jueves, 17 de marzo de 2016

Juan Benet y la música



                                                            Presuntos iniciados en al Cultura Musical

 No debe hallarse desprovista de razón la burla que los doctorados en música –y aún quienes sin tener conocimientos en la materia sí disponen de una bien surtida bodega de pedantería para uso personal- hacen de los legos que, impulsados por la fe del panadero hacia la música, suelen dotar a ésta de un significado argumental o simbólico para disfrutarla a su modo, al margen de la rigurosa estructura melódica, estrictamente profesional.

  Un joven y agudo ensayista español recordaba hace poco tiempo como Thomas Mann señaló alguna vez el significado de despedida que sustenta ese do sostenido introducido por Beethoven en los últimos compases de la “arietta” de la sonata 32; el filósofo Dilthey habló de “la melancolía infinita y carente de objeto” y de “la nostalgia de algo superior a lo que ha sido posible vivir” que bota del segundo tiempo del Concierto para dos violines y orquesta de Juan Sebastián Bach; un filósofo más, Theodor W. Adorno, menciona “la felicidad del hombre emancipado” que inspira la Fuga en mi bemol mayor del propio Bach.

 El escritor y ensayista Juan Benet considera en su libro “Puerta de Tierra” (Editorial Seix Barral, Barcelona) que si tres maestros de tan firme prestancia crítica revisten de un significado objetivo a un arte como la música, no hacen sino “Traducir al lenguaje de las ideas sensaciones muy estimables pero que, como tales, no pueden moverse dentro del más cerrado subjetivismo”.

 Tales testimonios solo aclaran, sino que justifican el impulso que mueve a los profanos a servirse de la música para poner un marco de idealismo y armonía a sutilísimos estados de ánimo, referidos por igual a las conturbaciones del enamoramiento, la placidez ante la naturaleza o los soplos de la tragedia.

 Refiere Benet cómo cierta vez un amigo suyo, al escuchar la Sinfonía en do mayor de Schubert, le dijo que su segundo tiempo remitía a la estampa de la retirada de un derrotado escuadrón de caballería, bajo la lluvia. Inútil resultó que el autor tratara de persuadirle para que no se dejara llevar por el “vicio”- “vicio”, fíjense ustedes- de oír música haciendo continuadas referencias a estampas visuales. Desde entonces, cada vez que Benet escuchaba ese segundo tiempo ve la retirada de aquel escuadrón, “dándome la espalda, con los capotes caídos hasta los estribos, goteando el agua”.

 Quédense en buena hora los músicos profesionales dentro del coto cerrado de su sabiduría y recurran a las matemáticas, como arquitectos abstractos, para levantar sus edificios sonoros llegará la hora en que sus especulaciones y hallazgos alcancen el reconocimiento de los entendidos. No debe olvidarse, sin embargo, que el dictamen final de la crítica se queda enredado por ahí entre las mallas de los tecnicismos, sin que el público grueso llegue a calar en la trascendencia y valores esenciales de las obras. Los significados que capta un crítico de alta preparación difieren radicalmente de las sensaciones experimentadas por un oyente cualquiera.

 A cierta altura del ensayo que dedica al tema, Benet se convierte en una especie de santo patrono o abogado defensor de los legos en estética del arte musical, pues expresa el derecho de éstos a atenerse casi exclusivamente a identificaciones arbitrarias si quieren un día hacerse entender consigo mismos, incapaces de recurrir a los misterios y reglas de un arte que desconocen.

 Está usted pues en alígera libertad, lector profano, de servirse del legado universal de la música para enmarcar con sus elementos, el vaivén del antojo, las situaciones del alma –afortunadas o adversas- que en el curso de los días le reiteran el testimonio de que su planta permanece asida a la tierra, y usted bebe grandes sorbos de vida.


                                                          Antonio Acevedo Escobedo


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  Entrevistas (fragmentos)


¿Y el arte musical? ¿Está presente en la estructura de “Un viaje de Invierno”?

Sí, en la forma de sonata, de plus sonata y en las formas a b b a, a b b d c c d a. Además hay mucha trampa en la novela.

¿Puede gustar eso al lector?

Yo creo que no, porque ahí me pasé. Las trampas eran demasiado difíciles y supongo que al lector no le importan nada esas cosas.

Hablando de música, ¿te parece que puede ser un modelo para la literatura en el sentido de que ese arte se define a sí mismo?

Sobre las artes plásticas y literarias se puede decir todo lo que se quiera porque la humanidad nos ha dejado muestras; ahí tienes la cueva de Altamira. Pero ni Grecia ni nadie han dejado música. Hay toda la crítica moderna sobre la plástica o sobre la arquitectura, porque son elementos puramente gráficos, lineales, dibujísticos, verbales, que están dentro de un cierto orden comprensible, racional. Pero ¿tú has leído algo de crítica musical? ¿Dónde está? ¿Y qué cabe? ¿Hablar de las diferencias entre Bach y Debussy? ¿Qué señor te puede decir algo sobre la música que no sea el músico?

Es un arte que no se puede conceptuar y creo que no se ha desarrollado un lenguaje para su crítica.

Ojala la humanidad no hubiera mentado ni inventado ese arte. La música es lo absoluto. Es mejor que no hablemos de ello. Eso es echar leña al fuego.

                                                                                                                   1976

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¿Qué elementos extraliterarios inciden en tu obra? ¿La música y, sobre todo, la pintura, presente en algunas páginas de “La inspiración y el estilo” y mucho más en el reciente “Tobías”?

Esta es una pregunta que da para mucho, y simplificar en cinco líneas es arriesgado. No es fácil desentrañar toda una serie de influencias extraliterarias. De una forma muy superficial podría decirse que alguna vez he compuesto con la forma a-b-a sonata, porque he acertado a conseguir cierto ritmo empleando esta técnica, es decir, emparedando un tema entre dos.

Y la pintura, ¿no está más patente?

Sí, pero de una forma metafórica. Siguiendo con la música te diré que también he escrito un artículo sobre las Sonatas póstumas de Schubert, o toda una página que es un análisis musical de un rondó en “Una meditación”…Tengo muchas páginas formadas por esa “memoria musical” que de una forma involuntaria incide en mi trabajo…Yo oigo mucha música: además, si solo pudiera oír y hacer música que duda cabe que me quedaría con ello. No olvides que escribir es una manera de decir que no puedes hacer música.

                                                                                                                           1977

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   Escribes a veces en papel pautado. ¿Qué tipo de música te gusta? ¿Los modernos?

Oigo música del siglo XIX, en esencia, aunque me interese el final del rococó: estoy siguiendo ahora a Haydn, aunque no algunos de esos italianos del momento…Me gusta la música hasta comienzos de este siglo, Richard Strauss o incluso Alan Berg. Pero no sigo a los modernos, ni siquiera a Schöenberg, ni por supuesto a los modernos modernos, aunque los tenga que oír porque mis hijos lo ponen altísimo…El oído lo tengo que preservar mucho.

                                                                                                                            1977

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Cito otra frase que también entronca con una de tus obsesiones. Alguien le dice a otro: “Sois carne de fracaso…, eso es lo que sois”. Hay un peligroso coqueteo con el pesimismo.

No estoy del todo de acuerdo con eso; en cualquier caso habría que matizar mucho lo que se entiende por “fracaso”. La verdad es que la literatura vitalista, luminosa, cada vez me dice menos. Selecciono mucho mis lecturas, mis audiciones de música; trato de convencerme de que cada día oigo mejor, de que poseo un oído mas refinado para esos autores.

¿Qué sueles oír normalmente?

Música del siglo XIX, también algo del siglo XX, pero de manera sistemática, casi viciosa, los autores del romanticismo alemán.

La apoteosis de la melodía

Sí, en efecto, toda esa música es muy importante para mí.

                                                                                                                          1981

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      En “Un viaje de invierno” la coincidencia del título con el ciclo musical de Schubert, ¿es casual?, ¿Tienen las composiciones de Schubert alguna relación con el contenido del libro?

Sí, lo saqué del Viaje de Invierno de Schubert, porque me parecía más sugerente, más poroso. Hay cierta coincidencia con la melancolía que desprende el ciclo de Schubert, el libro quiere ser melancólico, no sé si lo consigue…Y luego como homenaje al compositor está la figura de un músico, que por cierto no se parece en nada a él. Entonces, y siempre, yo le oía mucho, pero concretamente por aquellos años me compré dos grabaciones completas, que antes no las había en el mercado, y además hice un viaje a Barcelona a escuchar un recital.

 ¿Un recital?, pues en “La moviola de Eurípides” haces un ataque frontal contra los conciertos y los dramas musicales, hasta el punto que parece le tengas verdadera fobia, aversión, a la música puesta en escena.

Sí, hace mucho tiempo que no voy a un concierto, y tampoco al teatro. La escena me llama muy poco la atención, cada vez menos. A mí me gusta la música como sonido.

          ¿Nada mejor, entonces, que un disco?

Y por consiguiente nada mejor que el disco.

            Pero nunca reproducirá tan fielmente el sonido.

Es un precio que hay que pagar. Pero hay que tener en cuenta que los sistemas de reproducción cada vez son más perfectos. Hoy, toda la juventud que vive en gran medida dedicada a la música –un tipo de música, que yo no entiendo- , la escucha por reproducción y solo muy de tarde en tarde acude a los conciertos en vivo. Yo supongo que el verdadero aficionado al concierto raramente escuchará un disco, son casi dos funciones distintas, pero yo la música tengo que oírla así, sino me interesa bien poco.

                                                                                              Paz Fernandez (1983)



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            Juan Benet no concedió demasiadas entrevistas a lo largo de su vida. Una de las más interesantes, sin duda, es la realizada en 1984 por Pablo Lizcano para TVE. En ella, el gran escritor español, uno de los más influyentes del siglo XX, habló de su afición por la música. «Otra de sus aficiones es la música clásica, creo que incluso alguna vez intentó usted aprender a tocar el violín», pregunta Lizcano. «Sí, intenté porque en Ponferrada llegué a saber que un sobrestante de Renfe tocaba el violín y como yo llegaba a Ponferrada a las nueve de la noche y la cena no estaba preparada hasta las diez, pues le dije a aquel sobrestante que me diera clases. El horario fue muy desacertado porque era el momento en el que la estación de Ponferrada tenía más actividad, y la clase era constantemente interrumpida por las entradas y salidas, por las composiciones en la estación de Ponferrada, pero eso me dio lugar a comprar un violín en un anticuario, que ahora resulta que es una pieza que vale bastante dinero porque es un violín francés de comienzos del siglo XIX. Pero aquel sobrestante, que tocaba muy mal el violín -rascaba como una sierra, aquello-, me llegó a impacientar de tal manera que yo creo que no pasó de las lecciones de como sostener el violín con la barbilla y el hombro. Me impacientó de tal medida que reventé la caja del violín por apretarla demasiado con la barbilla. Y de ahí pasé a las primeras notas de la primera posición. No pasé de ahí», explicó Benet.       


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martes, 16 de septiembre de 2014

Teresa Goitia Ajuria




TERESA GOITIA AJURIA (1895-1990)

Hija de Francisco Goitia y Guadalupe Ajuria. Nació el 15 de Abril de 1895 en Villafranca de Oria (hoy Ordicia, Guipúzcoa), un pueblo dividido políticamente en liberales y carlistas. Su padre fue el fundador de “La maquinista Guipuzcoana” o “Compañía auxiliar de ferrocarriles” con lo que se convirtió en el promotor de la revolución industrial en Guipúzcoa y Vizcaya, introduciendo además la hojalata en el país. Francisco trabajaba a su vez para el Liberalismo Vasco. Fundó con Ramón Usabiaga y Jamar, “La Voz de Guipúzcoa”. Escribió “Autonomía Mundial”, “Liga Vizcaína de Productores”, “Política financiera 1902, “La cuestión de Irlanda y las Vascongadas” y “El material para Ferrocarriles y la Industria del país” (Fontanet, 1892).



Francisco Goitia Ostolaza
El verdadero padre de la fábrica de Beasaín fue don Francisco Goitia Ostolaza, quien nació en Olaberría, murió en Donostia y recibió sepultura en el camposanto de Villafranca. Don Paco pertenecía a una familia de ferrones. Sus antepasados tuvieron una ferrería en Yurre, camino de Idiazabal y para dar más amplitud a la industria bajaron al río Oria aprovechando un salto de agua a mitad de camino entre Beasaín y Villafranca. Al advenimiento del maquinismo aquellas forjas entraron en el terreno de la construcción, consagrándose a la calderería y a la mecánica”.
                   
Los primeros artífices del Beasaín industrial” por José María Donosty.


De familia numerosa (once hermanos en total) tras varias desgracias ocurridas a varios de sus hermanos varones y a su gemela finalmente sobrevivieron seis hermanas y un varón.

Guadalupe Ajuria y sus hijas
                            
La familia residía algunas épocas en Madrid, ciudad pequeña por aquel entonces, en la Plaza de Santa Bárbara. De la ciudad le gustaba sobre todo pasear con su padre por el Retiro, encontrarse con Serafín Baroja, padre de Pío y Ricardo, ir al Rastro o escuchar a los intelectuales de la época en el Ateneo. Otro de sus lugares predilectos era el Museo del Prado, sin embargo prefería ante todo la calma que le ofrecía su pueblo.


INFANCIA EN VILLAFRANCA:

La suya era la familia principal del pueblo; cuando volvían en tren desde Madrid les esperaban en la estación todos los chiquillos e incluso la banda de música. En la fábrica les hicieron un pequeño coche con motor que subían al monte y disfrutaban todos los chicos bajando en él. Jugaba a “kalejiras” (cogidos del brazo chico y chica corrían saltando al ritmo de la música), y acudían a “amaiketakos” (aperitivos que dan los novios antes de su boda) y a fiestas eúskaras. Celebraban por todo lo alto corridas de toros y el carnaval.



“En el pueblo cogíamos el tren en marcha, vadeábamos el río, y nos hicieron  en la Fábrica un pequeño coche con motor que lo subíamos al monte.”


Teresa Goitia con su hermana Flora  y compañeras de clase en Orthez

ADOLESCENCIA:

En Madrid las hermanas fueron presentadas en sociedad y acudieron a un sin fin de fiestas, todas ellas estudiaron internas en un colegio en Orthez en Francia.
En estos años murieron sus hermanas Inés (la pequeña de la familia) y Carmen (la mayor). Estas dos desgracias unidas a la ruina de su padre provocaron la muerte de éste, quedando su madre sola y con cuatro hijas.  La solución a sus problemas fue huir del pueblo y Madrid y abrir un estanco en Barcelona.
Vivían  en frente del propio estanco que pronto empezó a cobrar adeptos y tenían lugar en él tertulias, y donde doña Teresa tuvo toda clase de pretendientes, desde el modesto obrero con su cazuelita hasta Gabriel Miró.
 Al morir su abuela y heredar su madre buena cantidad de dinero pudieron mudarse a San Sebastián, no sin pena de abandonar Barcelona. En San Sebastián llevaron la vida clásica de señoritas.

Alquilamos un toldo en la playa, donde nos pusieron un banco verde y allí acudían todos nuestros amigos.”



VIDA DE CASADA:

En uno de sus paseos por el Casino se encontró con Tomás Benet, uno de los contertulios catalanes y acordó con él un encuentro en Madrid. Después de pedirle él relaciones se comprometieron y se casaron pasado un año. El viaje de novios comenzó en Francia e incluyó visitas a Niza, Italia…

 Teresa Goitia y Tomás Benet                

Tras el viaje de novios se instalaron en Madrid ya que en Barcelona Tomás estaba perseguido..

Fruto del matrimonio nacieron sus tres hijos: Marisol, Francisco y Juan.


En Madrid Tomás Benet ejerció de abogado y Consejero Delegado de los patronos. Fue detenido en cierta ocasión y fue su mujer la que logró que le soltaran. En pareja solían ir al cine a ver películas del Oeste y a oír cantar a Carlitos Gardel. Vivían en la Castellana. Él le enseñó a jugar al ajedrez. Ambos recibían clases de inglés. La convivencia no fue fácil, celos, sospechas y mal genio, pero pudieron estar juntos durante un tiempo. Tras varios problemas referidos siempre al dinero, Teresa se marchó con los niños a casa de su madre, siendo uno de los primeros divorcios de la República.


                                                

VIDA SEPARADA:

Entró a trabajar para el Ministerio de Asuntos Exteriores el año 1934. En 1936 estalla la guerra. Comenzó a esconder a muchas personas en su casa. Su marido se encontraba en la lista negra y finalmente un día lo sacaron de su despacho, lo llevaron a una cuneta y lo fusilaron..

“El mismo día del asalto al Cuartel de la Montaña, me llamó una vecina mía para que bajase a su casa y me dijo si podía tenerle escondido a su cuñado, que era don Emilio, el General Barrera y le dije: “suba, sea lo que Dios quiera”. Tenía también a mi primo, Ramón García Noblejas, a su madre Laura y a su hermana Laurita. La tía Laura era un caso, su casa era un arsenal de armas, cogía todos los días varias de ellas, se ponía un capote y las lanzaba en El Retiro. También tenía a un amigo de mi sobrino Carmelo, Salvador Pruneda, hijo de un general, y a Santos Arias Miranda, primo mío, cuyo cuñado era José Martínez Velasco, presidente del Gobierno. Total, que mi casa era un asilo.”


Juan  y Paco en la embajada de Finlandia

Teresa y su hija Marisol      

 Ella misma se tuvo que refugiar durante tres días en el ministerio y después la trasladaron a la embajada de Finlandia donde llevaron también a sus hijos. De la embajada la trasladaron a Valencia donde embarcó en el vapor turco “Karadenis”. En él llega hasta Malta y Siracusa, hasta que un barco italiano la llevó a Sevilla y desde allí volvió a San Sebastián, donde se encontró con la noticia de que su madre había muerto. Se reintegró en el ministerio de Asuntos Exteriores y dió clases de español con las que ganaba el doble del sueldo del ministerio.
 Al terminar la guerra regresó a Madrid. Con el dinero heredado de su madre montó la chocolatería “Maite” en la calle Sevilla. Con las ganancias montó el Bar “El Coto”, que tuvo gran éxito, acudiendo a éste todo el Madrid elegante; llegándose a pagar al botones 25 pesetas por un taburete sólo quince días después de inaugurado el bar. Vivió en Alberto Bosch con sus tres hijos.

                                

                                                               Teresa Goitia y Juan Benet

 Sus hijos fueron notables estudiantes. Decidió que Paco estudiara Arquitectura y Juan Ingeniería debido a su gran capacidad para las matemáticas. Paco, decepcionado con la arquitectura viajó a la Sorbonne para estudiar Filosofía. En París conoce a dos muchachas americanas que utiliza para realizar la fuga de dos amigos suyos del campo de  concentración de Cuelgamuros y conseguir que atravesaran la frontera.
  Teresa fue a menudo a visitar a su hijo a Francia; Paco estaba alojado en la Casa de España en París hasta que un 18 de julio se le ocurrió cambiar la bandera española por la republicana lo que le costó la expulsión, teniéndose que trasladar a la Casa de Canadá, donde le acogieron.


VIAJE A NUEVA YORK:

 Para llegar a Nueva York embarcó en La Coruña en el vapor Habana, barco que pensaba de contrabando por los rodeos que llevaba a cabo. Una de las cosas que decepcionó a Teresa es que el barco no pasara por Cuba. Llegó a Baltimore, a donde fueron a buscarla su hijo Paco y su sobrino Fernando Chueca. Después viajó de Baltimore a Nueva York. Nueva York no le convencía al principio, por la ausencia de tertulias interesantes y las enormes cantidades de basura, pero al final acabó agradándole.

VUELTA A ESPAÑA:

Vivía en su casa de Alberto Bosch con su hijo Juan. Llevaba una vida muy amena gracias a las reuniones con los amigos de este, por lo que sufrió de una gran soledad al terminar la carrera Juan y casarse con Nuria Jordana. Paco también se casó con una princesa iraní y comenzó a trabajar como delegado europeo de Ciencias Sociales de la U.N.E.S.C.O. y fue destinado a El Cairo durante cinco años, pero se le ocurrió llevar a cabo un estudio para ayudar a las tribus más necesitadas de Irán y para ello tuvo que dejar su trabajo. Cuando el ministerio iraní le dá amplios poderes para desarrollar su estudio, Paco muere extrañamente en un accidente de tráfico en el desierto, cosa que devastó a su madre.Teresa fue a buscar su cuerpo a Teherán para traerlo de nuevo a España.

OTROS VIAJES:

 En Barcelona embarcó con una amiga hacia Marsella. De Marsella llegó a Livorno y de Livorno a Génova. Florencia, Beirut y por fin Egipto.
 En barco viajó también a los países del Norte, causándole gran impresión la ciudad de Leningrado. Visitó Polonia y cerca de Varsovia tuvo la suerte de poder asistir a un concierto de Bach tocado en un gran órgano.

NATURALEZA

 Una de las cosas que más le sobrecogía era la grandiosidad de la naturaleza.
Fue testigo de una erupción del volcán Etna; presenció además otros fenómenos naturales como fueron la caída cercana de un rayo, terremotos, la visión de la aurora boreal e incluso una feroz tempestad en medio del mar.

“Asistí al mayor temporal cuando fui a Nueva York ¡qué mar gozamos, qué grandiosidad!; nuestro barco iba de lado, el pasillo del barco, en lugar de estar horizontal, iba vertical, pero la vista del mar era impresionante. La naturaleza, hay que rendirse, es IMPONDERABLE.”

AFICIONES

 Teresa Goitia fue una gran amante de la pintura y mantuvo buena amistad con la mayoría de los pintores de su época: Daniel Vázquez Díaz, Benjamín Palencia, Rafael Zabaleta, Eduardo Vicente, Cirilo Martínez Novillo, Menchu Gal, Alvaro Delgado, Juan Manuel Caneja, Gregorio Prieto, José Gutierrez Solana, entre otros.

 Fue asidua de la ópera en el Teatro Real y gran aficionada al teatro y a los toros, siendo gran admiradora de El Gallo y Cagancho


LA TERCERA EDAD:

“No me gusta nada. No puedo saltar, correr, viajar; cuando veo saltar las escaleras de tres en tres, me entra una pena…”

 Pasó sus últimos años en la Residencia del Monte Carmelo de Madrid, donde hizo muy buenas amigas y su familia iba a visitarla muy a menudo. Sus hijos la invitaban a sus casas dos o tres veces a la semana ya que uno de sus mayores hobbies era comer bien.

“He tenido  la suerte de tener amistades entrañables que sólo por haberlas conocido vale la pena vivir esta vida. Ahora me gustaría tener un caserío y vivir allí con toda mi familia, ya sé que no puede ser, pero sí lo puedo soñar.”



Teresa Goitia Ajuria  Recordando mi vida Ed. La Gaya Ciencia 1979