatismo. En una de aquellas, cuando yo estaba intoxicado por Benítez, en la tertulia de Gambrinus dije: “¿y por qué no se lee el año que viene algo de Marx?, “¡pero qué disparate, tú qué dices, pero hombre!, me contestaron. Claro, que a todos lo que les interesaba era el existencialismo y Heidegger, probablemente porque era la moda, procedían de una Universidad falangista, alguna del SEU, y se podían a hacer “pinitos” con cualquier cosa, pero del marxismo no se podía hablar.

 

-        ¿Y a ti el existencialismo y Heidegger?

 

Me aburrió siempre bastante. Nunca lo soporté bien y a Sastre menos. Me parecía un mal escritor y cuando se es un mal escritor en un terreno se es en todos, no se hace un libro de pensamiento muy fino si a la vez no se hace una novela muy desastrosa, como era el caso de Sastre.

 

-        ¿Dónde estaba entonces tu interés?

 

Mi formación, por decirlo así, estaba en otra parte, iba por el neopositivismo. Leía mucho y despreciaba todas las filosofías vitalistas. Ahora, el Círculo de Viena me lo sabía muy bien.

 

-        ¿Encontrarías a pocos interlocutores?

 

No, no había ninguno, pero me daba igual, porque yo lo que hacía era comprar los libros y divertirme en casa leyéndolos. Había empezado por “Los fundamentos de la filosofía matemática” de Bertrand Russell y por ahí llegué al neopositivismo que era una conclusión inevitable.

 

-        Me ha parecido observar en las descripciones que haces de tus vivencias de esa época –la de los años cuarenta-, un tono entre desolador y entrañable.

 

Sí, es que entonces había cosas muy estimulantes para mí. Pero a la vez,, el panorama madrileño objetivamente considerado era muy desolador, apenas existía gente interesante, rica de ideas y moderna, estaban todos anclados en el pasado o en la clandestinidad. Tan sólo había reductos…No he mencionado, por ejemplo, a otro grupo que tuvo una gran influencia para mí. Un grupo que al principio se reunía en Lhardy y después en el bufete de unos italianos. Eran mucho mayores que yo y era un mundo muy diferente, más volcado al arte: Alfonso Buñuel, Pepín Bello, Paulino Garagorri, Fernando Chueca, gente en definitiva que tenía el mismo sello y que no vivían en la España oficial, ni quería saber nada de ella, no como algunos otros. Habían sido los surrealistas madrileños, los amigos de Federico García Lorca, gente que quedó muy truncada en la guerra, entonces tenían cuarenta y tantos años, quince o veinte más que yo. Pero no tenían ninguna pretensión de creadores, cada uno ejercía su profesión mal que bien y desde luego tenían algo que aportar muy sugerente a un individuo en plena formación como yo.

 

-        Lo cierto es que te movías en un mundo muy heterogéneo.

 

Bastante múltiple, por decirlo así. Todo eso era fruto del tiempo libre. Aunque ese mundo no es ya el de mi primera juventud, entro en él cuando estoy haciendo la carrera y con otro espíritu. Durante los cinco años de la Escuela dispuse de casi todo el tiempo que quería, entre otras cosas, porque nunca tuve ganas de dedicarme a la enseñanza. En general el estudiante que ingresaba en la Escuela podía ganarse unas pesetas y hasta hacer una cierta carrerita como alevín de ingeniero o profesor de matemáticas.

 

-        ¿Esa falta de vocación docente la determinó tal vez aquella experiencia en la academia como profesor, cunado los alumnos te preguntaron algo así como que por qué dos y dos eran cuatro?

 

Sí, algo así (entre risas)

 

-        Saliste de la clase…

 

Rebotado

 

      -¿Supongo que tu estancia en la Escuela sería de lo más llevadero, sobre todo si la comparamos        con las dificultades que entrañaba la preparación para el ingreso?

 

      En realidad en esos cuatro años no cabía otra cosa que la preparación. Tan sólo me permitía pequeños asuetos; la preparación era muy dura, sí, te exigía mucho. Tenías, por decirlo así, que correr los cien metros en tanto tiempo…y, bueno, uno podía tener más piernas que otro, pero no podía dormirse.

 

-        ¿O más cerebro?

 

O más cerebro, claro. Era una prueba de aptitud colocada en un listón bastante alto.

 

-        Es cierto que tu madre quería que fueses abogado y que tú decidiste estudiar Ingeniería después de ver un puente de hierro construido por Eiffel?

 

     Es cierto,. Lo que no recuerdo bien es si lo de que fue construido por Eiffel lo supe entonces o    después. Sí, es un puente de celosía metálica, muy característica de una época y del taller de Eiffel –ahora a ese taller se le llamaría poco menos que multinacional de proyectos de ingeniería-.

 

-        ¿Dónde está?

 

       En el País Vasco. Me llamó la atención, me picó la curiosidad…

 

-        ¿Tanto que decidiste ser ingeniero?

 

Entonces hacer la carrera de Ingeniería era un reto, aceptar una apuesta fuerte, que no se sabía si terminaría bien o mal. Era muy arriesgado porque había que empezar a estudiar de una manera privada, mucha gente fracasaba y resultaba muy baja la proporción de gente que ingresaba. Luego tenía la ventaja de que era un grupo de elite y que sabías que tenías la vida asegurada. Corrían los últimos días para el ingeniero de caminos como una pieza clave de la sociedad. Ya durante el ejercicio de mi profesión fue dejando de serlo, hasta hoy que no es nada, menos que cualquier cosa. Tenía otro aliciente y es que estaba muy bien remunerado, antes ser ingeniero equivalía a ser abogado del Estado o notario…

 

 Y de no ver aquel puente, ¿hubieras seguido la carrera de Derecho? ¿Estabas de acuerdo con los deseos de tu madre?

 

Yo había sido muy despreocupado toda mi vida, toda mi infancia, y a la pregunta esa de ¿y tú que vas a ser de mayor? Pues a mí no me atraía nada. Mi madre quería que yo fuese abogado por aquella cosa que tienen las madres, porque mi padre había sido un abogado brillante, había dejado una buena biblioteca, amigos…, y mi madre suponía que uno de sus hijos tenía que seguir la tradición. Como el mayor no la siguió se me atribuyó a mi el papel y yo me lo creí. Pero el verano que terminé el bachillerato nos fuimos de veraneo a San Sebastián, ví el puente y me dije,”Ah, pues yo voy a estudiar esto, para qué abogado…”, “¡Hombre!, este hijo mío está loco –dijo mi madre-, mira que estudiar ingeniero si no ha habido ninguno en la familia, ¡pero qué disparate!”. Pero mi primo Fernando Chueca, que tenía mucha influencia sobre mi madre, intercedió en mi favor, hasta que al fin accedió porque tampoco le parecía tan malo.

 

-        Según lo cuentas fue una decisión totalmente espontánea y tú no pareces persona que se deje llevar por impulsos.

 

Por muy lúcida, muy reflexiva y muy estudiosa – y yo no lo era- que sea una persona…

 

-        ¿No lo eras?

 

No lo era nada, al menos hasta que inicié la preparación para el ingreso en la escuela, que entonces sí estudié mucho. Precisamente siempre he operado por estímulos, aquello que me ha atraído me ha atraído mucho y lo que no lo he desdeñado. Pero insisto en que cualquier persona, sobre todo en su juventud, está sujeta a esas influencias externas de una manera casi definitiva, en muchos casos. Hay una serie de elecciones que se hacen en la juventud en la que la reflexión interviene muy poco, por ejemplo, la novia, uno no reflexiona sobre la novia, ni sobre la ciudad en que va a vivir…, una serie de circunstancias muy determinantes en la vida no son sino obra del azar. Yo lo defino como la edad de lo obvio, pues esas cosas surgen de una manera casi categórica, de manera que no existen fórmulas de discriminación, comparación y análisis. Así es, se elige la carrera y en la mayoría de los casos se hace porque uno se siente llamado a hacer eso y no otra cosa, no pone en cada platillo de la balanza una posibilidad, ve el fiel y dice se mueve hacia aquí o hacia allá. Hay gente que se propone ser médico y lo es no porque en su decisión haya intervenido la comparación no la aplicación de una fórmula reflexiva, la toma porque le es dada obviamente…y la novia se elige así, y la manera de vivir se elige así…, aunque luego esas decisiones se vengan abajo en muchos casos, y se comprende que uno pueda decirse ¿y para qué elegí esto si la experiencia me ha demostrado que no estoy llamado? ¿y porqué estoy con esta mujer que no me dice nada?. Entonces es cuando la reflexión opera, cuando hay que…

 

-        ¿A posteriori?

 

Sí, claro, a posteriori, cuando hay que reparar las averías del barco. No funciona esto, no funciona lo de más allá, el casco hace agua por todas partes…, pues hay que arreglarlo o hay que hundirlo, no lo sé, o ya no tiene reparo. En fin, que hay que enmendarlo y el procedimiento es completamente distinto al de la selección porque las circunstancias son otras.

 

-        ¿Y el procedimiento de selección obedece a…?

 

No, no hay, eso está mal dicho, rectifico, no hay procedimiento de selección. Se da una selección y a través de ella una elección. A veces no hay ni elección. Se da esto: yo quiero ser médico y no se le ocurre pensar a ese señor qué ventajas conlleva ser médico en contraste con ser arquitecto. Luego hay otras cosas que pueden ser empaquetadas dentro de un conjunto, el cual se selecciona una por otras razones, pero ciertas circunstancias son únicas e insoslayables.

 

-        ¿En ningún caso se pueden saber de donde proceden?

 

Bueno, yo no lo sé. Yo recuerdo que en aquella ocasión la elección de la carrera partió de aquel puente. No digo que de no haberse dado esa circunstancia, de vuelta en Madrid, me habría puesto a estudiar leyes y que luego hubiera rectificado, porque ese descubrimiento se hubiera producido por otra circunstancia similar. La visión del puente fue muy oportuna. Y luego no he tenido ocasión de rectificar en ese terreno.

 

-        ¿Ni deseo tampoco?

 

Nunca he tenido el menor deseo de ser cirujano, ni abogado,…, ni político por supuesto. No, en ese aspecto estoy bastante conforme conmigo mismo: es una profesión que me ha dado para vivir y me ha entretenido mucho.

 

-        ¿Y la literatura?

 

Bueno, la literatura no ha excluido la profesión, esa es una de las ventajas que le he encontrado, he podido simultanearla con mi trabajo, sin embargo, no he podido hacer otras muchas cosas –probablemente por escasa capacidad mía-. Estando ya ejerciendo la carrera pretendí estudiar violín y no pude, no me sentí con fuerzas: compré el instrumento, inicié el curso con un maestro, pero al cabo de unos meses estrellé el violín contra una mesa. Excepto para estudiar la carrera, no he sido precisamente muy constante.

 

-        ¿Los horizontes largos te abruman?

 

Sí, no saco las energías suficientes para superar el aburrimiento que me produce la dedicación día a día a ese menester, sin ver la salida. Para tocar el violín es necesario hacer dedos de una manera mecánica y yo nunca he sabido hacer gimnasia, me ha aburrido profundamente.

 

-        ¿Eso es el oficio?

 

Supongo que algo de eso es, sino algo muy emparentado, el ejercicio diario.

 

-        ¿La cotidianidad?

 

El ejercicio diario no tiene por qué ser cotidiano, ni siquiera actual. Pero evidentemente al piano, al violín, a otras muchas cosas, hay que dedicarle bastantes horas, si no, no se puede hacer nada, y en esos casos el aburrimiento es…, yo no lo soporto. La literatura no es aburrida para mí: la lectura siempre me ha divertido y la escritura de un día para otro no es aburrida con tal de que cada día se intente hacer una frase satisfactoria. Lo de menos es empezar una novela que se supone va a terminar dentro de siete años, el caso es que el ejercicio diario no sea tan pesado como el de mover las falanges, que es lo que hay que hacer con el piano o el violín. La agilidad en la literatura es de otro tipo, es de carácter intelectual y esa puede adquirirse en instantes.

Si el literato considera que en un momento tiene que pintar un crepúsculo, no se conforma con la pintura que ha recibido, que forma parte de su acervo o de lo que sabe –y en eso no se distingue de ninguno de sus colegas en la creación-, pero sabe que tiene unas facultades no explícitas hasta el momento en que pone las palabras sobre el papel, que cuenta con ciertas facultades para describir eso.

 

-        ¿Cómo sabe que cuenta con esa facultad?

 

Siempre cree que cuenta con ella, si no, no lo haría. Otra cosa es que dé en el clavo y consiga unas líneas o una página de calidad, que haga algo verdaderamente original y nuevo.

 

-        ¿La originalidad, la novedad es aún posible?

 

La originalidad siempre es posible, la novedad no. La originalidad es factible, a no ser, claro, que haciendo un acto de contrabando se dé por original lo ya recibido. El literato, el pintor…, tienen que ser originales. El copista es otro asunto diferente.

 

-        ¿La creación es la originalidad?

 

Bueno, creación es una palabra un tanto insidiosa y altisonante.

 

- Pero es la mejor que se ha encontrado para definir…

 

A lo mejor originalidad y creación tienen la misma secuencia semántica, origen es lo mismo que acto creador, pero…, en fin, insisto en que es una palabra muy redundante de la que podríamos prescindir. Además es mejor hablar de la creación refiriéndose a otros.

 

- A otros, ¿no a ti?

 

No.

 

-        ¿Por qué?

 

Porque me da un poco de vergüenza.

 

-        Eres, sin embargo, un creador reconocido como tal por muchos

 

¡Bah!, que digan lo que quieran.

 

-        Tienes un estilo muy personal, has escrito de manera distinta…

 

Me tienes que reconocer que eso no es nada difícil. E insisto, sigue siendo fácil, si llamamos escribir distinto a lo que Alfonso Buñuel definía como “olor a peine”, que se sepa por el peine quien es la persona que lo posee.

 

-        A pesar de esa facilidad de la que hablas, en esta época de tantas publicaciones, hay muchos que no han conseguido que su “peine” les distinga.

 

Bueno, a mí me parece que los que lo intentan sin conseguirlo no parten de la emoción previa y de las predilecciones. Me asombra mucho como a críticos, no críticos y profanos, les gustan tres cosas y a la vez las alaban en el mismo orden y en el mismo plano de consideraciones, siendo desiguales. El crítico puede hablar, en el mismo orden de preferencias de fulano, mengano y perengano, pero si gusta uno no puede gustar el otro. Admito que pueda gustar A y B en planos muy distintos, no admito que guste A, B y C. Una persona no puede deleitarse el mismo tiempo con Turgueniev y Dostoievski..

 

-        Pues los hay.

 

      Sí, pero son los que no tienen el aparato degustatorio lo suficientemente calibrado ni afinado. Les           gusta Turgueniev por ejemplo, sin paladearlo, sin haberse recreado en él, por referencias cabe decir,     porque se sabe que es uno de los grandes maestros rusos. Cuando se ha llegado al final de Turgueniev ya no interesa Dostoievski. Sería como al individuo que le gusta lo dulce y lo salado, o cosas más contradictorias, al fin el paladar es un instrumento zafio dominado por otras necesidades casi fisiológicas, pero el gusto artístico no, éste puede y tiene la obligación de ser muy exclusivista. No me parece nada fácil que pueda gustar Wagner y Brahms al mismo tiempo, ni la poesía intimista y la retórica a la vez…Otra cosa es sustraer, definir y señalar los valores de uno y otro, que es lo que hace el hombre culto, pero cuando se vive la experiencia de la obra de arte como algo propio, el gusto necesariamente es muy limitativo.

 

-        Antes has citado a algunas personas que han tenido cierta importancia en tu vida. Ahora querría que habláramos de otras, según la influencia que hayan ejercido sobre tu personalidad. ¿Tomás Benet, tu padre?

 

Muy poca, no sólo porque murió cunado yo tenía ocho o nueve años, sino porque antes de eso ya había dejado de tener influencia, al haberse separado mi madre de él aprovechando la ley de divorcio de la República. No sé exactamente la fecha, pero debió ser tres años antes de la guerra. Los hijos vivíamos con mi madre todo el año y supongo que por cláusula judicial o algo así –aunque en ese sentido mi madre prescindió de ayuda económica-, estaba previsto que mi padre nos viniera a ver. Una vez al año nos debía cuidar, nos llevaba de veraneo a casa de mi abuelo o de viaje por España y por el extranjero, y probablemente eso determinó que estuviéramos en su casa cuando estalló la guerra civil. A los pocos días de esto, mi madre, según ella misma me ha contado, le dijo a mi padre: “Tomás, me parece que te buscan. Estás en peligro”. El debió menospreciar ese peligro que luego se demostró real. Al parecer había razones personales por en medio, probablemente más personales que políticas. Lo fusilaron. Pero antes de eso, mi madre, dada la situación, había cogido a los tres niños y nos había llevado con ella.

Por consiguiente es posible que a partir de los seis o siete años, mi padre no tuviera influencia sobre nuestras vidas, salvo como persona que venía de vez en cuando a vernos y hacer todo eso que hacen los padres divorciados: traer juguetes fastuosos, pasearnos y poco más.

Mi madre siempre tuvo la elegancia de no hablarnos mal de él ni contraponer la figura de la madre con la del padre.

La que sintió gran devoción por mi padre fue mi hermana, como siempre ocurre, que la hermana mayor y el padre se llevan muy bien.

La verdad es que no supimos que éramos huérfanos hasta el final de la guerra. Hasta entonces habían pasado tantas cosas, tantas vicisitudes…, que en realidad no fue más que la confirmación de un vacío ya existente.

 

-        ¿Se sabe quienes lo fusilaron?

 

Aquí en Madrid. Al parecer fue un panadero, un enemigo personal. Mi madre lo sabe pero nunca lo dijo. Mi padre era un abogado brillante, ganaba mucho dinero y estaba en relación con patronos de dos tipos: del gremio de panaderos de Madrid y del gremio de pescadores y conserveros de Galicia. Algún enemigo personal se tomó la justicia por su mano.

 

-        ¿Tu madre, Teresa Goitia?

 

Sí, mi madre que vive, fue muy influyente. Es una mujer de gran personalidad, que a pesar de ser algo autoritaria, tuvo siempre un talento liberal y aceptó muchas cosas. Yo creo que siempre estuvo muy satisfecha de sus hijos…Le dimos disgustos, claro. En un síntoma evidente de precocidad, allá por los trece años le dijimos que “de religión, nada”, “pues hacéis un disparate…”, nos contestaba, pero acabó aceptando que los niños que éramos le anunciásemos que “eso de ir a misa y a comulgar, pues no”. Por la disciplina, en el colegio había que aguantarlo, pero a partir de las seis de la tarde del sábado y hasta el domingo la disciplina quedaba rescindida y la libertad establecida.

 

-        ¿Tu hermano Paco?

 

Paco fue muy influyente, sí.

 

-        ¿Hasta el punto de profesarle gran admiración?

 

Sí, mi hermano era más dotado que yo en todo…, bueno, en algunas cosas quizá no. Era un hombre muy brillante, tenía una especie de olfato intelectual tremendo para lo que había que hacer y lo que no, verdaderamente pionero, era muy despectivo, fue siempre contra corriente…Y me determinó en esa edad, mientras conviví con él, porque enseguida se marchó a Francia con una beca del gobierno francés y a partir de ahí nuestro contacto fue corresponsal o esporádico. Fue decisivo, sobre todo en los años del bachillerato, cuando había que tomar postura, en aquel tiempo en que había que ser anglófilo o germanófilo, franquista o rojo, leer esto o aquello: “Este José María Pemán que viene en los periódicos es un imbécil, el ABC no se puede leer…”

 

-        ¿Todo eso te lo decía a ti?

 

Se lo decía a sí mismo pero como íbamos juntos al colegio yo quedaba instantáneamente contaminado, y no solo yo, que era un año menor que él, sino también muchos otros aceptaban su magisterio. Era un hombre verdaderamente influyente.

 

-        ¿Fue tu primer mentor intelectual?

 

Sin duda. Aunque éramos la cara y la cruz. Yo no le seguía del todo, porque mi hermano fue un joven, a pesar de heterodoxo, aplicado y estudioso. El era siempre el primero o el segundo de la clase y yo el último o penúltimo, y nunca leía un libro porque me dedicaba a hacer el golfillo. En algunas cosas nos complementábamos: él no sabía nada de matemáticas y hasta que nos separamos se las hice yo, que no tenía ni idea de quien era Carlomagno y se lo tenía que preguntar a él. Por decirlo así, mi hermano era el “pispa” y yo el “sólido”. Luego se fue, pero mantuvimos la misma relación.

 

-        ¿Siempre cordial?

 

Sí, claro, muy cordial. Bueno, tenía un genio endiablado, era un hombre difícil, con un carácter que podía ser colérico, pero eso mismo le llevó a independizarse enseguida, a dejar la casa de mi madre y apañárselas él sólo. Podía ser feroz y debo reconocer que algo de eso he heredado yo, no de él, no sé de quien…, claro que la herencia no es sólo genética, y aunque fuera como él lo era en menos amplitud y densidad.

 

-        ¿Eres una persona más controlada?

 

Sí. Mi hermano también se controlaba, pero tenía más coraje, se atrevía a hacer cosas que yo jamás hubiera hecho.

 

-        ¿Por ejemplo?

 

Pues eso mismo de abandonar a los diecinueve años la casa y marcharse a París de estudiante, con una beca que sólo le permitía llevar una vida muy estrecha e incomunicada con la familia. Luego le envidié, porque aquello era mucho más formativo que cualquier cosa que se pudiera hacer entonces en Madrid. Claro que tampoco podía hacerlo…, me embarqué pronto en la historia de la carrera de Ingeniero.

 

-        ¿Lo cual en cierto modo requería también coraje?

 

Sí, pero de otro tipo. Eso, al fin, lo intentaban muchos españoles, pero lo de Paco no: se jugó el tipo, la posibilidad de volver a España, y otras muchas cosas. Luego todo le salió bien…, hasta el accidente.

 

-        ¿Te refieres a la expedición por Irán, en donde murió?

 

Sí.

 

-        ¿Tu primo, Fernando Chueca?

 

Fue muy importante para mí. Eran dos hermanos: Fernando y Carmelo. Cuando el padre se quedó viudo encomendó los niños a mi abuela y casi se criaron con la familia de mi madre, así que eran un poco hijos de todas las hermanas Gotilla. Fernando acabó la carrera en el 36, y después de la guerra, por militar en el ejército republicano fue “purgado”, tuvo que pasar unos años muy difíciles, en los que los Chueca estuvimos muy unidos, tanto que llegamos a vivir juntos en la casa de Alfonso XIII. Fernando y Carmelo fueron muy influyentes para nosotros dos, de suerte que mi hermano empezó a estudiar arquitectura por Fernando, aunque luego en el primer curso lo dejara para ir a París. En otros aspectos, Fernando tenía una serie de amigos con los que conectó después de la guerra que ya mencioné antes, era ese círculo de gente muy divertida que se reunía en Lhardy. Fueron determinantes para mí: de Alfonso Buñuel aprendí a escuchar música, de Fernando Chueca a mirar un cuadro…, hacíamos excursiones, baratas, claro…Luego Fernando se casó con una mujer con la que nunca congeniamos, y se produjo un cierto distanciamiento. Pero antes de eso la verdad es que tuvimos una muy intensa amistad, y por esas circunstancias que se dan, en que entran muchos factores, y pequeñas rencillas cotidianas, pues la amistad se fue degradando y hoy apenas nos vemos. Además él tuvo una evolución distinta de la que todos, o yo, esperaba.

 

-        ¿Fuiste también muy amigo de Alberto Machimbarrena?

 

Es el prototipo de la amistad de juventud, que sirve y permanece, aunque como siempre pasa, en la actualidad nos vemos menos. Nos habíamos conocido durante el bachillerato en San Sebastián, nuestras familias eran conocidas y amigas. Es de los amigos de mi existencia, sí.

 

-        ¿A Luís Martín Santos te lo presentó Machimbarrena?

 

Sí, el propio Alberto. Era un hombre de muchos puños, de un tesón tremendo, que estudiaba lo que quería. Ganó unas oposiciones al Psiquiátrico de Ciudad real, pero como tenía novia aquí, se marchaba los lunes y volvía los viernes, de manera que nos veíamos los fines de semana y hacíamos nuestras pequeñas sesiones de fin de semana escandaloso.

 

-        ¿Cómo escandaloso?

 

Pues eso, emborrachándonos, hacer brutalidades de juventud, ir a visitar malas mujeres, ir al baile…, esas cosas, algunas sesiones literarias…A él Ciudad real no le interesaba nada, se presentó a unas oposiciones en San Sebastián, volvió a ganarlas con toda brillantez y se trasladó allí. Aunque al principio le costó adaptarse a la peculiar sociedad de esta ciudad, acabó por hacerse donostiarra, pero siempre que podía venía a Madrid. Por mi parte, terminé la carrera, me marché fuera y la amistad se alteró, sufrió ese desplazamiento, hasta que se mató diez años después.

 

-        Con el pintor Caneja te unía la admiración por Faulkner ¿no?

 

Caneja…, sí. Estuvo en la cárcel cerca de cuatro años, entró, creo, en el 46 y salió en el 50 o algo así, fue un 14 de abril, día de la República, eso sí lo recuerdo con exactitud. Fuimos a Ocaña a ver el juicio, militar claro, y de allí salió con una condena inferior al tiempo que llevaba en la cárcel. Nos fuimos muy contentos, tanto, que a la vuelta de Ocaña a Madrid, nos detuvimos los amigos –su mujer Isabel, Fernando Chueca, Aurora García, que era muy amiga suya y mía…-, en Aranjuez, en la misma Ocaña…, y volvimos tarde a Madrid. A Caneja le habían soltado ese mismo día, así que tomó el tren y llegó a Madrid antes que nosotros. Estaba muy cabreado en la puerta de su casa, sin llave y sin poder entrar, mientras que sus amigos estábamos borrachos celebrando su salida.

 Yo le había ido a ver a la cárcel en alguna ocasión, pero sólo después de salir fue cuando hice amistad con él. Era la persona más entusiasta, además de yo mismo, que encontré en la admiración por Faulkner. Entonces tenía tres o cuatro libros suyos adquiridos no sé cómo y me los dejaba. Los dos leíamos mucha literatura americana. Fue una amistad constante, que no se mezclaba con la de otros amigos, al menos durante la época más activa.

 Ahora pienso que yo tenía una serie de amigos que no se mezclaban entre sí, que funcionaban en mundos distintos. Por un lado, Luís Martín Santos, Machimbarrena y algunos amigos del Gambrinus, por otro el grupo de Pepín Bello, Chueca, Alfonso Buñuel…

 

-        ¿Y el grupo de Ferlosio, Aldecoa…?

 

Los conocía, pero no tuve demasiada amistad con ellos. A Ignacio Aldecoa le vi algunas veces en el café Gijón y salimos a cenar juntos o a tomar copas que era lo que se hacía por aquel barrio de la calle Libertad. Pero, ya te digo, nunca hice una gran amistad con Aldecoa, ni Sastre, ni Ferlosio…Bueno, en los años sesenta y tantos si tuve amistad con Ferlosio, cuando volví a Madrid. Un día me encontré a la pareja, a él y a Martín Gaite, y recuerdo que nos fuimos a su casa –en la que no había estado- y nos tiramos toda la noche hablando. Hicimos una amistad que ha sido permanente pero a la vez distante. El otro día le vi, pero hacía más de seis meses que no le había visto.

 

-        Y Domingo Dominguín ¿Es cierto que te integró en su cuadrilla con el apodo de “El Novelas”?

 

Con ese apodo sacaba un anuncio, porque tenía que completar la nómina de las cuadrillas con nombres propios y lo mismo pasaba a la hora del “paseíllo”, pero no toreé nunca.

 

-        ¿Tampoco en Teruel con Rafael Ortega?

 

No, jamás. En el pueblo de los Buñuel, Rafael ortega me brindó un toro, pero nada más.

 

-        Entonces ¿No llegaste a salir nunca?

 

A salir, sí, pero en el “paseíllo”, con el bicho fuera no. Una vez le di a una vaquilla unos pases en una casa que tenía Domingo ortega en la sierra, pero nada más, no hice más que eso, no tenía la menos afición por esas cosas.

 

-        ¿Y desde la barrera?

 

También me aburría. Es un espectáculo que nunca me ha divertido. El otro día un individuo de Valencia me escribió para que colaborara en una revista que hacen todos los años con firmas literarias hablando de los toros y me negué.

 

-        ¿Ni siquiera te interesa para hablar en contra?

 

Nada, para nada.

 

-        En 1952 haces el servicio militar en la Infantería de Toledo, mientras tu amigo Machimbarrena se queda en Madrid. Tú mismo has contado cómo los respectivos sargentos os explican la idea de patria, para uno es la madre y para el otro el sentimiento tribal y nacionalista. Pero ¿y para ti?

 

¡Uy! Paz!, en eso no quiero entrar. Supongo que sigo sin saber lo que es. Además, eso hay mucha gente que lo sabe con mayor precisión, sobre todo ahora, lo saben los catalanes, los vascos, los andaluces…

 

-        Tengo entendido que la “mili” te sirvió para perfeccionar tu inglés.

 

Sí, esa fue una de las cosas que pasaron en la “mili”. Me encargaron traducir un reglamento de deporte y lo traduje mal que pude. La “mili” la aproveché, sobre todo, para leer, siempre estaba debajo de un olivo leyendo, no pegué un tiro, ni juré bandera…

 

-        ¿Cómo? ¿Te escabulliste?

 

Sí, le decía al capitán: “Me han dado una beca para ir a Escocia este verano, ya juraré el año que viene…”, y al año siguiente le contaba que me tenía que ir a Suecia…Pero es que el mío era un caso insólito, porque entonces los estudiantes hacían lo que se llamaba milicias universitarias, mientras que yo por descuidado me fui al cuartel.

 

-        Por descuidado, ¿No rellenaste los papeles o algo así?

 

Sí y porque en un primer examen me dieron estrecho de pecho y exento. Pero en esos años se crece y yo ensanché, ya no fui estrecho de pecho y un día estando comiendo se presentó la Guardia Civil y me llevó al cuartel.

 

-        ¿Con fastidio por tu parte?

 

No…, yo lo pasé muy bien en la “mili”.

 

-        ¿Qué te divertía?

 

La escuela estaba muy aburrida. Me divertía el no hacer nada. La gente del cuartel –el sargento, el capitán- se dieron cuenta de que era un caso bastante raro y me trataron muy bien.

 

-        ¿Y esa situación de privilegio, a qué se debía?

 

Por ser estudiante y estar terminando la carrera de Ingeniero de Caminos, nada más.

 

-        ¿Eso te confería prestigio?

 

Supongo que sí. Además yo no estorbaba, me quedaba debajo del olivo leyendo y aprendiendo inglés.

 

-        ¿La primera lectura “de corrido” que hace en inglés es la de Carson McCullers?

 

Sí, tal vez. Pero esos eran los primeros años en que me atrevía a coger un libro en inglés y leerlo.

 

-        ¿Cómo lo habías aprendido?

 

De niño tuve una nurse inglesa y aprendí algo. También durante una temporada mi hermano y yo fuimos al Instituto Británico. Pero necesitaba vocabulario y ese lo adquirí en el cuartel.

 

-        Como unos veinte años después tu tradujiste “A este lado del paraíso” de F. Scott Fitzgerald…

 

Y nada más.

 

-        Creo que fue Salinas quien te propuso más tarde traducir “La tempestad” de Shakespeare.

 

Sí, pero no lo hice.

 

-        ¿Por qué?

 

Porque se me acumularon otras cosas y porque no me gusta nada traducir. Lo de Fitzgerald fue un verano que estaba muy aburrido, muy deprimido y falto de estímulos, así que acepté y al final me enfadó mucho aquella traducción, no me compensó nada.

 

-        ¿Te enfadó por cómo lo habías traducido?

 

No, no. No sé si lo traduje bien o mal, en cualquier caso me da igual. Alguien me la elogió luego. Pero, ya te digo, no me gustó nada ese oficio.

 

-        Al año siguiente del servicio militar, publicas la primera pieza de teatro, “Max”, en “Revista Española”, en donde escribieron también Ferlosio, Fernandez Santos, Aldecoa, Martín Gaite, y otros a los que posteriormente se les conocería como “generación del cincuenta” o “del medio siglo”. Además de en ese grupo se te incluye en lo que alguien ha llamado “contraola antirrealista”. Es conocida tu falta de simpatía por el realismo social, pero ¿Te parece apropiada la terminología? ¿Te sientes integrante de esa generación?

 

A unos les gusta que les llamen generación a otros no…El otro día leí un artículo, de no sé quien, en el que se decía que eso de la generación era algo inexistente, que era un azar…Bueno.

Sí, yo publiqué por Francisco Pérez Navarro y por Ferlosio. Antes había escrito un par de artículos: uno sobre Baroja y otro de sociología de no sé qué…

 

-¿Dónde?

 

No me acuerdo. Lo que sí recuerdo es que publiqué, creo, en una revista americana por un cura que me pidió un artículo a través de Pérez Navarro. Yo andaba leyendo algo así como de psicología de los monos y escribí sobre eso. Sí recuerdo muy bien que fue lo primero que me pagaron, porque en “Revista Española” no daban una peseta…, claro que bastante hacían con publicar.

 

-        ¡Y lo de “contraola antirrealista” de Corrales Egea?

 

Pero eso no existió, se lo inventó él, nunca nos llamamos así. Lo que sí se dio que nos divertía mucho fue el concepto de “bajo realismo”, como una traducción irreal en contraposición a lo surrealista, que quiere decir sobre realista estrictamente traducido. Bueno…, algunos juegos de palabras hicimos con el bajo realismo pero nada más.

 

-        De manera que tu no tienes problema con los encuadramientos que hacen estudiosos y críticos literarios.

 

Hay gente que se opone, pero para qué se va a oponer uno. Que hagan lo que quieran. Esas son cosas obligatorias para esta gente, tienen que hacer eso, sino qué van a hacer. Agrupar, destacar, diferenciar, analogizar, buscar parentescos cronológicos, no cronológicos, estilísticos, no estilísticos, las influencias, diversas influencias…, esa es una labor casi de taxonomía. Pero a mí que más me da que me incluyan en el reino mineral, en el vegetal o en el botánico.

 

-        No hemos hablado de tus lecturas, tan solo y muy rápidamente de Faulkner. ¿Y Kafka, Poe…?

 

Bueno, las lecturas de los clásicos anteriores ya las había hecho, entre los diecisiete años y los ventitantos leí a los obligados, los que se encontraban en España y de los que había hablado la generación anterior. Thomas Mann, Flaubert, Dostoievski, Stendhal, Tolstoi…, a todos los leí con la sensación de que ese era una psao imprescindible en la formación de un hombre, pero ninguno me causó sobresalto. Eso ocurrió al leer a Poe y después a Faulkner y a Kafka, los tres me causaron gran impresión. Más adelante leí a Proust y Martín Santos y yo nos examinábamos el uno al otro sobre el escritor, con esa pedantería propia de los jóvenes.

 

-        Cuando terminas los estudios te marchas de prácticas a Suecia y de vuelta a España enseguida obtienes tu primer trabajo, ¿En la misma empresa en la que estás ahora y para la que has trabajado siempre?

 

No. Estuve un año en una oficina de proyectos, un gabinete de ingeniería que había montado el Banco Urquijo como consecuencia de la cantidad de proyectos que les habían caído con las bases americanas. Yo trabajé como ingeniero recién salido en el proyecto del muelle de Rota, que, por cierto, dio mucho trabajo, era un proyecto muy nuevo, muy distinto a lo que se hacía en España: atracar allí el mayor portaaviones del mundo era algo que se salía de  de los límites del dibujo normal de un ingeniero español. Pero era un trabajo de oficina, de tablero y cálculo, cosa que nunca me ha gustado, así que duré un año y poco más. Anduve preguntando donde había un trabajo para in ingeniero de obra y pablo García Arenal, que entonces era ingeniero en la Compañía de Ferrocarriles, me ofreció un trabajo en Ponferrada. Me había casado, y no lo dudé: allí me fui.

 

-¿Es verdad que tienes construidas algo así como siete presas y cincuenta kilómetros de túnel?

 

A diferencia de un libro, eso es obra de muchos. Yo no puedo decir que haya construido nada, algunas cosas a mis órdenes, eso sí. Presas eran siete, sí, pero tampoco te creas que son muchas.

 

- ¿No?, a mi me parecía que sí.

 

Bueno…, podrían haber sido más. Sobre todo cuando pienso que ya no haré ninguna.

 

-        ¿Por qué?

 

Porque no, porque eso ya lo hacen los jóvenes. Para dirigir una presa hay que estar allí mismo y yo ya soy viejo y caro para estar al pie de una obra. Tendría que ser muy excepcional. Hace un año acabé una en el Pirineo, pero porque se dieron una serie de circunstancias particulares que no se volverán a repetir. Entonces me tuve que ir con todos los bártulos al pirineo, supongo que esa es la última obra que dirijo.

 

-        Tal vez ¿Por qué no te apetece?

 

Sí, sí. Nada es más agradable que vivir a pie de obra, pero no, ya no es lo suyo. Ahora me dedico a supervisarlas, a dar consejos, a hacer informes…

 

-        He oído que eres un magnífico ingeniero

 

No…, no sé, no. Los ingenieros no son magníficos.

 

-        Pues un buen ingeniero

 

Los ingenieros son competentes o incompetentes.

 

-        Competente

 

Pues alo mejor soy un ingeniero competente…, o lo fui. Tampoco es muy difícil.

 

-        El ingeniero y el escritor ¿cómo se llevan?

 

Ya no sé qué responder. Siempre digo lo mismo, que no encuentro diferencias, tan sólo es diferente la actividad. Es como si yo te preguntara a ti qué diferencia hay entre dos actividades hechas por una misma persona, tú trabajas en la radio, y de repente haces un libro y luego te pones a bailar…La persona es la misma y pone en movimiento una misma unidad, formación, mentalidad, capacidad o falta de imaginación, voluntad o falta de voluntad…

 

-        Nos habíamos quedado en Ponferrada, cuando trabajas en los canales de Quereño y Cornatel, en donde permaneces desde 1956 hasta 1959 ¿Ahí escribes “Nunca llegarás a nada”?

 

No, ahí no escribo nada, no tengo tiempo y sí mucho trabajo. Esos relatos los hago tres o cuatro años después, en Oviedo, a donde fui para construir un túnel ferroviario. Ponferrada era una ciudad como del Oeste americano, llena de ingenieros en plena ebullición, se trabajaba hasta los domingos.

Pero en Oviedo, aunque la obra era muy difícil, por determinadas circunstancias me quedaba mucho tiempo libre. No “entré” en esa ciudad, no tenía amigos…, y a las ocho de la tarde ya estaba en casa, vivía sólo, con mi mujer y Ramón, mi hijo mayor. Allí escribí, y empecé a pintar la catedral de León.

Lo que había escrito en Ponferrada era una obra de teatro que sepulté, no se publicó y es anterior a ese libro de relatos, que publiqué en el 61 y debí escribir en el 60.

 

-        O sea que fue antes de marcharte al pantano del Porma.

 

Sí, me fui en el 61 o 62 y estuve hasta el 66.

 

-        Pero en el segundo relato del libro, en “Baalbec, una mancha” aparece por primera vez Región, y a Región la ha situado en el valle de Vagamian, cuando trabajas en el pantano del Porma, y evidentemente tu no estabas allí cuando escribes esto.

 

No, no estaba, pero el nombre es anterior. Quizá las configuraciones y las descripciones geográficas corresponden más al pantano del Porma y a las lecturas de geografía y geología que tuve que hacer durante la ejecución del Porma. Todo eso me influyó bastante para describir aquella comarca. Pero el nombre no, el nombre lo había inventado o adoptado en Madrid, en mis años de estudiante. En una de esas novelas que te mencioné ya salía Región.

 

-        Asi que Región aparece mucho antes de que te vayas a León.

 

Sí, como concepción, como una comarca, digamos, sin configuración física.

 

-        “Nunca llegarás a nada”, tu primer libro, se publica en Ediciones Tebas de Vicente Giner –arrojado empresario le has llamado en alguna ocasión- pagando tú mismo los costes de edición.

 

Sí, era un amigo de Caneja con el que había tomado mucho café en Madrid. Se dedicaba a editar libros de venta inmediata: enciclopedias, manuales, alguna novela… y siempre andaba muy “alcanzado” de dinero, así que en una de estas le ofrecí que publicara el libro costeándolo yo. Al principio dijo que no.

 

-        ¿Después de leerlo?

 

No, y aunque lo hubiera leído…, yo creo que nunca lo leyó o tal vez lo hizo más tarde como curiosidad. Pero en una ocasión, viendo  que estaba muy apurado de dinero, y pensando que por ahí le podía entrar algo, accedió a publicármelo. Hasta hace poco conservé las letras. Por doce mil pesetas hizo la edición, de unos mil ejemplares, creo que todavía le quedan unos quinientos en al pasillo y siempre que nos vemos, de año en año, me dice que vaya por la editorial y retire las cajas: “Pero, hombre, Vicente –le digo-, si he encontrado algún ejemplar el la Cuesta Moyano por quinientas pesetas, ahora tendrías que hacer negocio”, “Bueno, bueno -me contesta-, llévatelas que en el pasillo me estorban”.

 

-        ¿Antes de esto, hiciste alguna gestión para encontrar editor?

 

Sí, bastantes. Pues había mandado a “Losada”, que entonces publicaba cosas que no se podían editar en España, a “Sudamericana”, donde trabajaba como asesor literario un tío mío, a Francia, a un individuo que me devolvió el manuscrito con una carta muy amable, cosa que no hizo ningún editor español; luego intenté mandar la primera redacción de “Volverás a Región” a Seix Barral, y a otras casas de Barcelona…

 

- Ya sabemos el motivo que te impulsó a escribir, pero y ¿a publicar?, porque son dos cosas distintas.

 

Sí, me lo tomé con calma, veía que el panorama estaba muy difícil, pero por el hecho de no publicar no iba a dejar de escribir que tanto me divertía. Tenía confianza en que uno u otro día algo saldría, y cuando Giner me dijo que aceptaba publicarlo…, el primer libro siempre es, supongo, que como para la madre el primer hijo.

 

- Un segundo nacimiento para el autor.

 

Sí…, bueno, se cree uno que va a cambiar Edmundo con ese libro y luego el mundo ni se entera de que ha salido.

 

-        “Nunca llegarás a nada” es, aunque menos que “Volverás a Región”, un precedente de toda tu obra posterior, tanto por su peculiar estilo narrativo como por algunas de las cuestiones que ahí aparecen como Región, el viaje, la ruina, la muerte, las tumbas…Tú has escrito que “de todos los libros ninguno va a tener una significación tan especial como el primero, es un segundo nacimiento, a partir de ese el escritor puede dedicarse al perfeccionamiento de su arte”. Es todo eso “Nuca llegarás a nada”?, ¿lo consideras como el primer libro de significación determinante?

 

No, no creo vamos. Hay algunos ingredientes…Pero el relato más largo de ese libro, al que le dá el título, es un tipo de relato en el que no he insistido.

 

- Pues en esa narración está, por ejemplo, el tema del viaje.

 

No he vuelto a insistir mucho en el tema del viaje.

 

-        Los viajes o los viajeros son constantes en tu obra.

 

Los viajeros sí. Pero un relato de dos jóvenes que se pasean por Europa, no. Esto está encuadrado más en un género anglosajón que español, luego, claro, todo pasa y no hay fronteras para los géneros o modalidades, pero…, no he vuelto a hacer mucho más de eso, sobre todo novela en que los caracteres son algo, un poco más que adolescentes. Hay ingredientes, no un embrión de lo que vendría después, en ese aspecto el libro embrionario es “Volverás a Región”.

 Además nunca me ha gustado insistir sobre lo hecho, repetir el género no me apetece. Si un nuevo libro es representativo de una modalidad, de un momento y de un cierto gusto, no hay por qué volver a él. Otra cosa es el escritor de género, con mucho éxito al que el público le exige y le obliga a reincidir, naturalmente con cambios argumentales o de situación, sobre los caracteres principales del libro. Pero como ese no ha sido afortunadamente mi caso, no he tenido nunca que repetirme.

 

-        Tú no consideras, entonces, que “Nunca llegarás a nada” sea ese primer libro, segundo nacimiento.

 

Pero yo no estoy hablando de mí en esa frase que has sacado. Hablo de una situación general que se da en buen número de escritores y de profesionales. El primer trabajo tiene eso: hincarse en la profesión. Y yo nunca he entendido esto como una profesión. A lo mejor, dentro de poco, cuando lentamente vaya abandonando mi trabajo de ingeniero y consuma más horas en el de escritor, la entiendo como profesión. Es muy distinto el carácter de ese primer libro cuando la persona está decidida a ser un escritor profesional y a ganarse la vida con la pluma. Pero como yo nunca tuve ese propósito pues que el libro no tuviera el menor éxito me pareció tan normal.

Aunque “Nunca llegarás a nada” si tiene la importancia de que introduce la costumbre de escribir para publicar, que es algo así como un viaje sin retorno. Pero es un libro que no he releído, no he ido allí a buscar cosas en las que me quedara corto. Hay, si no recuerdo mal, el esbozo de un cuento que un día quise convertir en algo más, es un relato inacabado, tan sólo perfilado, al que nunca volví por falta de tiempo.

 

-        ¿Cuál?

 

El primero, “Nunca llegarás a nada”. Hice un “incursus” y me dije: “Bueno, eso lo dejo así, ya lo trataré más”.

 

 

-        En 1965, has tenido ya tus cuatro hijos, has publicado tu primer libro y estás prácticamente “situado” profesionalmente como ingeniero. Ese año conoces a Dionisio Ridruejo y te unes a él y as u grupo “Unión Social-Demócrata Española”.Pero de una forma u otra, en mayor o menos grado, siempre habías tenido alguna actividad política. Estuviste, incluso, detenido en una ocasión en Pamplona.

 

Sí, pero en mi caso fue una detención casual, yo iba acompañando a una serie de personas a las que perseguía la policía. A las setenta y tantas horas salimos Luis Martín Santos y yo, tres o cuatro días después Alberto Machimbarrena y el arquitecto Luisito Peña, y a los dos años Vicente Girbau que era el que perseguía la policía por haber redactado un manifiesto contra Blas Pérez.

 A Vicente Girbau le conocí en casa de Alberto Oliart, donde se conspiraba. Y sí, he asistido a conspiraciones, con mi hermano, con ese grupo de Oliart, Machimbarrena, Pradera un poco…Pero he sido más que nada un testigo presencial. Solamente cuando mi hermano se exiló, por la fuga de Cuelgamuros, hice de correo y de distribuidor de propaganda, pero poco más.

 

-        Según cuentas en “Valedictoria”, en las reuniones del grupo de Ridruejo te limitas a protestar.

 

A protestar… por lo mal redactados que están los manifiestos, por las simplezas de algunas opiniones, porque no se bebía, porque era muy aburrido todo lo que se decía…

 

-        Pero fuiste nombrado para un secretariado colegial, junto con Eurico de la Peña, Chueca, Fernando García Lahiguera y Pablo Martí, en una ausencia de Ridruejo que duró dos años.

 

Como Dionisio, el jefe, seiba a América, pues había que seguir manteniendo el local, pagar el piso, tener reuniones y mantener los pequeños compromisos que teníamos como discutir con Tierno y cosas así. No daba mucho trabajo.

 

-También te enviaron a varias misiones, como a Estéril a ver al Conde de Barcelona o a París a visitar al Gobierno republicano.

 

Eso fue un fracaso.

 

-        ¿Lo de París?

 

No fue sólo París, creo que llegué hasta Holanda. Yo le había hecho un proyecto a Dionisio que consistía en lograr que quinientos españoles notables –cien de fuera y cuatrocientos de dentro- se reunieran en un juego de pelota, se autonombraran en asamblea constituyente y redactaran unas bases para el cambio. Suponía que si el Gobierno había soportado el movimiento de Munich con cuarenta personas, no podría soportarlo con quinientos españoles notorios entre los que incluíamos nada menos que al general Valiño. Contábamos con que el Partido Comunista no entraría en las negociaciones al tener su propia estrategia. Dionisio me dio una serie de cartas, cogí el coche, a mi mujer, y nos fuimos. Vi a la gente de Toulouse, a Llopis, al Gobierno republicano en París, Maldonado y Varela, a gente del PNV en el País Vasco, a Tarradellas…Pero quien se cargó el proyecto fue Llopis, aunque en principio nadie de la oposición pudiera negarse, a él no le interesaba. En los dos días que estuve con él desplegó todas las artes del viejo cacicón y me dijo que de aquello nada. Yo creo que entonces él era perfectamente consciente de que en una asamblea así nunca podría conseguir para su partido, el PSOE, una posición mayoritaria y aparte que no creyera en la viabilidad del proyecto, no quería poner de manifiesto las debilidades de su grupo. O sea, que me salió muy mal, me volví después de estar diez días por ahí con las manos completamente vacías.

 

-        ¿Y eso del juego de pelota? ¿Cómo en la Revolución francesa?

 

Sí, pensábamos utilizar un cine o un frontón de Toulouse y formar el parlamento de la oposición española, sin más limitación que la de que el que quisiera y se atreviera, entrara.

 

-        Lo que sí aportaste a las reuniones de la Unión Social-Demócrata fue la costumbre de disponer de una botella de whisky, a veinticinco pesetas ración ¿no?

 

Sí. La botella debía costar unas ciento cincuenta pesetas, pero no pagaban casi nunca aduciendo que no tenían “suelto”. Mal que bien sacábamos hasta doscientas pesetas y llegamos a tener en algún momento seis botellas, que hasta nos daban para comprar algún sello. Luego yo tenía que componer el boletín, los treinta o cuarenta que se distribuían. Se llamaba Boletín de Acción Democrática y me lo tenía que escribir casi entero, hablando de las manifestaciones universitarias, la crisis económica…

 

-        ¿No parece que fueras muy entusiasta del proyecto político?

 

Según Dionisio decía: “sólo a Juan Benet le da más vergüenza que a mí el proselitismo político”. Me metieron en la cárcel otra vez por una intervención de Dionisio en un mitin en la facultad de Derecho. Yo le acompañé para hacer de coger, me senté en la mesa con él, y al día siguiente o multa o Carabanchel.

Entonces yo estaba metido en negociación muy difícil con el MOPU y le dije a mi director, Pablo Arenal: “Hombre, yo creo que si seguimos esta negociación en el locutorio de Carabanchel, puede salir mucho mejor”, pero me contestó: “anda, anda, déjate de historias y paga la multa”. Y pagué, las tres o treinta mil pesetas, no recuerdo bien, impuestas por la “autoridad gubernativa”.

 

-        Has escrito que Dionisio Ridruejo tenía demasiada talla intelectual como para triunfar en política. No sé si te referías a la política en general o a la de aquellos momentos. ¿Es cosa menor, la política?

 

A Dionisio lo que le gustaba era discutir de literatura, de mujeres, de paisajes o de arte gótico. Aunque tenía una carga política tremenda. A pesar de que tenía un aspecto muy moderado, fue un hombre de gran vehemencia, con un temperamento muy “lanzado”. Ya había sorprendido a los falangistas de la época por su oratoria y actitudes. En la prehistoria del Régimen, en los años cuarenta, antes de romper con la Falange, había dado señas de que era un hombre de cuidado. Una vez escribió un artículo contra García Sanchíz, en el que venía a decir que lo más lamentable era estar en el mismo bando combatiente de ese señor.

 

-        ¿Tal vez Dionisio Ridruejo hubiera triunfado en otra política? ¿En la actual?

 

No, no creo. La ideología de un partido de centro izquierda hoy no tiene ninguna representación, tendría que haberse sumado al partido socialista o desaparecer. Se hubiera convertido en una especie de figura senatorial o algo así. De hecho las figuras contemporáneas suyas no están en la política activa, ni siquiera Tierno, no digamos Ruiz Jiménez, Areilza…, todos sus compañeros de generación o de “brega” han desparecido de la escena.

 

-        No te pregunto por su posición política…

 

Era indivisible. Un individuo como Dionisio hubiera sido muy raro que no tuviera una posición liberal-izquierdista, cosa que no cuaja hoy.

 

-        Sí, pero yo lo que quería era insistir sobre la cuestión del intelectual y el político.

 

Sí, pero para ese tipo de persona la clandestinidad es lo perfecto, o la oposición a un régimen que permite una serie de gestos, algunos ocultos y otros explícitos. Es la posición perfecta para ese tipo de intelectual. En un régimen abierto ese individuo puede quedar detrás como ideólogo de un partido o como figura de recurrencia, pero no como persona en la política activa. Yo no imagino que podría haber sido Dionisio en la política de la España de la transición, ni ministro de Cultura ni nada.

 

 

-        En 1966 se publica tu segundo libro, “La inspiración y el estilo”, ¿lo escribiste mientras trabajabas en Pajares?

 

En Pajares, en Porma…, lo escribí un poco a “salto de mata”, porque en aquella época tenía que viajar mucho. Si no recuerdo mal, lo terminé en Madrid.

 

-        Has dicho que lo escribiste por dos motivos: para ocupar el tiempo del que disponías diariamente tras terminar tu trabajo en la obra y para “aclarar unas ideas que si no se escriben no adquieren su verdadera entidad ni desarrollan todas sus posibilidades”. ¿El ejercicio de la escritura es el medio más idóneo para la reflexión?

 

Sí, no he encontrado otro. Si la palabra no se materializa en el papel u huye en la mente…aunque a lo mejor ahora con estos instrumentos (se refiere al magnetófono) podría hacerse lo mismo. Pero, bueno, eso ya está dicho desde Platón, que la dialéctica, el diálogo, es lo que crea el pensamiento. Es la partera. Al fin y al cabo, con el papel se establece un diálogo, el papel te está pidiendo que pienses un poco más allá de lo que has pensado y que después del segundo pensamiento venga un tercero…Con una mente “en blanco” dando vueltas como mucho se llega a dos líneas, pero no más.

 

-        ¿Y lo más posible es que el resultado sea caótico y disperso?

 

Bueno, eso siempre me ha preocupado poco. El caso es que sea penetrante, interesante en cierto modo, original. Yo creo poco en el orden, son muy pocos los escritores ordenados que me han atraído. Kant me parece un escritor desordenado, por ejemplo.

 

-        ¿Modelo de escritor ordenado sería Flaubert?

 

Qué duda cabe. Y Thomas Mann. Modelo de escritor desordenado sería Saint Simón. Es cuestión de gustos, como a unos les va el tipo de jardín italiano y a otros el inglés. Y lo mismo que no me gustan los macizos recortados haciendo filigranas, pues tampoco me gustan los libros en que se nota el plan, la obediencia a unas líneas generales y a un esquema. Luego todos lo tienen por supuesto. Quizá es una cuestión de maquillaje. Hay individuos que saben maquillar su desorden con más gracia, como esa mujer que no se le nota y está perfectamente compuesta y le da un aire de naturalidad y soltura a su cara como si no hubiera trabajado sobre ella.

 

-        ¿El estilo lo es todo y la inspiración va detrás?

 

Bueno, ese era un libro muy juvenil…, que ahora no haría nunca. No es que esté descontento, pero era un libro hecho muy para mí mismo. Había preguntas, preguntas que partían de pequeños enigmas: si este escrito tiene todas las constantes de lo que creo que me gusta, ¿por qué no me gusta?, y este otro que en principio lo tendría que aborrecer, ¿por qué no lo aborrezco?, ¿Cuál es el misterio de este tipo de cosas?

 

-        Tú mantienes posturas similares a las de ese libro en la actualidad, ¿y lo calificas de juventud?

 

Hombre, ya bastante entrada la juventud…, treinta…, cuarenta años. La actitud es lo juvenil, ¿por qué tengo yo que hacer este libro?, podría conformarme con no plantearme estos problemas. A lo mejor es que las tardes en Pajares eran demasiado largas y las cuestas demasiado empinadas para pasear…Y que me haya mantenido, pues no digo que no, tampoco sé muy bien cuáles son las posiciones de ese libro. No hay ideología fundamentada por un sistema de pensamiento teorético que deduzca unas conclusiones tajantes. Además, es un libro hecho a base de cómo a mí me gusta que sea la crítica, sin generalizaciones, de casos concretos: tal párrafo de George Elliot me parece que está muy bien, aquella cita de la Biblia no es de recibo, a Racine le pasaba esto…Sin montar una teoría, mucho menos una teoría conceptual.

 

-¿Y ahora te interesa el tema de la inspiración y el estilo, o no?

 

Sí. Siempre que veo algún texto que “despida buen olor” sobre esos conceptos lo suelo leer. Esta misma semana he leído un texto sobre el estilo de De Quincey, que estaba bien. Lo que ocurre con los años es que gusta más leer que escribir. Escribir sobre el estilo es algo que no haría nunca, sobre otras cosas emparentadas con el estilo, no digo que no. Y nunca generalizaciones, que cada vez me gustan menos. Hombre, se te han ocurrido una serie de ideas acercadle estilo de fulano en tal página…, bueno…eso ya…

 

-        ¿Sobre eso sí escribirías?

 

Sí, si un día me viene “la vena”. Ahora, teoría no.

 

-¿Qué has leído últimamente sobre lo que escribirías?, quiero decir: algo que te haya conmocionado en cuanto a su estilo hasta el punto que podrías escribir sobre ello.

 

No sé…El otro día, hace ya algún tiempo, pensé escribir un pequeño ensayo sobre tres maneras de narrar un mismo hecho y hacer una serie de reflexiones acerca de cómo puedo cambiar ese hecho. El hecho fue uno, el histórico, pero el que llega es el que lee el lector, porque el histórico pasó, entonces nos encontramos con tres hechos distintos…

 

-        Según hayan sido narrados.

 

Claro, claro…

 

-        ¿Escribirías sobre eso o tú mismo harías las narraciones?

 

No, no. Las tres narraciones estarían hechas por tres escritores de la época, del XIX. Sí, ese es un tema que me atraía…, pero ahora mismo no tengo tiempo para nada.

 

-        ¿Y esa máquina de escribir que yo oigo siempre que vengo?

 

Sí, bueno, estoy haciendo algunas cosas, pero sobre todo me dedico  al segundo volumen de “Herrumbrosas lanzas” que ya tengo el borrador pero pasarlo a limpio se está alargando.

 

-        ¿Escribes o revisas varias veces?

 

Lo normal es que escriba dos veces, con eso ya me basta, antes no pero ahora sí.

 

 

-        Cuando vuelves a Madrid para quedarte definitivamente, en 1966, te compras una casa en el campo, en Zarzalejo. ¿Qué importancia tiene para ti esa casa?

 

Ah, mucha, sí. Bueno, es una casa de campo, con poco campo, el suficiente como para disfrutar de él sin vecinos, pero nada más. Aunque ahora por los prados colindantes se va edificando, pero por el momento todavía estoy bastante solo. Es una casa que fui haciendo por partes, como nunca tuve dinero…Ahora ya está acabada.

 

-        (Vemos diversas fotos de la casa) ¿Esto cuando es? ¿Es la primera ampliación?

 

No, esa es la penúltima. Ahora hay un ala más…, pero ya casi está como es hoy, de esto hace trs o cuatro años. ¿Ves?, he subido un piso aquí…

 

-        Es muy bonita…, y original.

 

Es un poco ruda, como hecha por partes pero, bueno,…tiene gracia,…no es una casa de arquitecto…

 

-        ¿Ah no?

 

No y se nota por sus numerosos defectos.

 

-        No son apreciables a simple vista, al menos para mí.

 

Un experto sí se da cuenta. Es una casa popular, de pueblo, hecha por un albañil y poco más.

 

-        ¿Y cuál es la importancia de esa casa para ti? ¿Esa soledad a la que te referías antes?

 

No.

 

-        ¿El campo?

 

No. Cuando volví de Porma decidí comprar un terreno, porque allí ya no tenía que volver por una serie de razones que no te voy a contar. No me acostumbraba a vivir todo el año en Madrid, ni a eso del veranito en la playa o en la montaña. La verdad es que había vivido en el campo, a su lado, o pisándolo durante doce años y no me sentía a gusto sin tener una salida al campo. Chueca se empeñó en que me comprara una casa en Toledo pero esa solución no me hacía gracia. Así que anduve buscando casas cercanas a Madrid que me gustaran…, Avila, Guadalajara, en Toledo no busqué nada, en Segovia me hicieron proposiciones disparatadas. Al final decidí comprar un terreno en donde estaba un edificio que había sido gallinero. Lo acondicioné y de ahí salió la casa de Zarzalejo.

Pensé comprar un molino y estuve a punto de hacerlo pero a mi mujer le daba miedo porque los niños eran muy pequeños, el río pasaba al lado, y temíamos que no fuera salubre, que hubiera ratas…Al fin acabamos comprando el terreno de la sierra, un lugar que entonces no estaba transitado –luego ha crecido, como todo-, y era un rincón que pasaba inadvertido para el pueblo de Madrid, y era barato, claro, que era otra de las condiciones.

 

-        ¿Tienes predilección por el campo antes que por la ciudad?

 

Sí, por cualquier cosa antes que la ciudad que me aburre bastante…, aunque a mí no me aburre nada…, ¿qué quieres que te diga?, también me gusta la ciudad, ya puestos a vivir aquí, he vivido todo el tiempo, pues seguiré. No me apetece nada, por ejemplo, cambiar de ciudad, ni de casa. Eso sí, no me importaría una en un pueblo de quinientos habitantes, me gusta la vida de pueblo. De hecho tengo un proyecto con un amigo para comprar una casa en un pueblo de Asturias…, no sé si lo haré.

 

-        ¿Para compartirla?

 

No, no. El se compraría otra. Me tiene que enseñar una que dicen que está muy bien,…aunque tampoco sé muy bien para qué. Esas casas que no se frecuentan dan mucha pena y obligan…Además, ¿para qué quiero una casa en un pueblo, si tienen una fonda?. Cuando vaya al pueblo, pues me paso tres días en la fonda…, desde luego ahorro dinero y …

 

-Te liberas de obligaciones

 

Claro, Y, sobre todo, no tengo que ir. No sé…, debe funcionar otra cosa, el sentido de la propiedad, la avaricia…Bueno, vamos a bebernos un güisqui…

 

-        Con tu primera novela, “Volverás a Región”, empiezas a ser conocido y estimado. Su publicación se debe fundamentalmente a Dionisio Ridruejo. A él le entusiasmó y habló muy bien de ella a varias personas, pero sobre todo a quien la editaría, a Joseph Vergés…

 

No sabes el mal que me hizo

 

-        Fue una publicación llena de avatares y disputas legales entre la editorial de Vergés y tú. ¿Mal resuelta judicialmente?

 

A lo mejor está muy bien resuelto, pero absolutamente contra mí.

 

-“Volverás a Región” se publicó en 1968, pero antes la habías presentado al Premio Nadal sin éxito alguno.

 

No, no ganó, ni quedó finalista, ni la leyeron, ni la seleccionaron, ni la mencionaron…Y, por supuesto, tampoco la leyó el señor Vergés cuando se la llevó Dionisio, tal vez alguno de sus asesores…, bueno, supongo que es normal, en un premio de cuatrocientos manuscritos, que se lean sólo la primera página.

 

-        Luego tú has obtenido algunos premios, pocos, pero sustanciosos en prestigio aunque no en lo económico: el “Biblioteca Breve”, el de la “Crítica”, ahora el de la “Nueva Crítica”…

 

Hombre, no creo que esté muy prestigiado ese premio.

 

-Pues más que otros, tal vez más grandiosos, yo creo que sí.

 

Pues yo prefiero el dinero de ese grandioso que tú dices, que el prestigio de otro. No, no puedo presumir de andar por el mundo con una buena carga de premios. El de la “Nueva Crítica” no se enteró nadie porque eran unos jovenzanos protestones; el de “Biblioteca Breve”, sí, pero el de la “Crítica” es casi como una maldición que te cae.

 

-        ¿Maldición?

 

Es un premio que no da nada. Adeñas, cuando te lo otorgan, parece que las ventas caen en picado. Y por encima de eso, arroja su sombra maléfica sobre los posibles premios futuros que tienen un correlato económico, porque dicen “No, a ese no, que ya ha ganado el de la “Crítica”.

 

-        ¿Así que te apetecen los premios por el dinero?

 

Los premios no debían existir. En los países donde la industria cultural es fuerte y sana apenas tienen influencia los premios. Lo que debía existir son más ventas, pero premios no, eso es una consolación de segundo orden.

 

-        ¿La de primer orden son los lectores abundantes?

 

Los lectores buenos.

 

-        ¿Estos son siempre los menos o los más?

 

Son pocos, sí, son pocos.

 

-        ¿Tú tienes buenos lectores?

 

Eso no lo sé. A lo mejor los tengo peores que otros autores. Eso no se puede saber.

 

-        ¿Qué entiendes por buen lector?

 

Un tipo de lector exclusivista, que no obedezca a dictados foráneos sino a sí mismo, que sabe sacar al libro todo lo que se le puede sacar, que es sugerente. Hay un tipo de lector que lee un libro mío exactamente en el mismo estado de ánimo que lee el de cualquier otro, porque estamos los dos en el mismo párrafo del manual de literatura o artículo de crítico. Porque a fuerza de insistir determinados medios de comunicación, se considera un deber leer tal o cual libro. Ese es un lector que no añade nada, me deja en el bolsillo cien pesetas o la parte alícuota que corresponda y ya está.

 

-        Pero es raro que ocurra eso contigo…

 

No, igual que con todos…

 

-        Porque si la lectura de tus libros es tan difícil como dicen, supongo que ese lector que únicamente lee según los cánones que impone la moda o el crítico, a lo mejor pasaba de la tercera página pero no del primer libro.

 

No lo sé.

 

-        ¿Suponiendo que sea cierto eso de que la lectura de tus libros requiera de esfuerzo…?

 

Suponiendo que sea cierto, claro…No lo sé.

 

-        ¿A ti qué te parece?

 

Hombre, a mí en provincias muchas veces se me acera el benetiano, que suele ser un pesado, a hablarme de “Volverás a Región” y yo siempre le digo: “mire usted, a mí no me interesa hablar de eso”. Ya te digo, suele ser un pesado que presume de ser un pionero, y que poco menos que está sólo. Pero también a veces me he encontrado con buenos lectores, gente que me ha dicho cosas muy acertadas e inesperadas. Hace unos meses me encontré con un lector que me dijo una serie de cosas muy acertadas sobre una novela mía, no me las esperaba, y me parecieron muy bien, cosas mucho más penetrantes que las frases casi estereotipadas de los críticos. Claro, que el hombre no tenía ningún prurito de erudición, ni quería hacerse valer, ni demostrar nada, sino sólo manifestarme las sugerencias que había tenido.

 

-        ¿Qué novela era?

 

“Saúl ante Samuel”.

 

-¿Qué te dijo? ¿Recuerdas?

 

Ah, eso pertenece al secreto del sumario. No puedo ni debo decirlo.

 

 

- Los espacios míticos y Región…

 

Eso lo puedes sacar de cualquier Gullón…

 

-        Ya veo que el mero nombrarlo te molesta, ¿También te ocurre cuando comparan Región con el “Macondo” de García Márquez, o el condado faulkneriano de “Yoknapatawpha”, o la Santa María de Onetti…?

 

Es tan socorrido eso…Los tópicos se heredan y lo mejor que tienen es la velocidad a la que se propagan. Y eso de que yo sólo hablo de la ruina y el espacio mítico son dos topicazos. Pero, en fin, lo único que se puede hacer es aceptarlos porque tienen la enorme fortaleza de que no se pueden desmentir. Lo que pasa es que tampoco tienen mucho valor, no dan de sí, se quedan en eso, no hay ninguna hija de tópico.

 

-¿A Región no le concedes más importancia que la invención que sirve para poder moverte con mayor libertad frente a las restricciones que podría suponer…?

 

Sí, así es. Eso es verdad.

 

-        ¿Es una excusa, en definitiva?

 

No, no. Es un acto de soberanía. Por un lado da más trabajo pero por otro lo facilita. Si en vez de Región hubiera dicho Valencia de don Juan, estaba obligado a muchas cosas. Pero no creo que esa titulación dé mucho de sí.

 

-        Titulación ¿Qué titulación?

 

Sí, la de espacio mítico. Además hay mucha gente que lo hace. “La Regenta” también está situada en un espacio, mítico si me apuras, pero como la identificación Vetusta-Oviedo es directa pues nadie le ha puesto acento a lo de Vetusta. Como lo mío es más ambiguo…Los faulknerianos sabían todos que el condado de Oxford era Yoknapatawpha. Y a mí lo que pasa es que me permitía hablar de un inexistente ferrocarril, de una batalla que tampoco existió, de unos sitios ya desaparecidos…Se trata de trabajar con una arcilla más propia, más flexible, ampliar un poco los límites del papel.

 

 

-        Con “Una meditación”, tu segunda novela, ganas el Premio “Biblioteca Breve” en 1969. Y es por ese tiempo también cuando conoces a tres personas que serán importantes en tu vida tanto en el terreno literario como en el afectivo, Carlos Barral, Rosa Regás y Juan garcía Hortelano.

 

Como consecuencia de una lectura de “Volverás a Región”, antes que a esas tres personas, conozco a un grupo de jóvenes que son Vicente Molina Foix, Javier Marías, Pedro Gimferrer y Félix de Azúa que era asesor de Seix Barral y me cuenta que ese año tienen problemas para dar el premio. Entonces, yo estaba acabando –bueno, no se puede decir acabando, porque ese libro yo no lo pensaba con volumetría, por decirlo así, no sabía lo que llevaba escrito, ni lo que iba a durar, y cuando se acabara pues se había acabado-y como te decía le enseñé el libro a Félix de Azúa que me dijo: “Hombre, esto está muy bien”, y se lo llevé tal y como estaba. Conocí a Hortelano que hizo de correo al ir a Barcelona como jurado. El libro estaba absolutamente en borrador y en rollo. Y debió sorprender a Carlos y a los otros miembros del jurado.

 

-        ¿El texto o que estuviera escrito en un rollo continuo?

 

Sí y que el texto fuera tan cerrado. Ahí Carlos se jugó un poco la baza porque el libro solo estaba bosquejado. Pero en cuatro meses lo acabé, lo pasé a limpio y de ahí salió la novela. Esa novela, en cierto modo, supuso que ocurrieran dos cosas distintas. Por un lado “Volverás a Región” me hizo entrar en contacto con aquellos jóvenes, a los que gustó mucho, les pareció una cosa muy nueva, y vinieron a casa a conocerme, a partir de lo cual se produce la presentación al premio y la concesión del “Biblioteca Breve”. Y ahí conocí el mundo editorial de Carlos Barral y Rosa Regás en Barcelona, y a Hortelano aquí en Madrid. Es en ese momento cuando sucede el cambio cualitativo como escritor, ya no tuve dificultades para publicar nunca, la gente me pedía textos, y en cuanto les decía a los amigos que tenía una novela, Carlos y Rosa me la pedían. Ya no era difícil publicar, ahora, vender sí, como siempre.

 

-        Es precisamente, a algunos de esos jóvenes mas Jaime Salinas, Eduardo Chamorro, Martínez Carrión y Juan García Hortelano, a quienes dedicas “En ciernes”, como homenaje a su amistad y como agradecimiento a las conversaciones mantenidas con ello que, en cierto modo, dan lugar a los ensayos del libro.

 

Sí, pero no es que los ensayos incluidos en el libro fueran discutidos aquí en mi casa, porque eso no me ha gustado hacerlo nunca. Era una especie de homenaje a la influencia que tuvieron y a las reuniones que teníamos, no literarias sino de amigos.

 

-        Volvamos a “Una meditación”. ¿La cuestión fundamental que plantea es la memoria?

 

Creo más bien que es el destino.

 

-        El destino, ¿no está mucho más presente en “Un viaje de invierno?

 

Bueno, pues sí, ponle un epíteto, es el destino torcido. La memoria es un instrumento, un instrumento de expresión de esa torcedura del destino. Porque la memoria es la primera que tuerce, es lo que está diciendo este libro. Nadie es fiel a sí mismo, todos nos mentimos al contar nuestra propia historia, y eso ocurre incluso en una vida recta. Como ahí las vidas que se dan no son rectilíneas, sino que todas están trastabilladas, se debe producir ese doble efecto de distorsión. Pero la distorsión de la memoria es cosa casi literaria.

 

-        En “Un viaje de invierno” la coincidencia del título con el ciclo musical de Schubert, ¿es casual?, ¿Tienen las composiciones de Schubert alguna relación con el contenido del libro?

 

Sí, lo saqué del Viaje de Invierno de Schubert, porque me parecía más sugerente, más poroso. Hay cierta coincidencia con la melancolía que desprende el ciclo de Schubert, el libro quiere ser melancólico, no sé si lo consigue…Y luego como homenaje al compositor está la figura de un músico, que por cierto no se parece en nada a él. Entonces, y siempre, yo le oía mucho, pero concretamente por aquellos años me compré dos grabaciones completas, que antes no las había en el mercado, y además hice un viaje a Barcelona a escuchar un recital.

 

-        ¿Un recital?, pues en “La moviola de Eurípides” haces un ataque frontal contra los conciertos y los dramas musicales, hasta el punto que parece le tengas verdadera fobia, aversión, a la música puesta en escena.

 

Sí, hace mucho tiempo que no voy a un concierto, y tampoco al teatro. La escena me llama muy poco la atención, cada vez menos. A mí me gusta la música como sonido.

 

-        ¿Nada mejor, entonces, que un disco?

 

Y por consiguiente nada mejor que el disco.

 

-        Pero nunca reproducirá tan fielmente el sonido.

 

Es un precio que hay que pagar. Pero hay que tener en cuenta que los sistemas de reproducción cada vez son más perfectos. Hoy, toda la juventud que vive en gran medida dedicada a la música –un tipo de música, que yo no entiendo- , la escucha por reproducción y solo muy de tarde en tarde acude a los conciertos en vivo. Yo supongo que el verdadero aficionado al concierto raramente escuchará un disco, son casi dos funciones distintas, pero yo la música tengo que oírla así, sino me interesa bien poco.

 

-        Bien. Dejemos la música para volver a “Un viaje de invierno”. En esa novela te sirves de la mitología clásica…

 

Sí, pero no es más que una apoyatura. Se trata de contar una historia ya conocida pero añadiéndole una tonalidad distinta. Ahora, en estos casos, lo que nunca haré es esto que dicen últimamente muchos novelistas: “Mi libro es una meditación sobre el poder”, es una cosa que está en boca de todos, sale un sargento de varas y hace una reflexión sobre el poder. En mi libro no hay ninguna meditación sobre el mito, hay un aprovechamiento del mito.

 

-        Con “Un viaje de invierno” concluye, según has dicho, el ciclo abierto en “Volverás a Región” y continuado en “Una meditación”, por este orden, lo narrativo, lo épico y lo lírico.

 

Bueno, esa es una calificación muy macroscópica de cada una de esas tres novelas, pero de ninguna manera pensé yo que formaran una trilogía. Muy difícilmente se pueden asociar las tres. Lo que pasa es que por diferenciarlas y calificarlas les apliqué esos calificativos, pero no pasa de ahí la cosa.

 

-        Una de tus lecturas predilectas ha sido la referida a temas marinos. Incluso has escrito un relato de esas características, “Sub rosa”,…

 

Eso fue en una época de mi vida. Determinadas narraciones marinas o marineras, llámalas como quieras, me cautivaron, y un día decidí escribir algo así. No creo que esté a la altura de los maestros que he admirado en ese campo siempre. Lo que hice fue una narración en la que se quiere combinar el mar y el misterio. Sí, la verdad es que todas esas novelas con el mar de fondo como misterio y como escenario de un drama, siempre me han interesado mucho.

 

-        ¿En especial las aventuras de Arthur Gordon Pim?

 

Sí, tal vez porque fue la primera que leí de ese género. Yo tenía pocos años y me dejó muy sujeta la imaginación. Poe era mi preferido, no me atrajeron tanto aunque eran muy inquietantes, las de Julio Verne, y lo que nunca me interesó fue el mar de los piratas, de los Salgari y esas cosas, ni los Sandocanes…Tiene que haber siempre, como en el caso por ejemplo de Conrad, un elemento de misterio y de insondabilidad.

 

-        Eres, por cierto, muy aficionado a pintar, y precisamente marinas. Incluso llegaste a exponer…

 

Fue una época que me dio por los temas marinos, pero antes había pintado otras cosas. Y en esa exposición, podía haber aportado dos o tres catedrales, pero por darle cierta coherencia solo presenté marinas.

 

-        Parece que no eres tan afortunado en las Artes plásticas como en la Literatura.

 

¡Uf!. No vendí nada en aquella exposición. Fue por insistencia de unos amigos de Alicante. Yo creo que quise disuadirles pero a ellos les parecía graciosa la idea y se hizo la exposición. No cayó ni un solo cliente.

 

-        ¿Sigues pintando?

 

Hace un par de años que no hago nada, y ahora lo tengo mal. Bueno, ya habrá tiempo…

 

-        Vicente Molina Foix, que hizo de crítico de arte en esa exposición, escribió: “Lo cierto es que nada o casi nada de las formas artísticas de su vasta obra narrativa aparece en los lienzos: no hay claroscuro, ruina ni paráfrasis, no hay alteraciones ni series metamórficas, tampoco correspondencias mitológicas ni espejismos teóricos….”

 

Es bastante difícil meter todo eso en una marina ¿no?. Pues sí, tenía bastante razón, sin duda. Bueno, eso de la pintura debe ser un rasgo infantilita…, supongo. Pintar las fotografías de las batallas navales que me impresionaron tanto en la juventud, fotografías que tengo ahí…clavadas. Poco más que eso.

 

-        Volviendo a “Sub rosa”, ¿pensabas en los templarios cuando te decidiste por ese título?

 

Sí, pero el diccionario de Oxford no lo toma como si fuera un dicho de los templarios, sino como una alocución latina, de aquello que se dice en secreto.

 

-        Los templarios ponían una rosa encima de la mesa cunado querían que lo tratado en reunión fuera absoluto secreto…

 

Sí, es posible que eso fuera una leyenda. Probablemente la alocución latina no proceda del latín imperial sino del medieval y su origen monacal, pero yo no se suficiente filología latina como para situar el origen verdadero. La expresión sí se utiliza en el inglés coloquial, no en castellano. Y aparte de eso el título era un pequeño homenaje a la editora.

 

-        ¿A Rosa Regás?

 

 

-        Yo había creído que lo que querías era establecer un paralelismo entre el secreto que supone la expresión “Sub-rosa” y el misterio como elemento narrativo.

 

Sí. Era una combinación de todo ello.

 

-        Viajas mucho, Europa, Africa, América…y por aquella época, después de la publicación de “Sub-rosa” en el 73, llegas hasta China…

 

Sí, un viaje de un mes, al que fuimos invitados diez ingenieros para ver obras públicas. Nos agasajaron mucho y lo pasamos muy bien. Fue un viaje bastante extenso y nutritivo.

 

-        ¿Nutritivo?

 

¡Hombre!, la China en esas condiciones era toda una sorpresa para nosotros y también para los chinos que nos miraban como a personajes de otro mundo.

 

 

-        Ya hemos citado “En Ciernes”, pero querría que comentaras alguna de las reflexiones que haces en ese libro, como la de que el creador es un crítico de rechazo, que es en realidad un crítico que ha superado su incapacidad para la comprensión, en la expresión.

 

Como hablar de lo propio no admite crítica, es absurdo criticarse a uno mismo, se tuerce, por decirlo así, el destino, y se invierte la operación porque mediante la creación propia se desvanece el misterio literario, para uno mismo la obra ya carece de misterio.

 

-        También dices que la obra literaria solo requiere dos cosas: talento y azar.

 

La obra literaria y tantas otras que no lo son. A lo mejor la guerra requiere talento y azar, o fortuna le llaman otros.

 

-        O sea, suerte.

 

Sí, que el azar sea favorable. Hay gente que además del talento, que es absolutamente imprescindible, pone otros vectores en acción. Pero yo prefiero, por simplificar y no pensar demasiado, llamar a todo eso azar que es una buena manera de denominar lo que no se controla por pereza en la investigación. Lo que decía Einstein: algo así como que se llama azar a todo aquello que queda detrás del conocimiento, porque la mente no ha llegado a conocerlo.

 

-        Otra cuestión que abordas es la de las condiciones sociales, económicas o políticas, que, afirmas no tienen ninguna incidencia en la obra literaria.

 

No tienen por que tenerla. Pueden tenerla, pero no deben. Yo no creo que ninguna obra literaria se libre del azar, y si creo que muchas obras literarias se libran de las condiciones sociopolíticas, por lo menos no las tienen en cuenta y se levantan absolutamente a espaldas de ciertas realidades.

 

-        Lo cual no quiere decir que esas condiciones no tengan alguna incidencia en la obra. Y que a pesar de no ser buscado conscientemente, si tenga repercusión.

 

Puede. Pero yo no creo que eso induzca a suponer unas incidencias de las condiciones sociales y políticas sean ocultas o no. Si es manifiesta la hay, pero si es oculta por qué vamos a imaginar que la hay o la tiene que haber.

 

-        En el estado” es una obra considerada menor. ¿También tú le tienes tan poco aprecio?

 

Es una obra de divertimento, de distracción. La escribo a la vez que “Saúl ante Samuel” para distraerme de la larga y penosa elaboración de ésta. La verdad es que iba poniendo páginas de una novela, que, en buena medida, era una parodia.

 

-        Es muy entretenida, incluso divertida.

 

Es paródica casi toda ella. Y es un libro lleno de trampas, de crucigramas por decirlo así, jeroglíficos que no aclararé nunca porque no vale la pena…, si coges la primera letra de un capítulo y la segunda de otro…, lo combinas y salen cosas. Ya no me acuerdo de la mitad de ellos pero sí es verdad que está lleno de jeroglíficos y acrósticos.

 

-        En el mismo año que se publica “En el estado” aparecen los “Cuentos Completos” en dos volúmenes: en el primero reúnes las novelas cortas y en el segundo los cuentos. Y lo haces tú mismo a pesar de no creer demasiado en ese tipo de clasificación.

 

Me interesan muy poco los géneros. Era un poco para jugar con esos conceptos que tanto gustan a los especialistas, pero que a mí me traen sin cuidado.

 

-        Ahí dices que ya vas superando el miedo al textólogo

 

Sí, es un personaje que me gusta poco. Me aburre mucho, si quieres que lo diga de otra manera.

 

-        ¿Es verdad que prefieres ser leído por el público aficionado que por el profesional?

 

Sí.

 

-        Sin embargo a ti te ha ocurrido lo contrario.

 

Una tragedia en mi caso.

 

-        ¿Tragedia?

 

Supongo. No alcanzar lo que uno quiere es siempre bastante dramático. Pero adonde no me vá a llevar es al mal gusto de quejarme. Y sí, prefiero tener un lector de la calle a uno universitario o profesional, que en muchos casos me lee más por obligación que por placer.

 

-        Después de las Cuentos vendrá “Del pozo y del Numa”, en donde vuelve a insistir en la oposición hombre de Ciencia / hombre de Letras.

 

Oposición, no, yo no lo llamaría oposición.

 

-        O la validez o utilidad del hombre de Letras frente al de Ciencia en lo que se refiere al posible acercamiento a los enigmas humanos.

 

Sí. Lo que hago es contraponer dos posiciones: el hombre de Ciencia en cuanto, por decirlo así, destructor o aniquilador de los enigmas que rodean su medio, su entorno, y por otra parte, el hombre de Letras como individuo que más bien pone obstáculos al avance de las luces, aumenta los misterios de la naturaleza y no los simplifica.

 

-        Has comentado en una ocasión cómo la sociedad actual acusa la falta de influencia del poeta…

 

No sé, porque vete a saber si lo que nos cuentan es cierto. Pero parece que Homero tuvo una influencia en la Grecia de Pericles que no tiene Antonio Machado en la España de hoy. O Goethe en la Alemania de Weimar…

 

-        ¿A qué se debe esa pérdida de influencia?

 

No sé…, la historia de la humanidad evoluciona…, pero excepto una clase, la política, que siempre ha detentado el poder, no hay ninguna que haya permanecido. Hay unas clases que han estado muy cerca en ocasiones, la religiosa que tuvo hasta anteayer mucho más poder del que tiene hoy, la militar que ha tenido el poder en la España inmediata y a lo mejor no lo tiene ya pero lo sigue teniendo en Latinoamérica…Hay oficios que son poderosos en un momento y luego dejan de serlo.

 

-        ¿Una sociedad con mayor influencia del poeta es mejor, sería más deseable?

 

Así en principio, no. Un poeta subido al poder debe ser una cosa insoportable, supongo yo. Un poeta no tiene por qué aportar más…, ni siquiera un intelectual. Hay una desgraciada afición a hacer del intelectual un hombre de influencia porque no cree que puede pensar sobre todo e imponer el peso de su opinión, no sé por qué…Un individuo, por escribir unas páginas y convertirse en autor de un objeto público, se cree ya con derecho a opinar por encima de otro individuo que ejerce su oficio en privado. A mí me piden mi opinión porque empiezo a ser conocido como hombre de Letras, y sin embargo, soy la misma persona como escritor que como ingeniero, pero a nadie se le ha ocurrido, más que para casos concretos y específicos de mi profesión, pedirme opinión como hombre público, en cuanto que he pasado treinta años haciendo precisamente obras públicas. He ahí la paradoja.

 

-        “Saúl ante Samuel”, ¿Te llevó siete años escribirla?

 

De ese orden, sí

 

-        ¿Es la que más has tardado en escribir?

 

De una tirada constante, sí. Bueno, con el primer libro tardé mucho, porque lo hice varias veces…, nunca quedaba bien.

 

-        ¿A cual te refieres?

 

A “Volverás a Región”. Pero, en definitiva, en el que más energía he consumido ha sido en “Saúl ante Samuel”. Por eso debe ser un libro tan incómodo de leer. Y como también era muy incómodo de escribir, alterné su redacción con un ensayo y otra narración más ligera, que me servían, por decirlo así, de acompañamiento y alivio, con “El ángel del señor abandona a Tobías” y “En el Estado”. Luego ocurrió que tras siete años, estaba tan acostumbrado que cuando lo terminé sentí cierta nostalgia y pude haber seguido escribiéndolo durante otros tantos años, pero llegó un momento en que me dije: “Ya está bien, ya con esto puedo aburrir lo suficiente al personal”. Más tarde me prometí no volver a introducirme en una aventura de tal magnitud.

 

-        Con “Saúl ante Samuel” se cierra un ciclo, en lo que, como tú mismo has dicho, “pretendía ser la culminación del aparato estilístico y retórico”

 

Pero eso no es un ciclo, yo no quería cerrar nada, lo que pretendía era llevar a su última expresión un sistema de prosa y toda una idea de la novela. Y eso es todo. Eso, llevarlo a sus dimensiones extremas y a partir de ahí pasar a otra cosa, como hice. A partir de “Saúl ante Samuel” decidí hacer una novela menos corpulenta y con otra dicción.

 

-        Una nueva etapa ¿Qué empieza con “El aire de un crimen”, las “Fábulas” o con “Herrumbrosas lanzas”?

 

Sí. Hombre, cronológicamente empezó con “El aire de un crimen”. Lo de las “Fábulas” no tiene nada que ver, como no tienen nada que ver los cuentos en la etapa anterior, si un día sigo escribiendo fábulas las seguiré por esa misma línea, también desde hace años tengo idea de volver a dedicarme al cuento que hace mucho que no lo visito. Pero “Saúl ante Samuel” me dejó un tanto agotado para embarcarme en una nueva novela de ese corte. Y decidí, si había de escribir, hacer cosas más ligeras, de menos desplazamiento. Luego eso lo cambió que de repente me entró la prisa por llevar adelante el proyecto de “Herrumbrosas lanzas”. Con ésta lo que quería hacer era una novela que tuviera más de crónica histórica que otra cosa y por consiguiente ni el párrafo, ni la oscuridad ambiental, ni la dicción general de la novela podía ser la misma: Ese era un proyecto que me convenía, por decirlo así, para salir del callejón en que me había metido con “Saúl ante Samuel”.

 

-        ¿Un callejón sin salida?

 

Habiendo llegado a lo que para mí eran el extremo y la dilatación de todas las cláusulas estilísticas de la novela, ya esa dilación no permitía nada más.

 

-        Algunos la consideran como tu obra cumbre ¿Tú también?

 

No sé lo que es eso. La obra cumbre puede ser un párrafo. Me conformo con decir que es la que más me ha costado y en la que más carga he puesto.

 

-        ¿Puede ser la que más te gusta?

 

Es muy difícil hablar del gusto propio. El gusto es una cosa muy diversa. En una novela que me guste mucho puede haber una página que no me guste nada. En cierto modo, y por emplear otra palabra que gusto, esta es la novela mía que más respeto. Aunque hay páginas de ella que probablemente no me gusten ahora. No lo sé porque no leo mis libros, salvo por obligación, como hace cuatro meses que tuve que releer “Volverás a Región” y buena parte, por cierto, no me gustó mucho.

 

-        ¿Por qué tuviste que leerla?

 

Para revisar la traducción inglesa.

 

-        Hablamos anteriormente de la posible dificultad que entraña la lectura de tus textos más intrincados. ¿Te parece que “Saúl ante Samuel” es un claro ejemplo de esto?

 

Sí, debe ser algo difícil de leer. Algunas frases por su extremada longitud y por su complicación son difíciles y hay que volver sobre ellas, y poco menos que rebuscar a tientas lo que hay dentro, pero…, más es el aburrimiento o la oscuridad que la dificultad. Lectura verdaderamente difícil es Kierkegard o…, cualquiera, no sé. Entiendo que no es lectura difícil Faulkner, “Finnegan´s Wake” de Joyce sí es imposible, y muy difícil es Wittgenstein. Aunque por razones distintas. El último porque cada párrafo que escribe hay que desarrollarlo, es como un concentrado, como leche que haya que diluir. Y Kierkegard porque es laberíntico y nunca se está seguro fre que es lo que está diciendo, ni siquiera en el terreno verbal, hay, en cierto modo, que adivinarlo. Pero no es el caso de “Saúl ante Samuel” por supuesto, que es una novela oscura pero sin ambigüedades verbales.

 

-        ¿La complicidad sintáctica y la ocultación de datos, es lo que dificulta la lectura de libros como “Saúl ante Samuel” o “Un viaje de invierno”?

 

Pero no es que la ocultación de datos sea un propósito explícito sino que eso está dado por el clima previo de la obra. La obra no permite, si se aceptan unas determinadas coloraciones, la introducción de otros colores ni permite la expresión manifiesta de esos datos porque se destruiría el cromatismo general, el tono.

 

- ¿Saúl ante Samuel es la historia de un fratricidio?

 

 Sí, lo es en cierto modo. De un fratricidio, de un incesto…, en definitiva, de un caso de fidelidad, no amorosa, … son varias cosas ¿no?, en cierto modo también de un infanticidio…, de un sacrificio en definitiva.

 

-        Dos curiosidades: primera: demuestras cierto conocimiento del tarot a través del personaje de la sibila…

 

Un conocimiento muy superficial y literario. Sí, consulté un manual que leí cuando me compré un tarot francés.

 

-        Y segunda: “Saúl ante Samuel” creo que se lo diste a leer antes que a nadie a tu amigo Antonio Martínez Carrión, ¿qué te dijo?

 

No le gustó nada, nada. Dijo que era absolutamente ilegible, impasable, que lo mejor que podía haber hecho era no publicarlo.

 

-        Ese mismo año publicas otra novela de resultado muy distinto, “El aire de un crimen”…

 

¿Sí? ¿Ese mismo año?. Bueno, “Saúl ante Samuel” lo terminé el año antes pero se publicó en primavera y en el verano escribí “El aire de un crimen”.

 

-        Además de quedar finalista con ella en el Premio Planeta, tengo oído que te ha dado más dinero que todas las demás juntas.

 

Sí, sí y yo creo que todavía es la que más dinero me da.

 

-        La escribiste en dos meses y a consecuencia de algo así como un desafío.

 

Bueno, un desafío no. El editor me propuso el contrato, poco menos que cuando estaba cerrado el plazo de admisión –y no había nada de anómalo o ilegal en ello-. Me propuso un contrato que económicamente equivalía a ser finalista y en las cláusulas que firmamos me comprometía a entregárselo en determinada fecha, por tanto sólo tenía agosto y septiembre para hacerlo. Como era una novela con una idea muy clara y concreta, que tenía de antes, con la que había pensado hacer un cuento largo, pues no tuve muchas dificultades, aunque, eso sí, tuve que trabajar en firme aquellos dos meses.

 

-        Años antes habías incluido dos fábulas en un libro tuyo de narraciones, pero es ahora, después de “El aire de un crimen”, cuando publicas las “Trece fábulas y media”.

 

Ese libro sí fue un desafío. No me había quedado muy satisfecho con aquellas dos fábulas, pero nunca me decidí a hacer más, hasta que me obligué a mí mismo a hacer más fábulas e incluso a hacerlas escribiendo el primer párrafo sin saber adonde me conduciría y a sabiendas de que acabaría siendo una fábula. Así hice ese pequeño volumen en el mismo verano de “El aire de un crimen”, o no, creo que fue inmediatamente anterior, en la primavera del ochenta.

 

- Después publicas dos libros de ensayo: “La moviola de Eurípides” y “Sobre la incertidumbre”. Ya hemos tratado alguitas de las cuestiones que planteas en esos dos libros, como la de la relación autor-crítico, pero no la de autor y lector. Dices que prefieres al lector ingenuo que se conforma con una primera lectura.

 

Sí, pero eso era para atacar el vicio tan de moda de la “segunda lectura”. Ahí vengo a decir lo que he sostenido siempre: que lectura no hay más que una, que se puede mejorar después porque la que se haya hecho sea imperfecta o incompleta o…lo que tú quieras. Otro asunto luego es la interpretación, las sugerencias, simbolización de lo leído…No hay más que una lectura, una novela o un texto no se puede leer más que de una manera.

 

- Ese lector para ti es el que más fielmente reproduce el acto creador, ¿Es también quien más se identifica con el autor en el momento de escribir?

 

Sí, el acto de escribir quien lo reproduce es ese lector y no ese otro que anda buscando interpretaciones o “segundas lecturas”, o busca para referir o referirse, o lee con intencionalidad previa. A ese lector me refiero.

 

- ¿Al que sencillamente busca el goce?

 

 Sí, llámalo goce, placer, distracción, amenidad…

 

- ¿Tú eres ese lector?

 

        Trato de serlo.

 

       - ¿Tratas?

 

        

 

 - Has tenido en alguna ocasión agitadas discusiones –recuerdo una en la Menéndez y Pelayo con                     Ricardo Gullón y Castilla del Pino- acerca de la autobiografía. Tal vez se podría resumir tu opinión     con lo que dices en “La moviola de Eurípides”, en donde explicas cómo la novela empieza donde termina la autobiografía…

 

Cuando digo novela, es la novela que a mí me gusta, claro. La novela en que se nota que el autor está contando sus pequeñas experiencias personales me interesa poquísimo. Para eso prefiero la autobiografía clara sin más. Además los que hacen eso que te decía al principio se instalan en un terreno de nadie, ambiguo, que recoge lo peor de la autobiografía y lo peor de la novela, por no deslindar bien los campos.

 

- Pero aunque sea en una proporción mínima, en toda narración está la experiencia vital del autor.

 

¡Pero eso es obvio!. Está lo que uno ha visto con los sentidos, pero llamar a eso biografía, pues no. Naturalmente yo sólo tengo unos ojos, un paladar, unas manos y un cuerpo que es lo que me ha dado la experiencia, pero esos son los mismos ojos que hacen una novela o sufren una pasión amorosa. Para eso también puedes decir que el ejercicio del dentista es autobiografía.

 

    -  Salvando las diferencias, digo yo…

 

      No, no hay que salvar nada. A mí me parecería…, será porque mi biografía debe ser tan poco interesante y somera que nunca me ha parecido digno de meter en ninguna novela rasgos biográficos. Otra cosa es cuando he conocido a un tipo o una situación interesante. Pero eso…, a eso me refiero cuando se da el azar, porque haber conocido a ese tipo o haber estado presente en esa situación, a eso no se le puede llamar autobiografía, se le llamará de otra manera, haber sido testigo de algo. La verdad es que los novelistas que yo admiro, no se han auto biografiado.

 

-        Pero hay autobiografía

 

Claro que la hay, mucha, en el sentido que te digo.

 

-        Otro asunto que tratas en “la moviola de Eurípides” y que te ha preocupado mucho es el de la escasez de agua de determinadas zonas. Tú aportas una solución y dices que un día los españoles celebrarán la noche de fin de año en Almería con un vaso de agua del noroeste.

 

Sí, puedo estar equivocado pero yo creo que es así. De acuerdo con mi criterio los españoles se complican la vida y no logran hacer ese, digamos, aparato de conexión hidráulica por todo el país, cuando éste lo necesita y mucho.

 

-        ¿Y eso es fácil?

 

No, fácil no es.

 

-        ¿Pero tampoco es una idea demencial? ¿Y costoso?

 

Muy costoso. La operación más costosa, larga y difícil de ejecutar que podía emprender este país, pero que cambiaría sus condiciones. No es un sueño delirante, es una obra posible.

 

-        En “herrumbrosas lanzas” el argumento central es la guerra, un tema que aparece en otras novelas tuyas y en un pequeño ensayo, “¿Qué fue la guerra civil?”, publicado hace siete años. Tienes un indudable interés por la guerra.

 

Es explicable. Me cogió en una edad muy, por decirlo así, plástica. Supuso una serie de vicisitudes para mi familia y para mí mismo. A eso se le suma que nunca he leído libros muy satisfactorios sobre la guerra, o será también que todo lo que se lee sobre eso deja mal sabor de boca por la incompetencia, la brutalidad…y el disparate que fue. En ese sentido también se convierte en un acicate, en un estímulo, el escribir algo emparentado con esa guerra que no deje mal sabor.

 

-        Dijiste una vez que nada había conformado tanto la vida de los españoles del siglo XX como esa guerra…

 

 

 

Sus secuelas, entre los antecedentes y los consecuentes ocupan las dos terceras partes del siglo. Claro que, a lo mejor, ese es el procedimiento que tiene una nación atrasada para introducirse en la contemporaneidad, pero si es así, la verdad es que el procedimiento es muy pesado y oneroso.

 

-        Tus conocimientos de la guerra ¿proceden de lecturas y de testimonios como por ejemplo el de Ridruejo?

 

No. Hombre, con Ridruejo hablé algo, hacíamos interpretaciones generales…Yo le comentaba que me parecía que la guerra había sido llevada de una manera y él en cierto modo me lo confirmaba porque no en vano fue testigo y protagonista.

 

-        ¿De qué manera te parece que había sido llevada la guerra?

 

Es una doctrina muy simple de decir: esa guerra con un poco más de competencia por parte de unos –los que ganaron-, y de habilidad política por parte de otros, no tendría por qué haber existido o se hubiera reducido a un golpe militar un poco sangriento de unas semanas de duración.

 

-        ¿Con qué resultado?

 

Pues probablemente con el triunfo de un alzamiento militar pero ni tan cruento ni tan definitorio, que no hubiera desembocado en una situación tan paralela a las soluciones fascistas de la Europa de entonces. La guerra se inicia como una restauración monárquica y el cabecilla que la inicia, que se mata en los primeros días, hubiera sido un restaurador monárquico. La primera circunstancia funesta es que se hace cargo de la capitanía de los rebeldes el general Franco y entonces ya todo cambió.

 

-        Pero tu interés por la guerra, no solo por la española, sino por la estrategia militar, por la guerra en general, o en términos, digamos, abstractos. ¿No?

 

No exactamente. Abstractos, por emplear tus términos, en todo caso como una derivación de los concretos. Sí, me interesa la historia de la guerra, porque es casi el noventa por ciento de la historia. Hasta anteayer es la historia de la guerra. Si no hubiera habido guerras, no hubiera habido historia.

 

-        ¿Tú, la guerra la viviste mitad en San Sebastián, mitad en Madrid?

 

Fuimos evacuados desde San Sebastián vía Italia y pasamos a la zona nacional.

 

-        ¿El origen de tu afición puede estar en el Colegio del Pilar desde donde, según tú has contado, “los escasos aliadófilos seguíamos con pasión los movimientos tácticos de la Segunda Guerra Mundial en los paneles que colocaban en la Casa de América”?

 

No sé. Los niños, los jóvenes sí es cierto que seguíamos los acontecimientos bélicos de esa guerra…

 

-        ¿Es verdad que estuviste a punto de ir como corresponsal enviado por “El País” a la guerra irano-iraquí?

 

Me lo ofrecieron muy vagamente y yo acepté de la misma manera porque se sabía que todo era un juego de palabras.

 

-        ¿Y te hubiera gustado ir, por ejemplo, a la de Las Malvinas?

 

La de Las Malvinas era una expedición bonita para haberla visto. No me hubiera importado ser testigo de aquello.

 

-        Una última pregunta, has escrito que “para distraer veinticinco años, unos ratos de ocio me he dedicado al ejercicio de la Literatura…para despejar la cabeza de obsesiones literarias me he dedicado a veces a pintar operaciones navales…en fin, tras la fatiga provocada por el color y el dibujo, he buscado el descanso en el collage…cuando el collage me canse, no sé realmente lo que haré, probablemente nada”. ¿En qué estás ahora?

 

Estoy metido de hoz y coz en eso de “Herrumbrosas lanzas” y supongo que seguiré metido hasta dentro de dos o tres años. No sé cuantos volúmenes serán pero con el actual ya llevo dos, tres serán imprescindibles, y lo más probable es que sean cuatro.

 

                                                                                          

                                                                                                       Paz Fernández

                                                                                                       Cabañas, 1983